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1.2 LA REPRODUCCIÓN

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En la necesidad evolutiva de reproducirnos podemos encontrar el ejemplo más potente de los extremos a los que puede llegar nuestro cerebro para mantenernos motivados hacia un propósito claro: el orgasmo. Porque antes de que se inventaran los anticonceptivos, cada eyaculación en una hembra fértil era una posibilidad más de reproducción de la especie, y las hembras humanas somos fértiles solo unos pocos días al mes, así que la recompensa por intentarlo tenía que ser lo suficientemente generosa como para que nos pusiéramos a ello constantemente, maximizando todo lo posible las probabilidades de hacer diana. ¿Y qué mejor incentivo para tratar de mantener todas las relaciones sexuales posibles que un placer inmenso?

El orgasmo es una recompensa fantástica y biológicamente fascinante; el placer eufórico, esa especie de fuegos artificiales y la profunda satisfacción somnolienta que viene a continuación son el resultado de un extraordinario proceso biológico que involucra neuronas, hormonas, músculos y órganos.

Cuando nos excitamos sexualmente, las células del cerebro producen dopamina que, además de ponernos de muy buen humor, activa el hipotálamo, para que produzca oxitocina, y las suprarrenales, para que liberen adrenalina. Y la oxitocina desata la magia: provoca la contracción de la pelvis, así como la circulación del esperma y, ayudada por la adrenalina, nos hace sudar y jadear y pone el corazón a bombear más rápido. El cerebro, estimulado, libera endorfinas que nos relajan, a la vez que produce analgesia y reduce la circulación en la corteza prefrontal, responsable de la razón y el autocontrol.

Por eso a veces nos olvidamos hasta de nuestro nombre. Por eso, en el vórtice, el mundo desaparece y solo queda un absorbente y profundo placer que después de alcanzar su punto máximo se diluye rápidamente, porque, después del orgasmo, cambiamos la dopamina, la adrenalina y la oxitocina por prolactina, que nos baja la libido, y por un suave remanente de endorfinas que nos inducen al sueño.

El orgasmo es tan potente y a la vez tan breve que cuando termina de pasar el tornado hormonal nos quedamos con ganas de más. Y así, por el mero hecho de conseguir otro orgasmo sonreímos, bailamos, seducimos, pagamos, competimos y hasta peleamos. Hacemos lo que sea necesario por volver a sentirlo; eso es lo que tiene el placer, que es necesariamente adictivo.

El orgasmo nos proporciona tanto placer porque es la culminación de nuestros intentos reproductivos, pero para motivarnos lo suficiente como para que lleguemos hasta él, nuestro cerebro incentiva además todo lo que precede al coito, de manera que el cortejo está lleno también de arrolladores momentos de placer incontrolable.

El placer de esas primeras veces y el de las reconciliaciones, aunque sean amargas. El placer de empezar y el de volver a intentarlo, el de ese «sí» sin condiciones y el de cada beso robado. El de releer los mensajes, mirar mil veces cada foto y enseñárselas a cualquiera, el placer de las mentiras piadosas y las verdades a medias. El profundo placer de los abrazos, de los masajes en los pies, en el sofá, de lado y el de las caricias furtivas cuando nadie está mirando.

Esa montaña rusa, explosiva, trepidante y a veces destructiva nada tiene que ver con la dignidad ni con lo correcto. Nos dan placer todos y cada uno de los pasos que damos hacia el coito; si nos estamos dejando la integridad por el camino, eso, para el puro objetivo reproductivo, es irrelevante. Porque el placer no entiende de monogamia, ni de fidelidad, ni de respeto.

Así, yo he disfrutado muchísimo incluso cuando estaba violando la confianza ciega de otra persona, y he experimentado la creciente necesidad de relaciones destructivas y tóxicas. Porque el placer va de lo que es bueno para la especie, no de lo que te mereces como persona.

Tardé algo más de quince años en escapar del condicionamiento evolutivo de las feromonas. Después de millones de decibelios de gritos, de piscinas de lágrimas y de toneladas de cemento en el pecho, tuve que darme de bruces en un fondo lleno de cristales rotos para separar mi dignidad del placer y empezar a buscarlo allá donde no tuviera que hacerme daño para conseguirlo.

Porque que te miren, que te elijan y que te correspondan siempre proporciona placer, pero ese placer no debería ser lo único que garantice el acceso inmediato a cualquiera a nuestro tiempo y energía más sagrados.

Vivir Notox. El método para resetear tu vida

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