Читать книгу Un diccionario sin palabras - Jesús Ramírez-Bermúdez - Страница 14

FEBRERO 3, 2009 12:06 p.m.

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Al encontrar un defecto tan grave y prolongado en la neurología del lenguaje, me pregunto siempre: ¿cuáles son las expectativas reales de recuperación? Sin el privilegio del intercambio verbal, la vida de Diana podría ser difícil de sobrellevar en los términos planeados durante años. ¿Podrá ejercer su profesión? ¿Será una madre amorosa? ¿Cómo aceptar el compromiso en una ceremonia matrimonial, cómo escribir su nombre y firma en las actas y documentos legales? ¿Cómo enseñar a sus hijos a hablar, leer, escribir, a declarar sentimientos y conceptos? La hora del cuento antes de dormir es imposible sin lenguaje verbal. Pero entonces escucho a su novio, Oswaldo, quien permanece de pie, apoyando el hombro derecho en el marco de la puerta, jugando con las manos mientras declara que Diana es y será siempre su mujer, y en un futuro próximo, la madre de sus niños, y que no le importa en lo más mínimo el hecho de que ahora se encuentra discapacitada. La forma del cráneo es asimétrica; la subestimada superficie curva y predecible del cráneo ha tomado un aspecto frágil y mórbido en el lado derecho, por encima del pabellón auricular, porque fue necesario retirar el hueso para realizar la neurocirugía. Entre la piel y la masa encefálica no existe la dura protección de calcio que da, por cierto, un magnífico recurso estético a la cabeza; sin esta protección, la piel describe un camino irregular de crestas y hundimientos. Si esto tiene un impacto emocional para Oswaldo, no lo revela: se muestra seguro de mantener su instinto romántico y protector a través del horizonte incierto de la fortuna.

–Ya puede hacer muchas cosas, doctor –me comenta, como si escuchara mis pensamientos y tratara de darme ánimos–. Se arregla sola, se baña sola, puede comer sola.

–Bueno, necesita un poquito de ayuda a veces, ¿no? –interviene la señora María José.

–Sí, claro, pero acuérdese cómo estaba al principio. Era algo bárbaro, doctor. Llegó a la casa en silla de ruedas, con un tubo conectado al abdomen, para alimentarla –el joven me muestra el sitio donde estuvo la sonda de gastrostomía; la chica ríe mecánicamente y retira su cuerpo: el movimiento es rápido y gracioso–. ¡Ya tiene cosquillas, doctor! Al principio estaba durmiendo todo el día.

Ahora Oswaldo adopta una postura seria, junto a su novia. Mete sus manos en los bolsillos del saco, las saca rápidamente y hace un gesto fugaz con ellas, las extiende y abre hacia arriba mientras su rostro parece decir: ¿qué hacemos ahora?

–Mimi miii mii mi mimi mi mi mi. ¿Mi mimimi miii mimimi mii mii mmmi mi? ¡Mimim nim mii nim mii nim mii! ¿Mi ni mimimi mi mi? Mini nimi nimiiiimi miii mi miii nii… ¡Mimimimi mimi mimi mimmm mi mi! Mi mi mi. ¿Mi mimimi miii mimimi mii mii mmmi mi? ¡Mimim nimm mii! ¿Mi ni mimimi mi mi? Mini nimi nimiiiimi miii mi miii nii… ¡Mimimimi mimmm mii! ¿Mi ni mimimi mi mi? –la voz es aguda, pero tiene variaciones de tono y al final de las frases (¿debo llamarles así?) la potencia del sonido se agota y el habla se hace un poco ronca. Esta dimensión de la historia sería capturada con fidelidad mediante el recurso de la audiograbación. Transcribir a un sistema de letras la secuencia de vocalizaciones de Diana es muy difícil para mí, como si fuera una canción sin palabras del siglo XIX. Nunca aprendí la escritura musical y es imposible para mí ahora realizar un transcrito de aquellos ciclos musicales de Jakob Ludwig Felix Mendelssohn conocidos como Canciones sin palabras. Escucho el piano del Libro 1, Opus 19, y comprendo sentimentalmente el discurso, pero mis dedos no encuentran las teclas para traducir la música. No encuentro una equivalencia entre las notas musicales y las letras de mi teclado. ¿No debería redactar esta parte del ensayo un músico? Tal vez necesito ahora un pentagrama y una secuencia de notas, porque hay momentos, al escuchar a Diana, más semejantes a la experiencia de la música que al entendimiento del lenguaje. He tratado, con torpeza, de dar cuenta de estas variaciones rítmicas y melódicas mediante signos de puntuación, de interrogación, de exclamación; con su lenguaje inventado, como le llama la madre, parece transmitir preguntas, afirmaciones, estados de ánimo; hay un ritmo difícil de codificar en su entonación melódica, como los balbuceos y la sílaba tartamuda de los niños en su primer año de vida. Los puntos son seguidos de pausas de duración variable, y luego aparecen segmentos de sonido, casi siempre rápidos, incluso en ráfagas, repeticiones de un patrón donde abusa colosalmente de la m y la i, con modificaciones progresivas, en ocasiones, aunque al final con recaídas a la sílaba magnética. A veces escucho residuos de una memoria de sonidos verbales, pedazos de función lingüística fascinantes, pero francamente incomprensibles.TRES

–¿Qué más puede hacer? –pregunto en un intento de acabar con mis fantasías para volver a la praxis– ¿Ve la televisión, juega con ustedes algún juego de mesa?

–Mire, doctor, pasa lo siguiente: cuando finalmente pudo caminar y comer sola se volvió extremadamente rebelde, muy inquieta. Sí se sienta con nosotros a ver la televisión, por ejemplo, pero de pronto se levanta y la apaga o simplemente se encierra en su cuarto; otras veces es peor. Se pone a llorar o se quita la ropa en medio de la sala o trata de pegarnos.

–Últimamente ha estado muy tranquila, ¿no? –comenta Oswaldo.

–Sí –continúa la madre–. La medicina le ha caído muy bien. La vemos más tranquila, incluso cariñosa; pero obediente, no. Supongo que no entiende las situaciones bien. ¿Usted cree que puede pensar de forma normal, doctor? Como no puede hablar, me pregunto si puede pensar. ¿Usted qué opina?

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