Читать книгу Cuautepec. Actores sociales, cultura y territorio - Iván Gomezcésar Hernández - Страница 19
EL PENOSO VIA CRUCIS DE LA REFORMA AGRARIA
ОглавлениеEl acelerón demográfico más significativo en esta región ocurrió desde que la Ciudad de México avanzó decididamente hacia la industrialización, a partir de 1930.
La gran ciudad se convertiría en el destino preferido para los migrantes, venidos de áreas rurales, por lo general próximas, remotas algunas veces. Las cifras son elocuentes: para 1900 en la Ciudad de México apenas había alrededor de cien mil habitantes, pero en 1940 ya sobrepasaba el millón. En el curso de los treinta años siguientes la situación se precipitó: la capital pasó a tener ocho millones y medio de habitantes.
El proceso al que aludiremos en este apartado implica de manera paralela, y paradójica, el desmantelamiento de las grandes haciendas (cuando las comunidades campesinas fueron dotadas de tierras ejidales merced al reparto agrario que sobrevendría a la Revolución, después de 1920) y el crecimiento de la ciudad a expensas de un proceso de industrialización y de masificación urbana.
Si observamos las cifras de población de las cinco municipalidades de la Sierra de Guadalupe en la primera mitad del siglo XX (véase cuadro 3), veremos un dinamismo demográfico que jamás se había visto. Durante el siglo XIX los municipios reseñados se habían movido mínimamente. Sólo la concentración urbana de la Villa de Guadalupe superaba los diez mil habitantes a principios del siglo,52 mientras que todos los demás poblados podían ser considerados villorrios de hacienda, congregados en torno a cabeceras municipales, constituidas como conglomeraciones de habitantes y de actividades políticas y comerciales, que no pasaban de los tres mil habitantes.
CUADRO 3. COMPARATIVO DE LA EVOLUCIÓN DEMOGRÁFICA. MUNICIPIOS DE LA REGIÓN SIERRA DE GUADALUPE, 1900-1960
Fuentes: inegi, Censos Generales de Población, Archivo Histórico de Localidades (2009). Notas: 1 Distrito (1900) o municipalidad (1921) de Guadalupe Hidalgo. 2 En 1928 quedó incorporada a Azcapotzalco, por lo tanto la población de 1930 es calculada con base en las principales localidades que pertenecían a la demarcación. 3 A partir de 1932 será nuevamente segregada y denominada delegación Gustavo A. Madero, una de las trece que entonces componían el Distrito Federal.
La primera oleada de la reforma agraria, en la década de 1920, produjo algunas modificaciones en la propiedad de la tierra dentro de la región de la sierra. Entre 1921 y 1933 fueron repartidas un poco más de cuatro mil quinientas hectáreas, mientras que en el periodo de profundización del reparto de tierras (durante el gobierno de Lázaro Cárdenas) se agregaron a esta cifra cerca de tres mil hectáreas en propiedad de las haciendas. Los beneficiarios fueron los 28 pueblos de la región: ninguno se quedó por fuera. En total fueron 7 578 hectáreas repartidas, lo que nos da un promedio de 270 hectáreas por pueblo.53
Existen abundantes detalles sobre la aplicación de la Reforma Agraria. Sin embargo, aquí debemos puntualizar sólo algunos de los rasgos más sobresalientes. En primer lugar, hay que mencionar el hecho de que la calidad de las tierras otorgadas no era bastante para echar a andar a los ejidos como unidades productivas autosuficientes. De las 7 500 hectáreas entregadas en dotación de ejido (sin contar las otras dos mil que ya les pertenecían a los núcleos habitados de los pueblos), sólo 519 eran terrenos de riego, es decir, un 6.8 por ciento era lo suficientemente apta para la agricultura. Mientras que 2 246 eran terrenos de temporal, es decir, terrenos de valle medianamente aptos para la siembra, y correspondían al 29.6 por ciento del total de las dotaciones. En cambio, la mayor parte de los terrenos eran agostaderos o cerriles (4 813 hectáreas; 63.5 por ciento), terrenos impropios para la agricultura, de los cuales se podía sacar un limitado beneficio económico como zonas de pastoreo para el ganado menor, además de los recursos obtenidos de los magueyes y la recolección forestal.
Un segundo aspecto a destacar es que ni siquiera la existencia de parcelas de riego era suficiente para garantizar la posibilidad de una explotación agrícola intensiva, debido a que dichas dotaciones dependían de la asignación de recursos hidráulicos, los cuales van a seguir en disputa entre los pueblos y las haciendas. Como nos lo enseña la documentación presente en el Archivo Histórico del Agua, los ejidos están enfrascados en una pelea con las autoridades y las haciendas por la concesión de dotaciones de agua de los ríos Cuautepec, de Los Remedios, Tlalnepantla, San Javier y Cuautitlán, entre 1940 y 1960, para poder beneficiar sus unidades de producción agrícola. Dicha pelea no siempre fue favorable a los pueblos, por las restricciones que establecían las propias dependencias públicas en torno al control de las corrientes permanentes en una zona de importancia estratégica, como lo es la zona donde se proyectaba el desarrollo urbano industrial de la Ciudad de México.
En tercer lugar, y como consecuencia de lo anterior, la actividad agropecuaria ya no era el eje de la vida económica. En los censos e informes técnicos del Archivo de la Reforma Agraria podemos encontrar una caracterización del tipo de ocupación laboral de los beneficiarios del reparto. Un elemento altamente significativo es la caracterización laboral de los ejidatarios de esta región: en la totalidad de las comunidades campesinas que recibieron dotaciones ejidales, los ejidatarios no se ocupaban de sus parcelas, sino que alquilaban la mano de obra necesaria, mientras que éstos se alquilaban en fábricas, establos y otras actividades de la economía urbana. No es una exageración decir que todos los ejidatarios fueron, en un principio, trabajadores calificados, proletarizados, asalariados.
Por último, cuando hacia 1950 ya había concluido el reparto, dado el agotamiento de las tierras disponibles, que estaba determinado por la norma de «inafectabilidad» de las propiedades privadas, empezó un ciclo de menoscabo de las tierras ejidales. Al principio se expropiaron fracciones relativamente pequeñas de las comunidades para obras públicas; paralelamente, y ante el crecimiento interno de los mismos pueblos, se urbanizaron zonas ejidales. Antes de 1960 ya habían sido objeto de expropiación 130 hectáreas de las que habían sido dadas en dotación. Pero en los treinta años siguientes el crecimiento de las expropiaciones sería vertiginoso. Algunos pueblos quedaron rodeados por la mancha urbana, otros apenas conservarían los terrenos de agostadero.