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DICIEMBRE 10, 2009

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Mientras espero la llegada de Amanda, me asomo al expediente con los datos recabados hasta el momento por mi colaboradora, la doctora Berenice Soria.

Se trata de una mujer de treinta y tres años, católica, desempleada, de clase socioeconómica baja. Estudió hasta el cuarto semestre del bachillerato. Nació en la Ciudad de México. Vive en casa de sus hermanas en Valle de Chalco, en los límites de la zona urbana de la Ciudad de México.

Los orígenes de su historia vital me parecieron relevantes: Es producto del primer embarazo (no planeado ni deseado) de nueve que tuvo, en total, su madre, quien tenía trece años en aquel momento y era víctima de maltrato físico y psicológico por parte del padre de Amanda. El parto fue anterior al plazo normal, ya que nació a las treinta y cuatro semanas de gestación, con uso de fórceps, sin datos de hipoxia neonatal.

Durante la primera infancia fue víctima de circunstancias muy desafortunadas: La madre golpeaba a la niña desde los cuarenta días de nacida, ya que se encontraba desgastada por el maltrato que recibía de su esposo, quien decidió abandonarla algunas semanas después del parto. El desarrollo intelectual y físico de Amanda fue normal, pero a los ocho años presentó una temporada de encopresis. No puedo evitar indignarme con la madre al leer esto, aunque no pienso decírselo. Por otra parte, el desarrollo de problemas para controlar los esfínteres me resulta a la vez perturbador y comprensible en estas circunstancias.

En la primaria, era muy distraída, aunque aprobaba los exámenes con buenas calificaciones. Perdía útiles escolares con facilidad y la maestra se quejó regularmente de movimiento excesivo en el salón de clases. No respetaba reglas y tenía una gran dificultad para esperar su turno en los juegos y dinámicas escolares. Reaccionaba con agresividad hacia sus hermanos y compañeros de escuela por motivos triviales. Según leí, Amanda recibió atención psiquiátrica durante aquella época, se le hicieron estudios de electroencefalograma y recibió algún medicamento, aunque fue imposible que la madre recordara cuál.

Sigo leyendo: Fue víctima de abuso sexual en la infancia (felación) por un hermanastro de su madre, y por tocamientos realizados por la pareja de su madre, a los nueve años de edad. A los once años esta situación se repitió, aunque los tocamientos fueron realizados por otra pareja de su madre, y en múltiples ocasiones por su primo; así mismo sufrió abuso sexual con penetración por un desconocido en la calle.

Al continuar la lectura obtuve algunos detalles acerca de su historia médica reciente: En noviembre del 2008 fue atropellada por vehículo en movimiento. Permaneció en estado de coma durante tres semanas en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital General de Balbuena. Le diagnosticaron edema cerebral, hemorragia cerebral y fractura de cráneo. Fue intervenida mediante neurocirugía. Tras recuperar el conocimiento, presentó conductas inapropiadas, por ejemplo, quería permanecer desnuda, se expresaba con palabras altisonantes, y posteriormente habla incoherente.

La lectura me acercó a la experiencia de pérdida de vitalidad de Amanda: Seis meses después del accidente realizó un intento suicida en su casa (abriendo las llaves del gas, tras una discusión de pareja). Fue internada en un hospital psiquiátrico por once días. Al egresar, realizó un nuevo gesto suicida al colocarse cuchillos en el pecho, con amenazas de matarse durante un pleito familiar. Estuvo internada nuevamente durante veintiún días.

Transcurren las horas de la mañana y Amanda no se presenta; como en otros casos, las dificultades económicas y prácticas para desplazarse hasta el Instituto de Neurología o la aparición de algún vendedor de esperanzas más cercano a su comunidad pueden haber impedido el arribo esperado de la paciente. O tal vez una nueva crisis la ha llevado a un enfrentamiento con la policía. Olvido el problema al concentrarme en otros; con la premura de siempre guardo mis cosas al aparecer la tarde y me dirijo a casa. La incertidumbre ha sido encubierta de algún modo por el alivio; al parecer no deberé encargarme de un problema clínico que podría transitar hacia el escenario legal. La profesión me ha llevado a cárceles, reclusorios, oficinas del ministerio público y otros sitios encantadores del sistema judicial mexicano. Lugares que anhelo expulsar de la memoria, y que incluso están prohibidos en mi ensoñación nocturna (con la debida autorización de Sigmund Freud y su bufete de representantes en la Ciudad de México).

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