Читать книгу Vivir Notox. El método para resetear tu vida - Izanami Martínez - Страница 9

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He mantenido una relación tóxica y especialmente complicada con la comida durante algo más de quince años. No ha sido más que el reflejo de la relación tóxica que tenía conmigo misma, que encontró en lo que comía un vehículo más para cronificar el miedo: el miedo a no ser suficiente, a no estar a la altura, a no merecer la pena.

Y así, todo lo que comía o dejaba de comer se convertía siempre en un detonante más: me daba miedo perder el control y comer demasiado. Me daba miedo engordar y me daba miedo que me sentara mal algo. Me daba miedo lo que pensara la gente si engordaba mucho o si adelgazaba demasiado y me daban miedo (y mucha pereza) las reacciones de los demás al verme comer de forma diferente.

Y, a la vez, comer era de lo poco que me hacía momentáneamente feliz. El mero hecho de comer llenaba por unos minutos el vacío; llegar al fondo de una tarrina de helado era lo más parecido a un abrazo y abrir una caja de pizza humeante me hacía sonreír.

La brutal caída que venía justo después no hacía más que agrandar el vacío, hacerlo más profundo, más doloroso, más frío. Y así, cada vez necesitaba más cantidad, más veces al día, para poder sobrellevar la jornada.

Estaba totalmente secuestrada en un lugar en el que por mucho que comía no se me quitaba el hambre, por mucho que bebía no saciaba mi sed; corría sin moverme del sitio y gritaba muda, sin poder separar los labios.

Era rehén del placer. De ese placer que dan las cosas ricas, todas esas cosas que son malas para la salud pero que a la vez son tan irresistibles. Ese placer inevitable, involuntario y contraproducente. Como el de las relaciones complicadas, las copas o el tabaco: sabes que no puede ser bueno, pero, a pesar de todo, eres incapaz de hacer nada para evitarlo. El tipo de placer en el que buscaba la felicidad para solo encontrar un dolor cada vez más ácido. Necesitaba dejar de usar el placer, sentirme menos vacía, porque lo único que estaba consiguiendo era romperme aún más por dentro.

Y lo peor es que, de tanto utilizar el placer para llenar el vacío, estaba atronando mi vida con un ruido ensordecedor que no me dejaba tomar perspectiva. Estaba tan absorta en hacer girar mi rueda de hámster de tabaco, chocolate, aplausos, pizzas y copas de vino que ni siquiera me paraba a plantearme que algo no iba bien, que la vida tendría que ser otra cosa, más fácil, más productiva y mucho menos dolorosa.

El placer, arrancado de su propósito evolutivo, era el pan y el circo que me mantenía enganchada, sin acceder a mi potencial y sin ser siquiera consciente de que tenía un problema.

Para mirarme de frente y volver a tomar las riendas, primero necesitaba apagar el ruido. Porque la relación tóxica que tenía con la comida, con el tabaco y con mi cuerpo no era el problema: la forma en la que estaba usando el placer no era más que un síntoma de lo rota que estaba por dentro.

Y, antes de poder sumergirme para identificar el daño y repararlo, tuve que empezar por resolver mi relación con el placer entendiendo su porqué evolutivo y su cómo biológico. Porque el placer, como todos los motores de nuestro comportamiento, tiene un propósito. El placer es un mecanismo que ha evolucionado para ayudarnos a sobrevivir durante cientos de miles de años, y solo comprendiendo su porqué, iba a ser capaz de racionalizarlo y salir de la espiral destructiva en la que me había atrapado.

Por lo tanto, para ser capaz de resetearme necesitaba entender cómo se escribe el placer en el cuerpo, cómo afecta a nuestra biología, qué y cuánto nos detona y hasta dónde podemos llegar para recuperar el control sobre lo que nos destroza.

Porque no podemos elegir qué nos da placer, pero podemos elegir dónde encontrarlo, y yo estaba a punto de embarcarme en uno de esos viajes que te transforman por completo. Porque iba a mirar de frente a los placeres con los que estaba intentando llenar el vacío y, uno a uno, separar los útiles de los contraproducentes y encontrar la manera práctica de librarme de ellos.

Vivir Notox. El método para resetear tu vida

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