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Elogio de César y recreación del asesinato
ОглавлениеEsta sección del discurso va a jugar con el pathos, y así lo advierte el propio Antonio al aconsejar que todo el que tenga lágrimas se prepare a verterlas. Recuerdos, objetos que lo vinculan con el muerto y, por encima de todo, la contemplación del cadáver y su túnica. Como se ha apuntado, en la realidad histórica, parece que, puesto que el cuerpo estaba en un lecho que impedía ser observado por la gente más alejada, preparó un dispositivo especial, un armazón parecido a un maniquí sobre el que colocó las ropas ensangrentadas que César llevaba cuando fue asesinado, mientras que el cadáver se cubriría con ropas limpias después de haber sido lavado. Este armazón se llama tropaeum y su función primaria era la conmemoración de una victoria en el campo de batalla. Sobre una cruz de madera se colocaban las corazas, escudos y armas de un militar romano y quedaban expuestas a la vista de todos. Lo que, al parecer, hizo Marco Antonio, fue erigir un tropaeum en el foro, pero en lugar de vestirlo con el equipamiento militar lo utilizó como expositor de las heridas sufridas por César.
Mientras el pueblo contempla el cadáver y la túnica de César, Antonio se recrea en los detalles morbosos, atribuyendo un autor a cada puñalada, pura invención, puesto que él no había presenciado el asesinato. La última mención es, cómo no, para Bruto. Shakespeare no lo menciona, pero César, en su testamento, adoptaba a Bruto, con lo que su participación en el crimen se convierte en el peor de los crímenes, parricidio, de ahí que subraye la sorpresa de la sangre de César ante su participación («como si saliese a la puerta de casa para comprobar si era Bruto quien llamaba de aquella manera tan cruel»). Y, como remate, la ironía más cruel de todas: «Porque Bruto, como sabéis, era el ángel de César».
Antonio ya se siente seguro, y al narrar los pormenores del asesinato, se atreve a afirmar que, al caer César, cayeron todos mientras florecía la traición. Se han cambiado las tornas. Antes de empezar su discurso, las facciones eran, por un lado, el pueblo y los magnicidas y, por otro, Marco Antonio, sospechoso por su amistad y lealtad hacia César. Ahora, el pueblo ha cambiado de bando y de etiquetas. Los magnicidas, que antes eran libertadores y patriotas, ahora son traidores.
El cadáver es un argumento visual que da constancia de la traición de los asesinos. Marco Antonio se vale de una prosopopeya, una figura retórica que consiste en conceder a algo inanimado o abstracto cualidades humanas, al transformar las heridas de César en «bocas enmudecidas» a las que pide que hablen por él, aunque, en realidad, es Marco Antonio quien pone voz a César. El efecto es magnífico. Las mentes de los presentes llenan los huecos de la narración con la imaginación de cada uno.
De nuevo, las voces de los ciudadanos interrumpen el discurso. En sus breves frases hay, sobre todo, sentimientos: tristeza, rabia, desolación, deseos de venganza (pathos); pero también hay un cambio de consideración. Ahora, se trata del «noble César» y de unos villanos asesinos. Y otro tanto ocurre con Antonio. Uno de los ciudadanos aconseja a los demás: «Escuchemos al noble Antonio». Noble. Definitivamente, el ethos ha cambiado de bando.