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1. EL PLACER

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Meterme en la cama con las piernas desnudas y notar las sábanas frescas y recién planchadas.

Un masaje lento, profundo, de esos que huelen a vainilla.

El olor del café solo por la mañana.

El primer cigarro del día.

Una conversación clandestina, salpicada de carcajadas, disfrazada de banalidad.

El chocolate sobre la lengua, justo después de chascar la primera onza entre los dientes.

La música. En directo. En primera fila.

Una avalancha de likes en esa foto que subiste sin muchas expectativas.

Un abrazo de verano. Con caricias largas en la espalda y los pies hundidos en la tierra.

El jadeo triunfante, casi eufórico, que te dobla por la cintura justo después de correr muy rápido.

El queso: untado, gratinado, rallado, derretido o en aceite.

Un orgasmo inesperado, que llegue solo, sin buscarlo mucho, y que se lleve tu razón por delante.

Tomar el primer sol de la mañana, sobre arena aún sin pisar, al borde de las olas.

Que te mire, que te elija de nuevo, que vuelva contigo. Aunque sea solo por unas horas.

Evolutivamente tenemos una misión: no morir hasta haber contribuido a la perpetuación de la especie. Lo que somos y cómo funcionamos es una superposición de estrategias de supervivencia perfeccionadas y automatizadas durante varios millones de años.

Heredamos por epigenética el conocimiento de las cosas que nos matan y de las cosas que nos acercan a nuestro propósito evolutivo y traemos de serie las estrategias automatizadas para sobrevivir a un entorno hostil e incierto. Así, nacemos con la experiencia de todos nuestros ancestros registrada y organizada en una especie de biblioteca de supervivencia que se acciona en reacciones innatas para saber, nada más nacer, qué es bueno o malo y cómo actuar ante ello sin tener que empezar de cero.

Esta colección de estrategias se activa de forma inconsciente e inmediata cuando nuestro cerebro detecta un detonante en nuestro entorno, cuando lo imagina o cuando lo recuerda. Cada estrategia tiene su propio circuito neuronal y su cadena de reacciones neuroquímicas y hormonales están automatizadas. Así, hay estrategias disuasorias, motivantes o preventivas, y absolutamente todas son el motor silencioso e inesperado de nuestro comportamiento.

Una de las principales estrategias motivantes es el placer. El placer es la recompensa neuroquímica involuntaria que recibimos al llevar a cabo aquellas cosas que son buenas para nuestra supervivencia y para la continuidad de la especie, porque es con el placer con lo que nuestro cerebro nos premia cada vez que adoptamos alguno de los comportamientos que tiene pregrabados como productivo.

Así, la mayoría de las cosas que nos generan placer tienen un porqué evolutivo. Un porqué que quizá en este nuevo ecosistema se ha desvirtuado, pero que en su origen estaba completamente justificado, porque todas las cosas que nos daban placer eran buenas para nuestra supervivencia y para la continuidad de la especie.

Pero nuestra forma de vivir ha cambiado tanto que la manera en la que el placer guía nuestro comportamiento se pervierte hoy con otros detonantes nuevos, sintéticos y frenéticos, que nos secuestran la consciencia y nos dejan aún más en carne viva el vacío que estábamos intentando llenar con ellos.

Y así, el placer se ha convertido en algo que perseguimos y escondemos, en una fuente de bienestar efímero y de vergüenza, de envidias y de comparaciones eternas, en el único camino que conocemos para alcanzar la felicidad. Pero cuando entendemos que el placer no es más que una inevitable estrategia de motivación de nuestro cerebro, podemos tomar la perspectiva necesaria para empezar a racionalizarlo y, sin renunciar a él, elegir conscientemente dónde encontrarlo.

Nos dan placer muchas –muchísimas– cosas que, evolutivamente, se pueden categorizar en tres grandes grupos:

• Las cosas que nos empujan a sobrevivir.

• Las cosas que nos empujan a crear.

• Las cosas que nos empujan a reproducirnos.

Y así, para sobrevivir tenemos que cazar, recolectar, comer, cooperar y comunicarnos. Para crear tenemos que resolver problemas, manipular y fabricar herramientas e imaginar cosas nuevas. Para reproducirnos tenemos que exhibirnos, destacar, cortejar, penetrarnos y colaborar cuidando.

Aunque un porcentaje de la población humana hoy en día no necesite cazar ni recolectar para alimentarse y comamos más productos que comida; a pesar de que la pasión no sea solo reproductiva, y la soledad no sea ya necesariamente una sentencia de muerte, los mecanismos biológicos del placer siguen ahí, afianzados durante cientos de miles de años, llevando la batuta de muchas de las decisiones que creemos que tomamos conscientemente.

Vivir Notox. El método para resetear tu vida

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