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Capítulo 12
Оглавление#DejaAlElfoParaMásTarde
Lucas pensó que se estaba volviendo loco. Molly no era para él y, sin embargo, parecía que ni sus manos ni su lengua se habían dado cuenta.
Ni otras partes importantes del cuerpo…
Intentó salir de aquella neblina erótica y sensual que siempre lo envolvía cuando estaba cerca de ella, pero se dio cuenta de que la neblina era real. Habían empañado las ventanillas del coche.
–No es inteligente empañar las ventanillas cuando se está de vigilancia.
Ella se estiró el vestido por los muslos con los dedos temblorosos.
–Es rarísimo –susurró ella mientras se colocaba el gorro verde.
–¿El qué?
–No quiero desearte, de verdad, pero te deseo –le dijo, observándolo–. ¿Cómo puede ser?
Él sonrió.
–Es solo porque soy irresistible.
–Sí, tú sigue diciéndote eso a ti mismo. Y yo seguiré recordándome que a mí no me atraen los tipos como tú.
–¿Los tipos como yo? ¿Qué quiere decir eso?
–Los tipos grandes, peligrosos, agresivos… Que desprenden una química sexual muy molesta –dijo ella, mirando hacia la ventanilla empañada.
Lucas se alegró de que Molly no lo estuviera mirando a él, porque se habría enfadado al ver su sonrisa de triunfo. Estaba intentando no enamorarse de ella, pero era difícil, teniéndola allí delante con un traje de elfo, sexy y adorable, y enfadada porque lo deseaba sin poder remediarlo. Nadie podría resistirse a eso.
–Eres muy molesto –dijo ella, cruzándose de brazos.
–Pues hace un momento no te molestaba tanto –dijo él.
–Pfff. Todo esto es culpa tuya. No tenías que haberme besado otra vez.
Él se quedó mirándola con incredulidad.
–Pero si te he besado porque casi te pillan. Y, ya que estamos, de nada por haberte salvado el pellejo.
–Entonces, ¿me estás diciendo que el beso solo ha sido una táctica de distracción? –preguntó ella–. Y la lengua, y la mano que me has puesto en la nalga… ¿solo era trabajo?
–Eso no es lo que has preguntado –dijo él.
–Te lo pregunto ahora.
El beso había empezado así, como una táctica de distracción, pero, rápidamente, se había convertido en la demostración de que las cosas no eran nada fáciles entre ellos. Ella estaba despertándole emociones que había enterrado hacía mucho tiempo.
Y él no podía permitirse el lujo de sentir aquellas emociones.
–El beso empezó como una distracción, pero terminó siendo otra cosa muy distinta –dijo con sinceridad.
–Yo estaba bien –dijo Molly.
–Sí, claro. Estaban a punto de pillarte. ¿Sabes? Creía que tu hermano era la persona más obstinada que conozco, pero no es nada comparado contigo.
Ella se encogió de hombros, como si eso fuera un cumplido.
–Me las habría arreglado.
–Seguramente –dijo él–. Pero no estás sola en esto. Estamos los dos. Si algo sale mal esta noche, Archer nos habría culpado a los dos.
Abrió la puerta del coche y salió al aparcamiento.
–Vamos a acabar con esto.
La feria estaba completamente a oscuras, y la puerta del recinto, cerrada.
–¿Cuánto tardas en forzar la cerradura? –le preguntó Molly.
–Como mucho, dos minutos.
Entonces, ella lo apartó de un empujón.
–Yo tardo uno.
Era cierto y, aunque eso debía haber herido su orgullo, tuvo el efecto contrario. El hecho de verla forzar una cerradura en menos de sesenta minutos lo excitó aún más que el vestido verde y ajustado de elfo.
Llegaron al tráiler, que también estaba cerrado con llave. Molly volvió a forzar la cerradura y entraron en menos de un minuto. Sin poder contenerse, él la agarró por la nuca y la besó. Al apartarse, ella tenía los ojos ligeramente empañados.
–¿Por qué has hecho eso?
–No lo sé. Me vuelves loco.
Ella asintió.
–Eso me pasa mucho.
–Me refería a que me vuelves loco de un modo estupendo.
Ella se mordió el labio. Parecía que se había quedado muda al oír su confesión. No sabía qué pensar.
Y a él le ocurría lo mismo.
Molly se giró y miró la oficina. Tenía la típica forma de rectángulo. Estaba amueblada con un sofá destartalado de tres asientos y un archivador.
–¿Qué piensas?
¿Que qué pensaba? Que quería tender al elfo en uno de los escritorios y probar hasta el último centímetro de su cuerpo. Eso era lo que pensaba.
Al ver su expresión, ella le preguntó:
–¿Debería saberlo?
–Si lo supieras, saldrías corriendo.
Molly se detuvo, como si estuviera pensando en insistir para que se lo dijera.
«Hazlo», pensó él.
Pero ella se encogió de hombros y abrió un cajón.
–Oh, vaya.
Él se acercó y comprobó que todos los cajones que estaba abriendo Molly estaban vacíos.
–¿Crees que lo limpia todo todas las noches? –preguntó Molly–. ¿O lo ha hecho por nosotros?
–No lo sé, pero vamos a averiguarlo.
Ella asintió. Miró a su alrededor, pero allí no quedaba nada. Ningún papel, ningún ordenador.
Nada.
–Y ahora, ¿qué?
–Volveremos en tu siguiente turno. En algún momento, esta oficina estará desatendida. Tal vez, durante el bingo. Entraré entonces.
–Eso parece muy peligroso.
Lucas se encogió de hombros. Había estado en situaciones peores.
Ella lo miró.
–¿Qué pasa?
–No me gusta pensar que te estoy poniendo en una situación peligrosa.
Él se rio en voz baja.
–Algunos trabajos de los que hacemos son así, ya lo sabes. Esto no es nada.
–Será mejor que no resultes herido por mi culpa.
Él tuvo una sensación cálida. Hacía mucho tiempo que nadie se preocupaba por él. Su familia, sí, lógicamente, pero él les ocultaba el verdadero alcance del peligro de su trabajo.
Molly sí lo sabía, y lo entendía.
Y se preocupaba por él.
Aquello era una sensación extraña para él. Desde que le habían herido de bala, se había sentido extraño, solo. Aunque, si era sincero consigo mismo, tendría que reconocer que se sentía solo desde hacía mucho más tiempo. Después de perder a Carrie y, unos pocos años después, a su hermano Josh, en un incendio provocado, había decidido no volver a sentir demasiado por nadie.
Pero estaba sintiendo de nuevo, y sabía que era por Molly.
Lo que no sabía era qué iba a hacer al respecto.
Cuando volvieron al coche, Molly cerró los ojos y suspiró de cansancio.
–¿Por qué me miras así?
Al subir al asiento, el vestido se le había subido de nuevo por los muslos. Era una visión muy agradable; sin embargo, él se daba cuenta de que tenía dolores, porque tenía una tensión alrededor de los labios y los ojos. Lucas sabía que no podía mostrar ni un ápice de compasión, porque lo más probable era que ella lo matase.
–¿Parezco un idiota si te digo que me gusta cómo te queda ese traje? –le preguntó.
Ella se echó a reír.
–Bueno, por lo menos, eres sincero.
Él iba a preguntarle qué quería decir con «por lo menos», pero a ella la llamaron por teléfono. Respondió y escuchó un momento.
–Joe, no, no puedo tomarme la noche libre mañana para sustituirte. Ya te he dicho que estoy trabajando en una cosa…
Molly hizo una pausa y suspiró.
–Ya, claro. Tu novia es maravillosa y te va a llevar a una cita sorpresa y fantástica, y claro, tú has pensado que, como Molly no tiene vida propia, voy a pedirle que me sustituya. ¿Es eso?
Lucas se estremeció por Joe.
–No, claro que no –siguió Molly, después de un instante–. Por favor, deja que contribuya a que tu vida, que ya es maravillosa y genial, sea todavía mejor. Yo ya me las arreglaré.
Colgó, apoyó la cabeza en el respaldo y cerró los ojos.
–No me digas que no soy agradable. Ya lo sé.
–No iba a decir eso –respondió Lucas.
–¿Acaso soy agradable? –preguntó ella con ironía.
–Porque tú ya sabes que no eres agradable.
Ella dio un resoplido.
–Además, Molly… Tú sí tienes una vida.
Ella abrió los ojos y lo miró.
–¿Eso crees?
–Sí. Tienes muchos buenos amigos. Siempre estás saliendo con tus amigas, a los bares, de tiendas, al spa. Y tienes un buen trabajo que te mantiene ocupada y una familia a la que quieres.
–Sí, tengo amigos –dijo ella–, pero no permito que nadie se me acerque demasiado, porque eso no se me da bien. Y no me siento realizada con mi trabajo; por eso estoy persiguiendo a un Santa Claus que nadie piensa que sea malvado, salvo yo.
–Yo sí creo que es malo.
Ella suspiró.
–Pues gracias.
Cerró los ojos de nuevo.
–Y tu familia…
–¿Qué pasa con mi familia?
Él no sabía demasiado, y quería saber más. Sin embargo, no servía de nada preguntarle a Molly. A ella no le gustaban las preguntas.
–Dices que no dejas que nadie se te acerque mucho, pero Joe y tú estáis muy unidos, aunque le grites.
–Hemos tenido que estar unidos, ¿sabes?
–Pues… no. Joe es tan reservado con respecto a vuestro pasado como tú.
–Es una costumbre muy arraigada –admitió Molly–. Además, tampoco hay mucho que contar. Somos muy parecidos a todo el mundo.
Él la miró con ironía.
–Bueno… un poco más reservados, y no siempre… accesibles. Pero, hasta que Joe se enamoró de Kylie hace unos meses, éramos él y yo, solos contra el mundo. Compartimos el cuidado de nuestro padre. Siempre hemos tenido que cuidarlo.
–¿Cuánto tiempo hace que murió tu madre?
–Murió cuando yo era pequeña. Mi padre estaba en el ejército, y volvió de la guerra del golfo para cuidarnos. Pero ya no era el mismo. Tenía síndrome de estrés postraumático, aunque, en aquellos tiempos, esas cosas no se sabían. No era capaz de estar bien durante muchos días.
–¿Y no teníais más familia que pudiera ayudaros?
–No, pero nos las arreglamos. Cuando yo tenía diez años, él ya no era capaz de trabajar, y empezó a necesitar que se ocuparan de él. Así que eso es lo que hicimos Joe y yo.
Lucas intentó imaginarse cómo había sido aquello. Él tenía un padre y una madre, y los dos se habían ocupado activamente de sus hijos. Tenía sus hermanos, sus primos. Josh había muerto hacía solo cuatro años. Así pues, él no tenía ninguna experiencia que pudiera comparar con la vida de Molly.
–Debió de ser muy duro crecer así.
Ella se encogió de hombros.
–Yo no conocía nada diferente.
El hecho de que Molly no supiera nada sobre la muerte de su hermano significaba que no había utilizado los programas informáticos de búsqueda que tenían en Investigaciones Hunt. Si hubiera querido, Molly habría podido descubrir cuántos empastes tenía él a los ocho años. O que en el undécimo curso lo habían pillado con la hija del subdirector del colegio en el armario del conserje. O que a los veinticuatro años, su novia, Carrie, había muerto en un accidente de tráfico y él no había ido a su entierro porque estaba llevando a cabo una misión secreta en aquel momento, y nadie había podido ponerse en contacto con él.
O que, unos años después, cuando su hermano, que trabajaba de bombero, había muerto en un incendio provocado, se había retirado de la vida durante más de un año y había perdido su trabajo en la Agencia Antidroga, aunque eso no le había importado mucho en aquel momento. Los recuerdos de aquellos desgarradores días siempre amenazaban con enviarle otra vez al profundo y oscuro infierno en el que había caído. Iba resultando ligeramente más fácil recordar, pero solo un poco. En realidad, él no quería olvidar el dolor, porque no quería olvidar jamás a Josh.
Molly le puso una mano en el brazo y, con aquel pequeño gesto, consiguió conmoverlo.
Después, volvieron a casa en silencio. En él eso era normal. Sin embargo, en Molly, no, porque no era capaz de permanecer callada ni aunque su propia vida dependiera de ello. Él la miró varias veces, pero parecía que ella estaba contenta con aquel silencio.
–¿Estás bien? –le preguntó Lucas.
Ella asintió.
Sabía que estaba mintiendo, pero también sabía que no merecía la pena insistir.
–Espera –dijo él cuando paró el coche delante de su casa y ella se dispuso a salir.
–No es necesario que me ayudes. Buenas noches –dijo Molly.
Parecía que, de repente, estaba ansiosa por escapar de él. O que no confiaba en sí misma. Ojalá.
–Voy a acompañarte –le dijo.
–No es necesario –insistió ella.
–Molly, acabas de mosquear a un tipo del que no me fío nada, por no mencionar a su hermano Tommy el Pulgares. No sé tú, pero a mí me gustan tus pulgares.
–Creía que no estabas seguro de que fuera verdad lo de que Tommy el Pulgares sigue vivo.
–Digamos que estoy abierto a todas las posibilidades –respondió él, y salió del coche. Lo rodeó y la ayudó a bajar. El vestido se le había subido de nuevo por las piernas, y él se mantuvo delante de ella para que nadie la viera. Después, ella le dio las gracias con la voz entrecortada, mientras tiraba del traje hacia abajo.
La noche era silenciosa. Su barrio era antiguo y tranquilo. Eran casi las doce y, seguramente, los vecinos mayores ya se habían metido en la cama.
–Demonios –murmuró Molly.
Él se puso alerta y miró a su alrededor.
–¿Qué ocurre?
–He dejado la luz del porche encendida para poder ver cuando llegara, pero está apagada. Así que se ha ido la electricidad otra vez.
Él la tomó de la mano y caminó ligeramente por delante de ella, de un modo protector, pero Molly hizo un gesto negativo con la cabeza.
–No es que haya venido Tommy buscando mis pulgares –dijo–. Es por culpa de mi vecina. Espérame aquí.
Se soltó de su mano y atravesó el césped de la zona común. Llamó a la puerta contigua a la de su apartamento.
–¡Señora Berkowitz! ¡Deje de usar su… um… masajeador mientras tiene puesta la secadora! ¡Han vuelto a saltar los plomos!
Una mujer respondió desde el interior:
–¡Lo siento, cariño, pero tengo mis necesidades!
Molly suspiró y subió al porche, donde esperaba Lucas, que no podía contener la sonrisa.
–No tiene gracia –le dijo ella–. A lo mejor no vienen a dar la electricidad hasta mañana.
De repente, él oyó un sonido extraño a sus pies. Sacó el teléfono móvil y encendió la linterna para iluminar el suelo. Entonces, se encontró con el gato más grande y más negro que hubiera visto en la vida, girando alrededor de las piernas de Molly.
–TC –dijo ella en un tono de cariño que él nunca había oído en su voz.
–Miau –respondió el gato.
–Ay, mi bebé tiene hambre –murmuró Molly, a un gato que, seguramente, podría comérselos a los dos enteros si quisiera. Ella sacó un cazo de pienso de un bote que había debajo del banco del porche y llenó un comedero vacío–. Aquí tienes, precioso. ¿A que eres un gatito muy bueno?
El gato no respondió. Había metido el hocico en el comedero, y su ronroneo subió de volumen al comer.
–¿TC? –preguntó Lucas mientras se metía el móvil al bolsillo.
–Es un diminutivo de Tom Cat –dijo ella–. Es callejero. He intentado adoptarlo, pero no quiere entrar. Así que le doy comida y cariño cada vez que aparece. Es lo único que me permite.
–No parece que tenga problemas para conseguir comida –dijo él.
Molly se echó a reír.
–Creo que le da de comer todo el mundo del edificio. Tiene un buen truco. Cuando no me doy prisa en rellenarle el comedero, se pone delante de la pantalla de la puerta y me mira fijamente hasta que salgo –dijo ella.
Rebuscó sus llaves en el bolso y, después, Lucas se lo sujetó.
Molly abrió la puerta y entró a oscuras, sin vacilar, porque conocía la distribución. Él la siguió y, al oír que a ella se le caían las llaves al suelo, se agachó para recogerlas al mismo tiempo que ella.
Se golpearon las cabezas. Él vio las estrellas, pero intentó agarrarla, porque sabía que ella se había llevado la peor parte.
–Mierda, lo siento. ¿Te he hecho daño?
–¡Sí! ¡Tienes la cabeza más dura del planeta!
–¿Seguro? –preguntó él, pasándole la mano con cuidado por el pelo–. Yo creo que en esa categoría estamos empatados.
Estaban cara a cara, muy cerca, y saltaron chispas por el aire. Siguieron mirándose y, al final, Molly dijo:
–¿Sabes? Sadie está empeñada en que permita que tú seas el hombre de mi vida por una noche.
Él sonrió.
–¿De verdad?
–Sí.
–¿Y qué piensas tú?
–No quería ceder, pero ahora estoy empezando a replantearme las cosas.
Lucas estaba seguro de que la mente le estaba jugando una mala pasada. Pero lo cierto era que la deseaba más de lo que había deseado a nadie en mucho tiempo, tal vez nunca, y eso era decir mucho. Le acarició los brazos, y se dio cuenta de que tenía la piel de gallina.
Y no era por el frío.
Molly todavía estaba apoyada en él. Él medía un metro ochenta, y Molly, descalza, medía un metro sesenta, pero tenía una historia de amor con los zapatos de tacón, algo que, seguramente, agravaba sus problemas de piernas y espalda. En aquel momento, llevaba unas botas con un tacón de ocho centímetros, aunque cubiertas con las fundas que imitaban los zapatos verdes de elfo. De todos modos, la elevaban a una altura muy conveniente que podría hacerlos a los dos muy, muy felices.
–Sí, replantéatelo –murmuró él–. Y dime qué es lo que decides.