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Capítulo 1

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#TraviesoOBueno

Lucas Knight tardó más de lo debido en darse cuenta de que había una mujer en su cama, porque tenía una resaca espantosa. Y, para empeorar aún más la situación, no recordaba absolutamente nada de lo que había ocurrido la noche anterior. Rápidamente, se puso a recapitular. En primer lugar, había un hatillo de curvas dulces y suaves pegado a él. En segundo lugar, tenía la sensación de que se le iba a separar la cabeza del cuerpo. Y, en tercer lugar, el costado le dolía como si le hubieran pegado un tiro.

Hacía dos semanas, en el trabajo, se había visto atrapado en un fuego cruzado, y aún no tenía autorización médica para dedicarse a algo que no fueran tareas ligeras. Obviamente, la noche anterior había pasado por alto esa orden, puesto que estaba palpando un trasero agradable, cálido, femenino.

«Piensa, hombre».

Con esfuerzo, recordó que se había tomado un analgésico antes de ir al pub O’Riley para reunirse con algunos amigos. En el pub se había encontrado con un cliente a quien hacía poco tiempo había ayudado a evitar pérdidas millonarias debido a un caso de espionaje industrial. El cliente había pedido unos chupitos para brindar por Lucas y… Mierda.

Sabía perfectamente que no había que mezclar analgésicos y alcohol, así que había vacilado, pero todos lo estaban esperando con los vasos levantados. Pensando que con un solo chupito no iba a ocurrir nada, había apurado el trago.

Estaba claro que se había equivocado, y esa equivocación le había metido en un buen lío, algo que llevaba años sin ocurrirle. No había vuelto a ocurrirle desde que habían matado a su hermano Josh. Dejó eso para otro momento, o para nunca, y abrió un ojo. La luz del sol que entraba por la ventana le atravesó la retina, así que volvió a cerrarlo inmediatamente.

Respiró hondo, reunió fuerzas y, en aquella ocasión, abrió los dos ojos. Estaba desnudo y completamente destapado. Y la mujer que había a su lado estaba enrollada en su edredón.

Qué demonios…

Poco a poco, comenzaron a filtrarse algunas imágenes en su cerebro. Le había ganado doscientos dólares al billar a su jefe, Archer, el director de Investigaciones Hunt, donde él trabajaba de especialista en seguridad.

Bailando con una morena muy atractiva…

Y, luego, subiendo las escaleras hacia su piso, pero no a solas.

Le dolía demasiado la cabeza como para recordar algo más, pero, claramente, la morena no solo había subido con él, sino que se había quedado. Como estaba demasiado cerca y envuelta en el edredón, no conseguía verle la cara. Lo único visible era una melena castaña, ondulada y brillante asomándose por la parte superior del edredón.

Aguantando la respiración, Lucas se alejó lentamente hasta que pudo levantarse de la cama.

El pelo de la morena ni siquiera tembló.

Con un suspiro de alivio, se puso la ropa que había dejado en el suelo la noche anterior, jurándose que no iba a volver a tomar analgésicos ni a beber alcohol en toda su vida, y se dirigió a la puerta.

Sin embargo, no fue capaz de hacerlo. No fue capaz de ser ese tipo que se marchaba sin despedirse, así que se detuvo y entró en la cocina para hacerle, por lo menos, un café. Dejarle cafeína era un buen gesto, ¿verdad? Pues sí, pero… Mierda. Se había quedado sin café. No era de extrañar; generalmente, lo tomaba en el trabajo, porque Molly, la encargada de la administración de Investigaciones Hunt, hacía el mejor café del mundo.

Y, ya que una de las ventajas de vivir en el cuarto piso del Edificio Pacific Pier y trabajar en el segundo piso era la comodidad, le envió un mensaje a la maestra del café: ¿Hay alguna posibilidad de que enviaras una taza de café a través del montaplatos?

Unos segundos más tarde, oyó un teléfono móvil que sonaba con un tono desconocido en su habitación, y se quedó helado. Si quería salir de allí antes de tener que enfrentarse a la incomodidad de la mañana del día siguiente, se le estaba acabando el tiempo.

Como no tenía respuesta de Molly, optó por el plan B y garabateó rápidamente una nota: Lo siento, tenía que irme a trabajar, tómese su tiempo.

Luego vaciló. ¿Sabría ella su nombre, por lo menos? Como no tenía ni idea, añadió: Dejo dinero para un Uber o Lyft. Lucas.

Puso algo de dinero junto a la nota e hizo un mohín, porque sabía que seguía siendo un completo idiota. Se quedó mirando su teléfono.

Molly no había respondido todavía, lo que significaba que no le iba a salvar el pellejo. Era inteligente, aguda e increíble en su trabajo, pero, por motivos desconocidos, no estaba precisamente interesada en complacer a nadie, y menos a él.

Salió de casa y cerró la puerta.

El Edificio Pacific Pier tenía más de cien años y estaba en el centro del barrio Cow Hollow de San Francisco. Era una construcción de cinco pisos, de adoquines, vigas de hierro y grandes ventanales, erigida alrededor de una fuente legendaria. En el piso bajo y el segundo había tiendas y empresas. Las plantas tercera y cuarta tenían un uso residencial y el quinto y último piso estaba ocupado por su amigo Spence Baldwin, dueño del edificio.

En aquella época del año, todo estaba decorado para Navidad, como si fuera a rodarse allí una película de Hallmark.

Lucas bajó a paso ligero los dos tramos de escaleras que había hasta el segundo piso, pasó por delante de la oficina de la administración del edificio y de las oficinas de una ONG, y llegó a la puerta de Investigaciones Hunt. Iba preparado para que Molly, que estaría ya detrás del mostrador de recepción, le echara una buena bronca, no solo por haberle enviado aquel mensaje de texto, sino por el hecho de que hubiera aparecido por allí. Estaba de baja desde el día del tiroteo y no debía volver a trabajar hasta la semana siguiente, y eso, si el médico le daba el alta. Sin embargo, no era capaz de quedarse un día más en casa, algo que no tenía nada que ver con la desconocida que había en su cama.

O, por lo menos, no todo.

Se pasó una mano por la barba incipiente. Estaba muy tenso, algo que, para ser un tipo que se había dado un revolcón la noche anterior, no tenía mucho sentido.

Tampoco tenía sentido que, junto a la puerta de Investigaciones Hunt, en un banco, hubiera dos ancianas disfrazadas de elfos. De elfos que hacían punto.

El elfo izquierdo estaba tejiendo una media de Navidad, y el de la derecha, algo que todavía era demasiado pequeño como para que él pudiera verlo. Ambos elfos sonrieron a modo de saludo, con los labios cubiertos de pintura roja muy brillante. El de la izquierda tenía una mancha de pintura en los dientes, y la gorra le temblaba sobre el pelo blanco.

El elfo derecho sacó su teléfono móvil.

–Acabo de recibir un mensaje de Louise –le dijo al elfo izquierdo–. «No lleguéis tarde a trabajar esta noche, Santa Claus se ha convertido en el Grinch. Dios Santo» –leyó. Después, alzó la vista y vio a Lucas–. Vaya, hola, joven. Estamos esperando a Molly. Tenemos un problema con un Santa Claus malvado y ella nos dijo que nos veríamos aquí.

–Un Santa Claus malvado –repitió Lucas, preguntándose si, tal vez, todavía seguía metido en la cama y lo estaba soñando todo.

–Sí. Trabajamos para él. Obviamente –añadió el elfo derecho, señalándose a sí mismo.

–Son ustedes… elfos de Santa Claus –dijo él, lentamente–. Y trabajan para él en… ¿el Polo Norte?

–Sí, claro –respondió el elfo izquierdo con un resoplido–. No, trabajamos aquí, en la ciudad, como tú, en el Pueblo de la Navidad, en Soma. Con trajes demasiado ajustados y por muy poco sueldo. Cariño, ¿no te dijo tu madre que Santa Claus no existe?

Bueno, al menos, no creían que fuesen elfos de verdad. Eso era todo un alivio. Él tenía un tío abuelo que algunas veces pensaba que era Batman, pero solo las noches que se bebía los cheques de la seguridad social con sus amigos.

–Santa nos dijo que nos daría la mitad de los beneficios para donarlas a las ONGs que nosotras quisiéramos. El año pasado, ganamos mucho, tuvimos tantos beneficios que pudimos hacer unas buenas donaciones e ir a pasar un fin de semana largo en Las Vegas.

El elfo izquierdo asintió con una sonrisa.

–Yo todavía tengo la ropa interior de Elvis que llevaba el imitador de la fiesta a la que nos invitaron. ¿Te acuerdas, Liz?

Liz asintió.

–Sí. Pero este año no vamos a tener nada de eso. Santa Claus dice que no hay beneficios, que casi no llega a cubrir costes. Pero eso no puede ser cierto, porque acaba de comprarse un Cadillac nuevo. Molly es mi vecina, ¿sabes? No, él no sabía nada. Se le daban bien ciertas cosas, como investigar y encontrar a los tipos malos del mundo, y hacer justicia. Se le daba bien cuidar de su pequeña familia. Se le daba bien, cuando estaba de humor, cocinar. Y, en su opinión, también era bueno en la cama.

Sin embargo, lo que no se le daba bien era desenvolverse en las situaciones sociales en las que había que mantener una charla cordial con otra gente, y menos con dos señoras mayores vestidas de elfo.

–En realidad, Investigaciones Hunt no acepta este tipo de casos –dijo.

–Pero Molly nos dijo que es una agencia de seguridad e investigación de elite y que trabaja para quien los necesite.

Eso no era estrictamente cierto. Muchos de los trabajos que hacían eran rutinarios, como investigaciones para compañías de seguros, investigaciones de asuntos criminales, vigilancias y comprobaciones de la situación real de las empresas. Sin embargo, había otros casos que no tenían nada de rutinarios, como investigaciones forenses, detenciones de presos que cometían un quebrantamiento de las condiciones de la libertad condicional, contratos de trabajo para el gobierno…

Cazar a un Santa Claus malvado no estaba en aquella lista.

–¿Sabes cuándo va a llegar Molly? –preguntó el elfo izquierdo. Lo estaba mirando a él, pero seguía tricotando a la velocidad de la luz–. Vamos a esperarla.

–No sé cuál es su horario –respondió Lucas.

Y era cierto. Investigaciones Hunt tenía un director que era el tipo con más mal genio que él hubiera conocido. Se llamaba Archer Hunt, y en su equipo solo cabían los mejores. Lucas se sentía honrado de formar parte de aquel equipo. Todos ellos, incluido él, estaban dispuestos a interponerse entre una bala y su compañero, y algunos, incluso, lo habían hecho.

En su caso, era algo literal.

La única mujer que había en la oficina era Molly Malone, que tenía el mismo valor que ellos, aunque en otro sentido. Ella era la que los mantenía a todos alerta. Nadie se atrevería a entrar en sus dominios y meter la mano en sus cosas para ver cuál era su horario. Sin embargo, por lo menos, él podía preguntarlo.

–Voy a ver a qué hora suele llegar –dijo, y entró en la oficina.

Encontró a Archer y a Joe comiendo donuts en la sala de descanso. Tomó uno, asintió para saludar a Archer y miró a Joe, uno de sus mejores amigos y, también, su compañero de trabajo.

–¿Dónde está tu hermana?

Joe se encogió de hombros y tomó otro donut.

–No soy su canguro. ¿Por qué?

–Ahí fuera hay dos elfos que están esperando para hablar con ella.

–¿Todavía? –preguntó Archer, y cabeceó–. Ya les he dicho que no aceptaba su caso –dijo, y salió al corredor.

Lucas lo siguió, porque, si él tenía poca habilidad para las relaciones sociales, Archer no tenía ninguna.

–Señoras –les dijo Archer–. Como ya les he explicado, nosotros no trabajamos en casos como el suyo.

–Oh, ya lo hemos oído –dijo el elfo izquierdo–. Solo estamos esperando a Molly. Ella nos prometió que nos ayudaría personalmente si usted no lo hacía.

Archer puso cara de frustración.

–Molly no lleva ningún caso en la agencia. Es la encargada de la administración.

Los elfos se miraron y recogieron su labor.

–Muy bien –dijo el elfo izquierdo–. Entonces, vamos a verla a su casa directamente.

Archer esperó a que se hubieran metido al ascensor, y se volvió hacia Lucas.

–¿Por qué has venido?

–Vaya, yo también me alegro de verte, jefe.

–Permíteme que te lo pregunte de otro modo. ¿Qué tal tienes el costado? Ya sabes, ahí donde recibiste un balazo.

–Ya no tengo herida de bala. Se ha quedado en un arañazo. Me he recuperado lo suficiente como para volver a trabajar.

–Um… –murmuró Archer, que no se había quedado muy impresionado. Más bien, se había puesto de peor humor todavía–. No he recibido el alta de tu médico.

Lucas tuvo que contener un gesto de contrariedad. Su médico le había dicho repetidas veces que tenía que seguir de baja una semana más.

–Tenemos una pequeña diferencia de pareceres.

–Mierda –dijo Archer, y se pasó una mano por la cara–. Sabes que no puedo ponerte a trabajar mientras él no te dé el alta.

–Si me quedo en casa otro día más, me vuelvo loco.

–Solo hace dos semanas que te pegaron un tiro. Estuviste a punto de desangrarte antes de llegar al hospital. Hace muy poco tiempo de eso.

–Eso es prácticamente un episodio de la antigüedad.

Archer cabeceó.

–De eso, nada. Y te dije que abortaras la misión. En vez de eso, enviaste al equipo a un lugar seguro y te metiste solo en ese barco, sabiendo que se estaba quemando porque los culpables querían que se hundiera para cobrar el seguro.

–Entré porque sabía que todavía quedaba alguien a bordo –respondió Lucas–. Querían incriminar a un adolescente que se había refugiado allí y se había quedado dormido viendo la tele. Si no lo hubiera sacado, habría muerto.

–Y, en vez de eso, el que estuviste a punto de morir fuiste tú.

Lucas exhaló un suspiro. Habían tenido aquella discusión en el hospital. Y, desde entonces, otras dos veces más. No quería volver a hablar de ello, porque, además, no se arrepentía de haber desobedecido aquella orden directa.

–Salvamos a un chaval que era inocente. Tú habrías hecho lo mismo. Cualquiera de nosotros habría hecho lo mismo.

Archer miró a Joe, que había guardado silencio durante toda la conversación.

Joe se encogió de hombros, admitiendo que sí, que él habría hecho mismo. Y Archer, también. Lucas lo sabía perfectamente.

–Mierda –dijo Archer, por fin–. De acuerdo. Voy a dejar que trabajes, pero solo algo ligero, hasta que el médico me diga personalmente que ya estás al cien por cien.

Lucas no se atrevió a sonreír, ni a dar un puñetazo al aire en señal de triunfo.

–Muy bien.

A Archer se le pasó el mal humor. Sonrió ligeramente.

–Todavía no sabes cuál es el trabajo ligero que te voy a encomendar.

–Cualquier cosa será mejor que seguir en casa –dijo él, fervientemente.

–Me alegro de que digas eso –respondió Archer, y señaló con el dedo hacia la puerta–. Molly va a querer que nos tomemos en serio a esos elfos. Lleva meses pidiéndome que le asigne un caso, pero todos han sido demasiado arriesgados hasta el momento.

Lucas se frotó el costado. Lo que había dicho Archer era la pura verdad.

–¿Y?

–Y tú vas a tener que asegurarte de que no acepta el caso de los elfos. Todavía no está preparada.

Joe asintió, y a Lucas se le escapó una carcajada seca. Entendía por qué el jefe de Molly no quería permitir que se hiciera cargo de un caso, pero su hermano, Joe, debería tener más sentido común.

–Pero vosotros la conocéis, ¿no? –les preguntó Lucas–. Nadie puede decirle a Molly lo que tiene que hacer.

–Improvisa –respondió Archer, sin dejarse conmover–. Y ten en cuenta que todavía estás de baja, así que ten cuidado –añadió. Después, miró a Joe–. Danos un minuto.

Joe miró a Lucas y salió de la habitación.

–¿Tienes algo más que decirme? –le preguntó Lucas a su jefe

–Sí. No estropees esto. Y no te acuestes con ella.

Por supuesto, él nunca había sido demasiado exigente con respecto a las mujeres, pero en aquella ocasión estaban hablando de Molly. Era la hermana pequeña de un amigo y compañero de trabajo, lo cual significaba que no estaba dentro de sus límites. Por lo menos, de día.

De noche era otra cosa, porque Molly había aparecido en varios de sus sueños y fantasías. Era su secreto, porque le gustaba estar vivo.

–No, por supuesto que no. Nunca me acostaría con ella.

Archer miró hacia atrás para asegurarse de que Joe se había marchado.

–Elle y yo te vimos tonteando con ella ayer, en el pub.

–¿Qué?

–Sí. ¿En qué demonios estabas pensando? Tuviste suerte de que Joe llegara tarde.

¿Que él había tonteado con Molly? ¿Se había vuelto loco? Hacía mucho tiempo que había aprendido a ignorar la corriente de electricidad que había entre ellos, porque no tenía intención de mezclar trabajo y placer, y menos en hacerle daño a Molly.

Porque sabía que, al final, iba a hacerle daño.

Eso, sin tener en cuenta lo que le haría después Joe a él. Y, si Joe no lo mataba, Archer estaría encantado de rematarlo. Los dos tendrían derecho. Pero él no iba a pensarlo. Su trabajo ya había sido un obstáculo insalvable, en varias ocasiones, entre la mujer de sus sueños y él, así que había cambiado de prioridades. Adoraba a todas las mujeres, no solo a una.

Salvo que… En algunas ocasiones, como hacía dos semanas, cuando había estado a punto de morir en el trabajo, sabía que estaba engañándose a sí mismo. Durante aquella baja, por ejemplo, se había sentido más solo de lo que quería admitir. Veía a tipos como Archer y Joe, que habían conseguido que sus relaciones sentimentales funcionaran, y se preguntaba qué era lo que estaba haciendo mal.

Pensó en la mujer a la que había dejado en su cama. Tal vez, para empezar, debiera recordar el nombre de las mujeres con las que se acostaba.

–De verdad –le dijo a su jefe–, no ocurrió nada con Molly anoche.

–Um…

–No, de verdad. Parece que estuve con otra persona.

Archer enarcó las cejas.

–¿La morenita nueva de la barra? –preguntó. Después, le dio una palmadita en el hombro a Lucas–. Bueno, pues me alegro de saber que no vas a tener que morir hoy.

–Bueno, la verdad es que, cuando Molly se entere de que me has puesto a vigilarla, nos va a matar a los dos.

–Por eso no se va a enterar.

Lucas se quedó mirando fijamente a Archer.

–¿Se supone que no puedo contárselo?

–Exacto. Ya lo vas entendiendo.

Él no sabía mucho del pasado de Molly, salvo que le había ocurrido algo malo hacía mucho tiempo y que todavía tenía cierta cojera a causa de lo sucedido. Joe nunca hablaba de la difícil infancia que habían tenido su hermana y él, pero a los dos les costaba mucho confiar en los demás. Cabeceó y miró a Archer con un gesto de contrariedad.

–Esto es mucho peor que una vigilancia.

–¿Es peor que la muerte? –preguntó Archer.

Mierda.

Lucas bajó de nuevo las escaleras para darse una ducha y cambiarse de ropa. Necesitaba tener la cabeza clara cuando se encontrara con Molly, además de llevar preparada una buena historia, porque no podía decirle la verdad. Y eso iba a ser difícil, porque Molly era muy lista, demasiado lista.

Entró en su habitación, encendió la luz y se quedó helado.

La morena todavía estaba en su cama.

La luz la despertó. Dio un jadeo y se incorporó de golpe, sujetando la sábana con las dos manos por debajo de su barbilla. Tenía el pelo revuelto alrededor de la cara.

Y no era una cara desconocida.

Era la cara de Molly.

Molly era quien estaba en su cama. Lo primero que pensó Lucas fue: «Oh, mierda». Lo segundo, que, después de todo, sí iba a morir aquel día. Lenta y dolorosamente.

E-Pack HQN Jill Shalvis 2

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