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DICIEMBRE 9, 2009

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Viene sola. Prefiere tener esta conversación en privado para comentar problemas de Amanda que me darán una mejor perspectiva del caso: necesita quejarse sin testigos o entrometidos.

–Estela Muñoz, para servirle –se presenta conmigo al entrar a consulta.

Hago lo mismo y paso al problema tan rápido como puedo.

–Me informaron que su hija se comportó muy agresiva en la consulta externa.

–Lo que pasa es que Amanda estaba muy enojada ese día; de hecho ha estado furiosa conmigo durante varias semanas, porque piensa que queremos quitarle a sus hijos.

–El nombre de ella es Amanda Sánchez Muñoz, ¿cierto?

–Así es.

–¿Cuántos hijos tiene?

–Dos niños. Samuel, de seis años, y Bárbara, de cuatro. Precisamente de eso le quiero hablar. Están muy mal los niños, doctor. La niña no quiere comer y Samuel se ha vuelto como su madre, totalmente desordenado, distraído. Nos mandan muchos reportes de la escuela porque se porta mal. Se ha peleado con otros niños, y dicen que él empieza los pleitos. Es un problema tremendo. Le ponen reportes. Lo castigan. Me piden que lo vaya a recoger a las diez de la mañana. La situación es muy complicada, porque lo dejo en la escuela a las ocho, en Valle de Chalco, tomo el autobús para ir a trabajar hasta Iztapalapa, y apenas voy llegando a las diez a trabajar cuando ya me están llamando para regresarme a la escuela. Por muy rápido que vaya tardo dos horas en regresar, y de todos modos pierdo el día de trabajo.

–¿En qué consiste su actividad?

–Le ayudo a una señora que se llama Virginia. Yo lavo la ropa y arreglo su casa. Pero la verdad es que la señora ya se está fastidiando de mí porque a cada rato le pido permiso para salir: tengo que ir por Samuel, la niña ya se enfermó, tengo que traer a mi hija al hospital, hay que atender a los policías que la agarraron en algún escándalo…

–¿Amanda no puede ir por los niños a la escuela?

–¡No, doctor! A veces lo hace, pero tengo que cuidarla porque se mete en mil problemas –la voz de doña Estela es ronca y suave, pero sabe poner énfasis cuando quiere hacerlo–. Se ha peleado con una maestra y con el vigilante de la escuela. La directora del plantel me dijo que van a expulsar a Samuel, porque ahora le enterró sin querer un lápiz a otro niño.

–¿Cómo sucedió eso?

–Mire, doctor, hasta pena me da platicarlo. Pues resulta que Samuel tomó el lápiz y lo puso en el asiento de un compañero, con la punta hacia arriba, mientras lo agarraba con fuerza usando el puño. Cuando el compañero llegó corriendo a sentarse, ¡resulta que se enterró el lápiz hasta adentro del trasero! Imagínese el señor problema que se nos vino encima con la escuela y los papás del otro niño. Ahorita las cosas están muy difíciles para nosotros.

–¿Amanda no cuida a sus hijos?

–¡No, qué los va a estar cuidando! Para nada, doctor. Ella está bien contenta en la calle echando novio con el señor de los camiones, con el del taxi, con los muchachos que van pasando… Se nos ha desaparecido por varios días y los niños se quedan allí en la casa, abandonados. Nos les da de comer.

–Y Amanda, ¿qué dice de todo esto?

–¡No, pues ella no dice nada! Se ríe, se enoja, nos grita, pero no dice nada. Se pelea con los niños por cualquier cosa, especialmente con Samuel. El otro día lo golpeó hasta sacarle sangre de la nariz. Yo he tratado de impedirlo, pero ella me avienta, tiene una fuerza impresionante. Una de mis hijas, que se llama Adela, se metió en el pleito una vez para ayudarme y acabaron a los golpes las dos; entonces Adela se llevó a los niños a su casa durante unos días. Amanda piensa desde entonces que le queremos quitar a los hijos, y por eso trató de suicidarse, ¡dos veces! Mis otras hijas ya están hartas de la situación, dicen que ya la abandonemos, que nada más nos trae problemas.

–En la nota médica del Hospital Psiquiátrico Fray Bernardino dice que Amanda tuvo un accidente en el año 2008, ¿es así?

–Así es.

–Tuvo una lesión muy grave en la cabeza, ¿cierto?

–Muy grave. Tuvieron que operarla del cerebro.

–Y su problema de agresividad, ¿apareció después del accidente?

–¡Qué va! Tal vez empeoró, pero desde antes del accidente era muy agresiva, se le iba a golpes a su esposo. Pero también era muy trabajadora. Se arreglaba el pelo con mucho cuidado y era muy coqueta. Tenía problemas con los hombres porque le decían cosas y sus esposas se la querían agarrar, hasta alguna vez pensé que el accidente era por parte de alguna de ellas. Las malas lenguas dicen que mi hija estaba con su amante en la casa de él cuando llegó la esposa; Amanda tuvo que salir corriendo, se subió a toda velocidad en su motocicleta, y al ver que la perseguían se descuidó y derrapó en medio de la calle; un coche la atropelló entonces… Quién sabe. Yo no estaba allí para comprobarlo. En el hospital nada más me dijeron que había sido atropellada.

La señora Muñoz hizo una pausa para preguntar:

–¿No tiene por casualidad un poco de agua que me regale, doctor? En el camino para acá pasamos por unos rumbos muy polvosos y contaminados…

–Sandy –me comunico con mi asistente a través de la línea telefónica–. ¿Me puede regalar un vaso de agua? Que sean dos –corrijo de inmediato. La aparición de mi asistente nos da una pausa para relajar la atención por unos instantes y asimilar tanta información.

–¿En qué estábamos? ¡Ah, sí! Mire, doctor, esta no es la primera vez que Amanda tiene hijos y los pierde.

–¿Qué quiere decir?

–La primera vez que estuvo casada maltrataba a sus niños; también eran un hijo y una hija, y un bebé. Se peleaba muchísimo con su esposo. ¿El resultado? El marido la dejó y se quedó con los niños. Quién sabe cómo le hicieron los abogados del señor, pero el juez le dio la razón y Amanda perdió a los niños. O al menos eso me contó ella. Puede ser que nada más los abandonó y me dijo otra cosa.

–¿Eso ocurrió antes del accidente?

–Exactamente. Los niños que viven ahora en mi casa, Samuel y Bárbara, son hijos de su segundo matrimonio. Los del primer matrimonio ya han de estar más grandes. Hace mucho tiempo que no los veo.

–¿Aún está casada?

–No, ya se divorció otra vez, antes del accidente. Esta vez los niños se quedaron con nosotros pero, como le digo, no me extrañaría que otra vez los pierda. Nos visitaron unas trabajadoras sociales del DIF para revisar la situación de los niños, porque en la escuela avisaron que llegaban golpeados… Y pues allí me tiene, explicando a las señoritas del DIF que Amanda tiene una enfermedad, pero de todas maneras se asustaron al ver cómo vive y más aún cuando la conocieron.

–¿Por qué?

–Se portó igual de grosera que siempre; creyó que yo las había mandado traer para quitarle a los niños o algo así; aunque les pega y todo eso, la verdad es que los quiere mucho, y creo que esta vez sí sentiría muy feo si se los quitaran.

–¿Ella no trabaja actualmente?

–No, doctor. Desde el accidente. Eso sí, lo que sea de cada quien antes era muy trabajadora.

–¿A qué se dedicaba?

–Un poco de todo, pero principalmente vendía cosas, sobre todo perfumes. La verdad, era la que ganaba más dinero de todos nosotros. Tenía una motocicleta y andaba por todos lados, de casa en casa, y de algún modo siempre sacaba algo de dinero. Siempre fue muy inquieta, nada más la veíamos de un lado para otro. Y a la fecha. Con todo y su lesión de la cabeza se sale de la casa y ni modo de mantenerla encerrada; además no puedo, es mucho más fuerte que yo. Ojalá usted pueda ayudarme, doctor. Creo que ahora sí puede venir a consulta porque anda de mejor humor.

Acordamos una cita con Amanda al día siguiente.

Un diccionario sin palabras

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