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1.1 La creación

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Compartimos con el resto de los animales muchas más cualidades de las que desde nuestras creencias etnocentristas nos gustaría. Llamamos humanidad a la empatía que compartimos con el resto de los mamíferos y a la capacidad de perdón que tenemos todos los primates. Nos emociona nuestra capacidad de organización y cooperación ante las tragedias, pero se nos olvida que tales comportamientos se les dan aún mejor que a nosotros a las hormigas y a las abejas.

Y es que lo que nos hace humanos es otra cosa: nuestra extraordinaria capacidad de imaginar lo que aún no existe y de encontrar la forma de manifestarlo. La creatividad no es el atributo de unos pocos afortunados, es precisamente el potencial de crear lo que nos define como seres humanos y es lo que nos ha permitido transformar por completo nuestro entorno hasta convertirlo en un lugar en el que, en vez de luchar por sobrevivir, tenemos la oportunidad de seguir creando.

Los humanos más creativos siempre hemos sobrevivido mejor a las situaciones adversas, así que, generación tras generación, desde que empezamos a desarrollar el neocórtex hace algo menos de 100.000 años, hemos evolucionado para que el placer nos motive también a imaginar algo y manifestarlo.

Y así, desde que nacemos, desarrollar esa capacidad de idear lo inexistente y de vivirlo, recrearlo y transformarlo se convierte en una necesidad arrolladora. ¿Cuántas horas seguidas serían capaces de jugar los niños si les dejáramos?

Cuando los niños juegan, están poniendo a trabajar el área del cerebro evolutivamente más reciente y más potente y desarrollada neurológicamente: el neocórtex. A través del juego acceden a todo su potencial y viven el poder inigualable de explorarlo. Empoderados, su organismo los recompensa con una explosión de serotonina, acetilcolina, dopamina y endorfinas que los motiva a seguir jugando todas las horas que les sea posible.

Pero cuando nos hacemos mayores denostamos la imaginación reduciéndola a poco más que una cosa de niños, y como mucho se la permitimos a ese tipo de personas que viven en las nubes, poco serias y realistas. Cuando nos hacemos mayores, amordazamos nuestro potencial de creación y dejamos la creatividad a los que trabajan en agencias de publicidad, a los escritores y a los artistas.

Pero imaginar y crear son nuestro potencial más humano y, por eso, lo creativo, lo inspirador y lo bello está biológicamente incentivado con placer innato. Y así, disfrutamos resolviendo problemas de formas completamente nuevas y disfrutamos creando y compartiendo conceptos e ideas. Disfrutamos decorando, dibujando, cantando, escribiendo y bailando. La creación y contemplación de cosas extraordinarias nos eleva emocional y biológicamente y nos da mucho –muchísimo–placer, ver florecer desde una planta hasta un proyecto que hayamos creado de cero.

Pero si la mayoría de los placeres que nos motivan a sobrevivir y a perpetuar la especie están, en este nuevo ecosistema, desplazados hacia conductas a veces lesivas y casi siempre contraproducentes, con el disfrute de jugar a imaginar nuestra realidad y manifestarla hemos hecho todo lo contrario: lo hemos amordazado. Y así, vivimos persiguiendo placeres efímeros en alimentos, situaciones y personas que no tienen por qué ser buenas para nuestra vida mientras nos privamos del placer más humano y continuo de acceder a todo nuestro potencial y crear conscientemente nuestra propia vida.

Vivir Notox. El método para resetear tu vida

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