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Final de la guerra

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La guerra de 1939-1945 acentuó el aislamiento iniciado durante la crisis y la depresión de los 30. Cuando la guerra terminó en 1945, Argentina había pasado por una dura experiencia, prácticamente aislada y teniendo que aprender a sustituir la provisión de bienes, combustibles y materias primas que antes recibía de su comercio. También había aprendido a vivir fuera del mercado internacional de capitales. No se puede entender lo perdurable de las medidas tomadas durante y en la posguerra sin tener en cuenta que ese aislamiento había durado más de una década y, por lo tanto, generado un nuevo clima y una concepción distinta sobre la posición del país en la economía mundial, que después de 1930 parecía muy frágil, y también sobre el papel del Estado.

La guerra total llevó a una nueva concepción del Estado compartida –en distinto grado– por la vasta mayoría de la población. Pero fue la necesidad de adaptarse y responder a lo que ya no era simplemente una emergencia lo que condujo a la aparición de actividades nuevas; a que en medio de la crisis agraria por la caída de los precios internacionales y las políticas cambiarias desfavorables se iniciaran nuevas ocupaciones, a que la gente cambiara de residencia a la búsqueda de otras ocupaciones, moviéndose hacia un mundo urbano donde aparecían actividades sustitutivas de las importaciones. Todo ello ayudó a la consolidación de un nuevo marco institucional. Cuando la Segunda Guerra terminó, el país era bastante distinto al de los años previos a 1939 y los sectores que habían emergido tuvieron otros intereses que iban a defender. Por otro lado, fue probablemente el hecho de que el país llegó a la Segunda Guerra Mundial más preparado para el aislamiento lo que hizo que esa experiencia no fuera tan traumática. En la Primera Guerra Mundial, con una economía abierta, el shock externo dio lugar a una severa recesión y caída del producto. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, con las nuevas instituciones creadas durante la crisis de 1930 y una economía más cerrada, el país estaba más preparado para el aislamiento y, en vez de sufrir una caída del producto, creció.

Por ello las políticas y las instituciones que aparecieron con la guerra y en los años posteriores no surgieron como un programa previamente definido y elaborado por un movimiento político (el peronismo) como luego se conoció, si bien con este tomó una dimensión política e ideológica que lo hizo perdurable. Fueron al comienzo respuestas pragmáticas a las presiones de distintos intereses. Es cierto que esas instituciones se consolidaron porque existió el generalizado convencimiento –al menos por más de una década– de que eran beneficiosas para el conjunto de la sociedad y que, gracias a esa intervención del Estado, unos y otros habían evitado a una nueva y terrible crisis (shocks externos). También se adoptaron en medio de un clima ideológico mundial, tras la crisis del capitalismo del 30 y el florecimiento de los movimientos de izquierda y de los Estados dirigistas en Europa, que ayudó a la creencia de que si el capitalismo podía ser aceptable al menos tenía que ser controlado y suavizado.

Esta fue la convicción generalizada en Occidente hasta que Estados Unidos, tras Bretton Woods y con el Plan Marshall, dio un vuelco notable, eliminando las regulaciones de guerra, promoviendo una mayor libertad de comercio y la vuelta al mercado. Esto tuvo un efecto decisivo en los países europeos que, si bien no estaban convencidos de sus bondades, debieron seguir ese camino para contar con la ayuda norteamericana durante la Guerra Fría. Argentina quedó marginada y continuó atada a instituciones de preguerra por décadas cuando ya eran anacrónicas. Probablemente en ningún otro lado más que aquí esas instituciones –producto de los intereses que había desarrollado– tuvieron tanta fuerza y perduraron tanto. No se pueden entender las instituciones que creó el peronismo si no se tiene en cuenta que el país no tuvo acceso desde 1930 al mercado internacional de capitales y que por ello utilizó como alternativa mecanismos de apropiación forzosa del ahorro. Esto fue posible debido al poder de jurisdicción que tiene el Estado sobre sus residentes. Cuando se gravan los capitales, eso podía tener poca influencia para desalentar la inversión, cuando de todos modos no había forma de acceder a capitales del exterior y cuando los titulares de ahorro doméstico tenían grandes dificultades –por entonces– para llevarlos a otra parte.

La economía de Perón

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