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Dónde y cuándo

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El Julio César de Shakespeare sigue, a grandes rasgos, la narración de las Vidas paralelas de Plutarco, aunque comprime la cronología de los hechos para mejorar el efecto dramático y, por supuesto, ofrece su propia visión de los acontecimientos con el fin de transmitir sus ideas que, evidentemente, tenían su reflejo en la Inglaterra isabelina en la que vivió el autor. No es, por lo tanto, una narración histórica, sino un drama inspirado en episodios históricos.

En realidad, César es un personaje secundario, que no aparece hasta el comienzo del tercer acto de los cinco que tiene la obra. El personaje principal y el más interesante es Bruto (puede que este hubiera sido un título más apropiado para la tragedia). Es uno de los conspiradores, pero entre tanta ambición política y tanta falta de escrúpulos, Bruto despierta las simpatías del público por ser el único personaje con una justificación noble para sus actos. Sus dudas y su trágico final recuerdan al que sería tiempo después uno de los protagonistas emblemáticos de Shakespeare: Hamlet.

La obra se centra en un tema universal e intemporal: el mundo de la política y las pasiones humanas que se apoderan de los políticos. Todos afirman que sus actos están guiados por el interés de Roma y los romanos, pero, en realidad, actúan en su propio beneficio: César aspira al poder absoluto, Casio Longino teme perder el poder que tiene, Marco Antonio se vale de la muerte de su amigo para acaparar más poder. Para lograr sus propósitos, todos tienen que ganarse el favor del pueblo. La oratoria se convierte en un arma poderosísima. Tras la muerte de César, tanto Marco Antonio como Bruto se dirigen a la multitud para sumarla a su partido. Al final, como veremos, Marco Antonio será más hábil y logrará sus propósitos, y de paso la caída de Bruto. A pesar de haber transcurrido más de dos mil años desde que ocurrió y casi quinientos desde que fue escrita, todo suena tristemente actual.

El discurso se sitúa en la escena 2 del tercer acto. César acaba de ser asesinado en la escena anterior y ahora la acción se traslada desde el lugar del crimen hasta el foro, donde ya se ha reunido un grupo de ciudadanos que exigen saber los detalles de lo ocurrido para poder decidir su postura. Entran Casio y Bruto, a los que se les pide que hablen.

Toma la palabra en primer lugar Bruto y se dirige especialmente a los amigos de César con esta argumentación: ¿Por qué Bruto, que amaba a César, se ha levantado contra él? Porque Bruto ama a César, pero ama más a Roma, y era necesaria su muerte para que Roma viviera. «¿Querríais que viviera César y morir todos esclavos antes de ver morir a César y morir todos hombres libres?», pregunta a la multitud. En su presentación, Bruto solo contempla dos opciones: la tiranía de César o la libertad del pueblo, y ambas son excluyentes. Por eso él, imbuido de ideales de libertad, ha librado a Roma del tirano.

Nadie replica las razones de Bruto, que parecen convencer al pueblo. Entra en escena entonces el cortejo funerario de César encabezado por Marco Antonio. Bruto aprovecha la ocasión para introducirlo hábilmente en su argumentación:

Aquí viene su cadáver [de César] escoltado por Marco Antonio. Ninguna parte tuvo este en su muerte y, sin embargo, goza del beneficio de ella, ocupando un puesto en la comunidad. ¿Y quién de vosotros no lo ocupará también? Me despido afirmando que si únicamente por el bien de Roma maté al hombre a quien más amaba, tengo la misma arma para mí cuando la patria necesite mi muerte.

El pueblo vitorea a Bruto y propone coronarlo. Él, noble en sus intenciones, rechaza esos honores y se va, pero antes pide que nadie, excepto él mismo, abandone el lugar antes de escuchar el elogio fúnebre de Marco Antonio. El mismo pueblo que acaba de aplaudir a Bruto no recibe de buen talante a Marco Antonio. Saben que era la mano derecha de César y le advierten de que «lo mejor sería que no hablase aquí mal de Bruto», porque «este César era un tirano» y «es una bendición para nosotros que Roma se haya librado de él».

Así pues, a diferencia de la mayoría de los discursos que se analizan en este libro, en esta ocasión el orador no tiene al auditorio de su parte, y ni siquiera se muestra neutral. Se trata de una prueba de la mayor exigencia.

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