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Capítulo 6

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#FelizNavidadÉlfica

Molly observó la expresión de Lucas mientras los elfos hablaban con él. Tenían un caso evidente, y él lo sabía. Y, si había algo que ella sabía de él, era que siempre estaba dispuesto a luchar por lo que era justo.

Las señoras se quedaron hasta tarde; parecía que estaban contentas tejiendo en la mesa de su cocina. Lucas también se quedó allí y, por su forma intensa de mirarla, ella se dio cuenta de que estaba esperando a que se fueran los elfos para que ellos dos pudieran mantener una conversación.

Sin embargo, a Molly no le apetecía hablar de nada.

Por suerte, el teléfono de trabajo de Lucas sonó a las diez de la noche para indicarle que había recibido un mensaje. Él le lanzó una mirada indescifrable e hizo un gesto con la cabeza hacia la puerta. Se dirigió hacia allí, como si estuviera seguro de que ella iba a seguirlo.

Lo cual hizo, por supuesto.

Él la sacó al porche, cerró la puerta para evitar los curiosos oídos y ojos de los elfos y la empujó hasta la pared, suavemente. Le tomó la barbilla con los dedos y la miró a los ojos.

–De acuerdo –dijo–. Me rindo. No puedo hacerle frente a alguien como tú.

Ella intentó contener la sonrisa triunfal, pero no pudo.

Él cabeceó.

–Antes de que digas «ya te lo dije», vamos a hacer un trato.

–Eso piensas, ¿eh?

–Sí.

–¿Qué trato es ese? –le preguntó ella, con cautela.

–Que no vas a salir sin mí. Somos socios, Molly, o no hay más que hablar.

Aquella noche que ella había dormido junto a él, Lucas estaba caliente como un horno. Ella se había despertado en dos ocasiones abrazada a él como si su cuerpo ya supiera lo que su mente no quería aceptar: que lo deseaba. Y se había apartado de él las dos veces.

En aquel momento, estaba igual de cálido. Y era todo músculos delgados y duros. Tuvo que contenerse para no volver a abrazarse a su cuerpo.

–¿Y si no acepto? –le preguntó.

–Entonces, avisaré a Archer para que se haga cargo del caso.

Molly sabía que Lucas era un hombre de palabra, y que haría exactamente lo que había dicho.

–Está bien –dijo–. Trato hecho.

Él asintió y dio un paso atrás, y ella se sintió desprotegida. Él le miró la cara y se detuvo en sus labios y, como por arte de magia, a ella se le separaron.

Entonces, Lucas la miró ardientemente, y desapareció con una sonrisa en los labios.

Cuando, por fin, ella se pudo acostar aquella noche, soñó con el futuro compartido con un hombre, un futuro que no podía ni iba a tener.

A la mañana siguiente, Molly se despertó pronto y fue al gimnasio. Hacía una tabla de ejercicios específica que le había diseñado su fisioterapeuta para que mantuviera la fuerza en la pierna debilitada.

–¿Preparada? –le preguntó una voz masculina a su espalda.

Ella se levantó y se enjugó el sudor de la frente. Se trataba de Caleb, un gran cliente de Investigaciones Hunt que, además, era su compañero secreto de lucha.

Caleb tenía sus motivos para guardar el secreto. Era un libro cerrado, un misterio para todo el mundo.

Molly nunca le había contado a nadie que la estaba entrenando. Había empezado a hacer ejercicio para recuperar la fuerza después de la última operación, y se había convertido en algo como una religión para ella. Una religión muy privada. El hecho de mantener la fortaleza física la ayudaba a mantener la fortaleza mental. Nadie podía llegar a ella.

O, al menos, eso era lo que le gustaba pensar.

Entró al ring con Caleb y sonrió.

Él enarcó las cejas.

–Parece que hoy estás deseando patearme el trasero.

–Pues sí.

Él se echó a reír y afianzó el peso en el suelo cuando ella se abalanzó. Molly le barrió las piernas de un golpe, pero, en el último segundo, él la agarró por una pantorrilla y consiguió que cayera también.

–Mierda –murmuró ella, tendida boca arriba, con la respiración entrecortada.

–Has hecho un gran movimiento –dijo él, quitándole el peso de encima rápidamente, y le tendió una mano para ayudarla a levantarse–. Pero lo delataste con la mirada, por eso te vi venir.

Ella asintió y… fue por él otra vez.

En aquella ocasión, Caleb cayó al suelo como un saco y se quedó allí, con un gesto de dolor.

–Oh, mierda –dijo ella, con un jadeo, y se sentó a su lado. Le puso la mano en el pecho–. ¿Estás bi…?

El resto de la frase fue un «¡Ay!» que ella emitió cuando él rodó y se tendió encima de ella para inmovilizarla.

–Eres un malvado –dijo Molly, riéndose.

–Así es la vida –respondió él con seriedad–. No permitas que se aprovechen de ti por ser una blanda.

–¡Eh!

–Lo digo en el mejor sentido posible –dijo Caleb, y se puso en pie de un salto, sin tener que apoyarse en las manos.

Alguien silbó en voz baja, y los dos se dieron la vuelta. Sadie estaba dentro del ring.

–Gracias por recomendarme este gimnasio. Acabo de comprar un pase para un día –dijo, mirando a Caleb con una expresión indescifrable.

Él también la miró, pero no dijo nada. Que Molly supiera, ellos dos no tenían demasiada relación, lo cual hacía que toda aquella interacción fuera fascinante.

–Hola, Sadie –dijo Caleb.

–Hola, Trajes –le dijo Sadie.

En aquel momento, Caleb llevaba unos pantalones cortos y una camiseta deportiva de manga larga, pero era cierto que, fuera del gimnasio, casi siempre llevaba traje.

–Ese insulto se está quedando viejo –respondió él.

Sadie encogió un hombro.

–Solo quiero asegurarme de que sabes que con lo que vale uno de tus trajes se podría dar de comer a todos los sin hogar de San Francisco durante un año.

La expresión de Caleb se volvió severa.

–¿Estás sacando conclusiones sobre mí? –preguntó en voz baja.

Sadie se encogió de hombros.

Caleb la observó un largo instante.

–Creo que deberíamos terminar con este jueguecito. ¿Hay alguna posibilidad?

–Yo diría que no –respondió ella, y se marchó hacia las pesas.

–Vaya –dijo Molly, observando a Sadie mientras se alejaba–. Normalmente es muy tranquila. ¿Qué has hecho para que se enfade tanto?

–Respirar.

Ella no se lo creyó. Claramente, había algo en el pasado de aquellos dos, y ella entendía perfectamente aquellos asuntos, porque su propio pasado también la había afectado profundamente. Fue pensando en ello mientras se duchaba e iba a trabajar.

Se había criado con dos hombres autoritarios, así que siempre estaba dispuesta a resistir y a luchar. En realidad, aprender a retirarse a tiempo había sido una lección que había aprendido a los catorce años.

Joe se había unido a un grupo de chicos malos, y uno de esos chicos había sido el primero de quien ella se había enamorado. Darius era encantador y demasiado mayor, dieciocho años, pero flirteaba con ella, y ella estaba completamente deslumbrada. Lo que no sabía era que los amigos de Darius querían que Joe robara un coche para ellos, y que, como él se había negado, habían decidido chantajearlo.

Secuestrándola a ella.

Al principio, no había entendido la gravedad de la situación. La habían atrapado de camino a casa desde el colegio, y Darius estaba entre ellos. Todavía sentía el terror, el sabor de la sangre, porque se había mordido el labio para no llorar ni demostrar miedo. La habían metido en una furgoneta y se la habían llevado a una casa abandonada, le habían ordenado que se sentara y que mantuviera la boca cerrada.

Pero ella no había sido capaz de hacerlo.

Sencillamente, la pasividad no formaba parte de ella. Era una adolescente que no había podido mantener la boca cerrada ni siquiera para salvar la vida. Tenía que luchar.

Pero no le había salido tan bien. Se apartó de la cabeza aquellos recuerdos. Pero allí seguía, quince años después, intentando resistir.

Media hora más tarde estaba en el Edificio Pacific Pier, abriendo la oficina de Investigaciones Hunt para comenzar la jornada.

A los tres minutos entró Archer con un traje negro de equipo y tácticas especiales, y con armas suficientes como para defender un país entero.

Habían estado investigando una estafa a una compañía de seguros. En aquel caso, se trataba de un fraude en la manufactura y distribución de medicamentos. El fraude consistía en entregar documentación falsa a los proveedores de seguros de salud y en hacer pagos ilegales a cómplices y profesionales de la medicina, generando más de cinco millones de dólares de beneficios de procedencia criminal.

Molly vio entrar a un impresionante grupo de tipos guapos y en forma, a los que el traje y el equipamiento de operaciones les sentaba como un guante, cada uno de ellos sexy y peligroso a su manera.

Aunque para ella solo destacara uno.

–Buena información –le dijo Archer, cuando ella lo miró–. Buen trabajo.

Vaya. Dos cumplidos en una semana. Molly se sintió orgullosa.

–¿Habéis tenido algún problema para orientaros en Hunters Point?

Hunters Point era el basurero radiactivo de San Francisco. El Astillero de Hunter’s Point y las zonas colindantes no eran exactamente el tipo de lugar donde uno quisiera entrar sin conocer todos los rincones escondidos y partes más oscuras.

Joe y Molly lo sabían muy bien, porque se habían criado allí. La nave industrial en la que habían estado operando estaba, literalmente, en un laberinto de naves, y la zona era muy peligrosa.

–No hemos tenido verdaderos problemas –respondió Archer.

No era una respuesta muy clara, pero parecía que habían podido resolver lo que hubiera sucedido allí. De todos modos, ella sabía que habría sido muy valiosa en la operación.

–Si me hubieras dejado ir, habrías tenido a otra persona, además de Joe, que conoce ese sitio como la palma de su mano.

–Tal vez la próxima vez –dijo él.

–Mentiroso.

Al oír aquello, Archer le lanzó otra de sus escasas sonrisas.

–Te encontraré el caso adecuado.

Ella le devolvió la sonrisa. Ya tenía un caso adecuado. Cuando él pasaba por delante del mostrador, le puso un montón de correspondencia en el pecho para que se la llevara.

Tras él iba Lucas, que aminoró el paso para mirarla.

Ella le devolvió la mirada. Llevaba una gorra negra, una camiseta negra de manga larga y unos pantalones de estilo militar, además de unas botas reforzadas. Estaba tenso y tenía una mirada muy aguda. Era alto y tenía un aire peligroso, y transmitía nerviosismo. Ella nunca hubiera querido eso en un hombre, si hubiera querido estar con alguno, pero el corazón se le aceleró de todos modos.

Al ver que él sonreía ligeramente, Molly notó un calor líquido en las venas.

Joe iba detrás de Lucas, hablando por teléfono. No alzó la vista y empujó hacia delante a su amigo, que se apartó para dejarle paso.

Molly respiró profundamente y se dijo a sí misma que estaba en el trabajo, y que tenía que dejar de devorar a Lucas con la mirada.

–Eh –dijo Joe con el ceño fruncido–. Estás muy roja.

Ella se puso las manos en las mejillas.

–He estado… haciendo ejercicio.

Lucas enarcó una ceja, y ella apartó la mirada.

Archer asomó la cabeza por la puerta de su despacho y la miró.

–¿Estás enferma?

Joe trató de tocarle la frente, pero ella le apartó la mano.

–No, claro que no estoy enferma –dijo.

–Tiene fiebre. Está caliente –dijo su hermano.

Lucas tosió, y ella se dio cuenta de que lo había hecho para disimular una carcajada. Claro que estaba caliente. Era por él, y él lo sabía, demonios. Se puso en jarras y les lanzó una mirada fulminante a su hermano y a su jefe.

–Neandertales, escuchad con atención: no estoy enferma. He estado haciendo ejercicio antes de venir a la oficina y todavía estoy… acalorada.

–¿Tú haces ejercicio? –le preguntó Joe.

–¿Sabéis una cosa? Si me muriera y fuera directamente al infierno, tardaría una semana en darme cuenta de que ya no estaba en el trabajo. ¡Marchaos y dejadme en paz!

Archer y Joe se pusieron a murmurar y se alejaron. Pero Lucas, no.

Ella lo miró fijamente.

Él le devolvió la mirada.

–¿Estás haciendo ejercicio?

Ella suspiró.

–Pues claro. No soy el frágil copo de nieve que pensáis.

Él se rio en voz baja, y ella notó un cosquilleo en el estómago.

–Eres muchas cosas –le dijo Lucas–, cosas increíbles, pero yo no creo que ser delicada y frágil sea una de ellas.

Molly sonrió de mala gana.

–Puede que eso sea lo más agradable que me han dicho en la vida.

–¿Y qué tipo de ejercicio haces? –le preguntó él.

Por su expresión, ella se dio cuenta de que no le formulaba la pregunta por preocupación, ni por duda, sino por una genuina curiosidad.

–Voy al gimnasio de Van Ness Avenue –respondió–. Hago pesas y voy a diferentes clases, cuando puedo.

–¿Van Ness? Caleb tiene un gimnasio en esa calle.

–Ya lo sé –respondió ella–. Algunas veces, me entreno con él.

Lucas se quedó un poco sorprendido.

–Caleb ex experto en artes marciales, y un tipo duro.

Ella sonrió y se encogió de hombros.

–Es un buen compañero de entrenamiento.

Lucas miró su cuerpo y descendió hasta su pierna derecha, como si tratara de averiguar si le estaba tomando el pelo o no.

–Él no me trata como si fuera de cristal –dijo Molly con una mirada elocuente.

Al oírlo, Lucas la miró con una expresión de… celos.

–¿Qué hace? –preguntó él.

–Me obliga a trabajar duro –respondió ella.

Aquella expresión se agudizó… Sí, eran celos. Y ella se sintió muy agradada. Para disimular una sonrisa de petulancia, se giró hacia el ordenador.

–Quería decirte que esta noche estoy libre –le dijo Lucas, a su espalda.

A escondidas, ella sonrió triunfalmente.

–Muy amable por tu parte, pero no voy a salir contigo –respondió con ligereza.

–Sabes que no me refiero a eso.

Entonces, Molly giró la silla y lo miró como si estuviera dolida.

–Entonces, ahora que ya nos hemos acostado, ¿no te intereso más? ¿No quieres seguir viéndome?

Él se encogió y miró a su alrededor para cerciorarse de que estaban solos.

–¿Es que quieres que me maten?

Ella se echó a reír y volvió a mirar su ordenador. Sabía que era malvada por engañarlo y que iba a tener que decirle la verdad muy pronto, pero… aquel día, no.

Él se acercó a su espalda y le susurró al oído:

–La venganza es una lata, Molly.

Ella se estremeció, pero siguió trabajando o, por lo menos, fingió que lo hacía. Consiguió resistir tres minutos hasta que se rindió y echó una miradita hacia atrás.

Lucas ya no estaba.

Pero había una taza de café humeante esperándola en el mostrador.

Bien jugado.

E-Pack HQN Jill Shalvis 2

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