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1.3 El temor y la inseguridad

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La inseguridad es esgrimida como razón principal para abandonar o intentar limitar los espacios públicos. En una ciudad crecientemente fragmentada, la mayoría de los habitantes se transforman en «otros», en foráneos y desconocidos. La idea que prima es que el encuentro con estos «otros» siempre conlleva riesgo y peligrosidad. Esta apreciación tiende, además, a ser jerárquica. Por ejemplo, en una ciudad como Santiago de Chile, según la opinión de sus ciudadanos sobre la peligrosidad, esta siempre depende del estrato socioeconómico del interlocutor:

Por ejemplo, Providencia es visto como peligroso para los entrevistados de los niveles más altos, pero no para los estratos socioeconómicos medios. Para éstos, el peligro está radicado en las poblaciones más pobres aledañas a sus barrios. Por su parte, para los entrevistados de los estratos socioeconómicos más bajos, dicha percepción configura la existencia de «barrios» o «sectores» marcados dentro/fuera de la población; es decir, siempre se ubica otro más peligroso y desconocido. (Dammert, 2004, p. 93)

Un tema recurrente de la sociología contemporánea es que la modernidad tardía o posmodernidad está signada por el riesgo, lo cual genera inseguridad, desconfianza y temor (Giddens, 2002). Para Beck (2002), lo que distingue los riesgos actuales es que han sido manufacturados, es decir, han sido creados por el mismo ser humano, y no como antes, cuando eran producto de desastres e infortunios causados por la naturaleza. Nuestras incertidumbres son alimentadas por las mismas estructuras y sistemas sociales que sostienen a la sociedad. A ello contribuye la pérdida de credibilidad en la ciencia (energía nuclear, destrucción masiva, debilitamiento de la capa de ozono, transgénicos), en la economía (crisis de mercados, burbujas financieras, flexibilidad laboral, desempleo), en la industria (contaminación, calentamiento global, obsolescencia planificada, consumismo, migraciones masivas), en la política (terrorismo, guerras, nacionalismos, autoritarismos), en la cultura (fundamentalismos, intolerancia) y hasta en la sexualidad (ETS, sida). La incertidumbre aumenta, además, con el predominio del individualismo –muchas veces manifestado solo en un consumismo desenfrenado–, lo cual dificulta la construcción de las acciones colectivas necesarias para responder a estos riesgos y disminuir las incertidumbres.

Por otro lado, como bien ha analizado Bauman (2000), bajo la noción de seguridad se manejan, por lo general, tres conceptos interrelacionados –aunque analíticamente diferentes– que se expresan en inglés como safety ‘estar a salvo, protegido’, certainty ‘certidumbre’ y security ‘seguridad’. La sensación de riesgo y temor actual es resultado del debilitamiento simultáneo y combinado de estos tres factores. No nos sentimos a salvo porque las instituciones protectoras tradicionales (familia y comunidad) ya no tienen la capacidad de hacerlo, y las instituciones modernas han perdido su legitimidad y eficacia ante el embate de los eventos globales sobre nuestras vidas. La incertidumbre ha aumentado por muchas razones, pero una de las más importantes es la pérdida de confianza. Finalmente, la inseguridad tiende a ser el resultado del debilitamiento del «contrato social» y del fracaso de las grandes ideologías que paliaban las divisiones entre seres humanos, generaban un sentido común en la sociedad y ofrecían alternativas de solución a los problemas/dilemas (marxismo-liberalismo).

Para Bauman (2000), el problema del temor surge porque el individualismo imperante y la total pleitesía al mercado ubican a las libertades económicas como fin máximo de la sociedad y, por ende, del Estado. Esto restringe el marco de acción estatal e inhibe las acciones que podría tomar para proteger o generar mayor certidumbre. En otras palabras, hay poca o nula acción estatal para reforzar el sentido de safety y certainty, ya que actuar sobre ellos significaría afectar las libertades individuales y del mercado. Por ejemplo, la protección contra el desempleo o la creación de mayor certidumbre en la capacidad adquisitiva de los ingresos percibidos implicaría ir en contra de la flexibilización laboral demandada por los defensores del mercado libre y los grandes empresarios. Sin embargo, el Estado sí puede actuar reforzando la seguridad (security), especialmente cuando se la entiende como la segregación y/o separación de aquellos individuos (y poblaciones) que son considerados como «peligrosos»10.

El tema de la seguridad da, además, réditos políticos, ya que, ante la real o percibida peligrosidad, los ciudadanos buscan liderazgos fuertes con un discurso de «ley y orden», de lucha frontal contra la delincuencia. Los medios masivos también hacen eco porque su rating se beneficia. Michael Moore, en su galardonado filme Bowling for Columbine (2002), señala con maestría cómo los medios masivos en la sociedad estadounidense sobredimensionan las noticias y los reportajes sobre los crímenes violentos y el pandillaje. Las estadísticas oficiales, sin embargo, muestran reducciones sostenidas en la delincuencia en la sociedad estadounidense, inclusive en sus principales ciudades: en 1993, el índice de los crímenes violentos fue 747 por 100 000 habitantes y en 2012 fue de 387, una reducción del 48 %11.

Como ya se ha indicado, la sensación de peligrosidad e inseguridad contribuye directamente al descuido, huida y hasta abandono del espacio público. Como bien explica Vega Centeno (2007), en el caso de Lima, estos espacios pasan de ser «lugares de todos» a «tierra de nadie». Por ende, la reacción ciudadana es exigir mayor control sociopolítico sobre el espacio público, lo que tiene como consecuencia un proceso de debilitamiento o negación de su esencia, pues (a) se restringe el acceso, (b) se entrega su control al Estado o a la iniciativa privada, (c) se limitan el uso y las actividades realizadas.

El feudo, la comarca y la feria

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