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El discurso en imágenes

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A diferencia de la mayoría de los grandes discursos de la historia, en los que la palabra antecede a la imagen como reflejo de una idea, el discurso de Pericles es la puesta en palabra de una serie de ideas que ya habían sido representadas en imágenes y que el pueblo de Atenas conocía a la perfección.

Buena parte del dinero procedente del tesoro de la Liga de Delos y que acabó en Atenas se empleó en el programa constructivo concebido por Pericles para convertir Atenas en el centro del mundo civilizado. La colina de la Acrópolis, que había sido arrasada por los persas en 480 a. C., fue renovada por completo. Primero se erigió una gigantesca estatua de Atenea Promacos, una imagen en bronce de quince metros de altura esculpida por Fidias que mostraba a la diosa patrona de la ciudad con su panoplia en actitud de liderar a las tropas. La Atenea Promacos no tenía como función ser un faro marítimo, pero su brillo, visible a muchos kilómetros de distancia, expresaba la idea de que desde Atenas surgía un resplandor que iluminaba el mundo.

Pero, sin duda, la joya de la corona de este programa constructivo fue el Partenón, erigido entre 447 y 438 a. C. y dedicado a Atenea, la diosa patrona de Atenas. Los persas habían destruido el templo de Atenea de la Acrópolis, y estaba vigente la promesa de los atenienses de no reconstruirlo para que nunca se olvidara aquella ofensa. Por eso, en realidad, el Partenón no es un templo en sentido estricto, pues carece de altares para los sacrificios. Es, más bien, un recipiente para albergar la imagen de Atenea que se alojaba en su interior, una magnífica escultura elaborada con oro y marfil también por Fidias. Los 1140 kilos de oro empleados en ella procedían, por supuesto, del tesoro de Delos. Era toda una declaración de intenciones: todos los pueblos del Egeo estaban sometidos a Atenas y a su diosa protectora, y ella era merecedora de todo lo que pudiera recibir.

El edificio en sí también era una completa exhibición de poder. Nunca hasta entonces se había empleado el mármol como material constructivo para todos los elementos de un edificio, y nunca se había levantado un templo con semejante profusión decorativa. Para hacernos una idea, se pueden comparar algunas cifras del Partenón con las del templo griego más importante del momento, el de Zeus en Olimpia.

Templo de Zeus Partenón
70 x 29 metros hexástilo (6 columnas de frente) sin friso 12 metopas 69,6 x 31 metros octástilo (8 columnas de frente) con friso 92 metopas

Es decir, el Partenón no solo sería superior a cualquier edificio de cualquier ciudad griega, sino que superaría también al templo más importante de un santuario panhelénico, un lugar donde todos los griegos juntos celebraban a sus dioses. La arquitectura como exhibición de poder es un recurso que siempre ha funcionado. Babilonia, Persépolis, Roma, Constantinopla, Damasco, Córdoba y, más recientemente, París, el fracasado proyecto de Hitler para la capital mundial de Germania, Nueva York, Shanghái, Dubái... Ese era el mensaje de Pericles: Atenas es la nueva capital del mundo.

Le decoración escultórica del Partenón también abordaba los temas de la superioridad política de la polis. Los dos frontones del edificio estaban dedicados a dos mitos relacionados con la diosa de la ciudad. El frontón este representaba el nacimiento de Atenea de la cabeza de Zeus ante todas las divinidades del Olimpo, que bendecían a la recién nacida con su presencia. El frontón oeste narraba el duelo por el patronazgo de Atenas entre Poseidón y Atenea, del que salió victoriosa esta última al hacer a los atenienses el mejor regalo posible: el olivo.


Las metopas, colocadas en las cuatro caras del templo, abordaban cuatro temas diferentes.

La de la cara norte representaba escenas de la guerra de Troya. El mito de esta contienda enfrenta a una coalición de ciudades griegas contra un estado que se encontraba en Asia. La similitud con las luchas sostenidas en los años anteriores contra los persas no se le escapaba a nadie. Aludir de ese modo a una guerra en la que los griegos habían derrotado a los asiáticos equivalía a recordar a la vez el triunfo contra los persas en el que Atenas había sido protagonista absoluta.

En la cara sur podía contemplarse la lucha de los centauros contra los lapitas. El mito narra un banquete de boda en el que los lapitas, un pueblo griego, invita a participar a los centauros, seres que mezclan en su esencia la naturaleza humana y la animal, lo que equivale a decir que no son humanos del todo. Los centauros toleran mal el consumo de vino y, una vez borrachos, intentan violar a las mujeres de los lapitas. La lucha que se entabla a continuación acaba con la victoria de estos. Hay que ir más allá del simple mito y recordar que los griegos bebían el vino mezclado con agua, frente a la costumbre bárbara de no rebajarlo. Así pues, los centauros son los no-griegos que, además, rompen el sagrado deber de la hospitalidad, al violentar a quien los ha acogido. Este mito refleja la superioridad moral y de costumbres de los griegos (y por extensión de los atenienses, los mejores entre los griegos) frente a los extranjeros, los bárbaros, degradados a una condición semihumana.

La cara oeste mostraba una lucha de griegos contra amazonas, mujeres que, a ojos de aquellos, asumen funciones que no les corresponden, pues se comportan como los varones. Son unos seres que invierten el buen orden del mundo y crean caos. Y los héroes que combaten este caos son «civilizadores», pues restablecen el orden deseable. Se conservan muchas obras en las que las amazonas visten como los persas, un guiño más a la barbarie y el escaso nivel de civilización de aquellos enemigos que tanta impresión habían dejado en el imaginario mental griego. Pero las amazonas también reflejaban, al menos para los atenienses, una idea aberrante de las mujeres, que recordaban las extrañas costumbres de las espartanas, comprometidas en la crianza de niños-soldados y mucho más participativas en la vida pública que las mujeres de Atenas. No es casual que uno de los principales personajes que luchan en los mitos contra las amazonas sea Teseo, el gran héroe civilizador ateniense. La amazonomaquía era, por lo tanto, otra afirmación de los valores de la polis frente a extranjeros y griegos «desviados» de las costumbres deseables.

Por último, la cara este representaba una gigantomaquia, el combate de los dioses del Olimpo contra unas divinidades rivales que acabarán siendo derrotadas por Zeus y su corte olímpica. En el mito, un oráculo aseguraba que los gigantes no podrían ser derrotados a no ser que un mortal luchara en su bando. Y fue precisamente Atenea la que consiguió reclutar para esa tarea al héroe Heracles. Por lo tanto, una vez más se subrayaba la importancia de Atenas y de su patrona en las empresas comunes de los griegos, o de los dioses de los griegos.

El último elemento de la decoración del Partenón es el friso de las Panateneas, un bajo relieve de ciento sesenta metros de longitud que representaba la procesión de las Grandes Panateneas, las fiestas más importantes de Atenas, celebradas cada cuatro años en honor de Atenea. Por primera vez en el arte griego, las imágenes representadas no son divinidades o héroes, sino el pueblo de Atenas: varones a caballo, los principales prohombres de la ciudad, músicos, portadores de ofrendas, animales destinados al sacrificio, las jóvenes encargadas de tejer y llevar el peplo sagrado de la diosa… En resumen, toda Atenas está allí, y la escena es presenciada por el conjunto de las divinidades del Olimpo, que, una vez más, bendicen con su presencia las celebraciones.

Al contemplar todas estas esculturas que decoraban el Partenón, los atenienses estaban recibiendo exactamente el mismo mensaje que Pericles les trasladó aquella mañana de invierno del año 431 antes de nuestra era: Atenas era el centro del mundo, sus leyes y costumbres eran las más adecuadas, y la ciudad era bendecida por los dioses e imitada por aquellos que fueran capaces de admitir su grandeza. Merecía la pena morir por ella. Eso era lo que esperaba a los atenienses en aquella guerra: la muerte.

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