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Capítulo 8

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#CompartirEsQuerer

Lucas nunca había estado tan seguro de nada en toda su vida mientras miraba a Molly, que estaba ligeramente aturdida, esperando su respuesta con el corazón golpeándole el pecho.

Porque… Dios Santo. Aquel beso.

Si hubiera sido cualquier otra persona, él ya los tendría a los dos desnudos y a medio camino hacia la satisfacción. Pero se trataba de Molly.

En realidad, lo que le impedía acostarse con ella no era que fuera la hermana de su mejor amigo, ni que fuera compañera de trabajo, ni el hecho de saber que no quedaría zanjado con una sola vez y tendría que volver por más.

Lo que sí le impedía acostarse con ella era el hecho de que Molly pensara que estaba de su lado. Que la estaba ayudando porque ella se lo había pedido, cuando lo cierto era que la estaba ayudando porque era su trabajo, y porque le daba miedo que ella se enfrentara a una situación peligrosa sin respaldo. Ni siquiera los chicos salían solos a una misión. Siempre trabajaban en equipo, porque era el único modo de hacer aquel trabajo.

Sin embargo, a Molly no iba a importarle nada de eso. Solo le importaría que él estuviera haciendo de niñera, que era lo que iba a pensar, y que no le hubiera dicho nada desde el principio. Ella se enfadaría mucho, y él lo entendía, pero no podía decírselo, porque se retiraría del caso, y él pensaba que se merecía llegar hasta el final, al menos.

Teniendo en cuenta lo complicado que era todo aquello, solo iba a conseguir complicarlo aún más con las emociones.

Así que no iba a enturbiar las aguas. Tenía que contener su deseo por ella, y mantener la boca y las manos y otras partes del cuerpo alejadas de Molly.

Aunque aquel iba a ser el trabajo más difícil que hubiera hecho nunca.

–Me has mentido –le dijo.

Ella empezó a apartarse, pero él la sujetó y la miró a los ojos.

–¿Por qué? ¿Por qué dejaste que creyera que nos habíamos acostado?

Ella cerró los ojos.

–Explícamelo, Molly.

–Hablar no es mi punto fuerte.

–De todos modos, inténtalo.

Ella lo miró pensativamente.

–¿Qué recuerdas de la otra noche?

Lucas se encogió de hombros.

–Había intentado salir a correr ese día por primera vez desde el disparo, y llegué a casa con un dolor terrible en el costado. Me tomé dos pastillas de analgésico. Después, recibí un mensaje para que fuera al pub, porque había aparecido un cliente con el que habíamos quedado y a mí se me había olvidado. Él nos invitó a una ronda y brindó conmigo, y yo bebí –dijo, cabeceando–. Fue una estupidez por mi parte, pero así fue, y no recuerdo nada más hasta que me desperté contigo encima de mí.

–Yo no estaba encima de ti… –dijo ella, pero se interrumpió al ver que él enarcaba una ceja–. Está bien. Sí, estaba pegada a ti porque eres como una estufa y tenía frío, nada más.

–O…

–¿O qué?

–No lo sé, Molly, dímelo tú. Pero quiero que me digas la verdad. Sé que no tuvimos relaciones sexuales, porque ese beso… Sé que ha sido el primero entre nosotros. Me habría acordado de cualquier otro, y me habría acordado de lo que hubiera ocurrido después. Y tú, también.

Ella se ruborizó y puso los ojos en blanco.

–Sí, está bien. No lo hicimos. Yo nunca me habría aprovechado así de ti.

Al oír aquella respuesta, él se quedó sorprendido.

–Yo ya estaba en el pub cuando tú llegaste –continuó Molly–. Parecía que estabas perfectamente hasta que tomaste alcohol. Entonces, te pusiste pálido y empezaste a temblar y, cuando te pregunté si te encontrabas bien, me dijiste que necesitabas irte a la cama. El pub estaba abarrotado y todo el mundo estaba jugando al billar, o a los dardos, o bailando. Parecía que a nadie le importaba que llegaras sano y salvo a tu casa, así que te acompañé yo.

–Y, entonces…

–Te ayudé a subir las escaleras. Te caíste en la cama y me arrastraste contigo.

Él se quedó helado.

–¿Te obligué a tumbarte en la cama conmigo?

–¡No! No, nada de eso. Estabas jugando, haciendo bromas y diciendo que yo quería taparte como si fueras un bebé. De repente, se te cerraron los ojos y te caíste redondo. Ocurrió tan rápidamente, que me asusté. Y me quedé donde estaba.

–En mi cama.

–Sí.

–Porque estabas preocupada por mí.

–Sí.

–Entonces, yo… no intenté nada.

Ella se mordió el labio.

Oh, Dios. Lo había intentado. Tuvo una visión de Archer asesinándolo lentamente, pero, entonces, ella dijo:

–No fuiste tú, fui yo.

Él enarcó tanto las cejas, que se le escondieron en el pelo, y se le escapó una carcajada de alivio.

–¿Tú intentaste algo?

–No, yo no intenté nada. Pero quería hacerlo.

Él sonrió, y ella le dio un empujoncito.

–¿Quieres tomártelo en serio?

Lucas se sintió conmovido con su sinceridad. Claramente, se importaban el uno al otro, así que tenía que ser sincero con ella, porque aquello no podía suceder.

Nunca.

Apoyó la frente en la de ella, y dijo:

–No podemos.

Ella cerró los ojos y se apartó. Se dio la vuelta.

–Claro que no. Sería una estupidez. No sé en qué estaba pensando. No estaba pensando, en realidad.

Tomó el bolso y se dirigió directamente hacia la puerta.

Lucas la agarró de la mano y tiró de ella.

–No te atrevas a decir que lo sientes por mí –rugió Molly.

Él le acarició la sien con un dedo y le metió un mechón de pelo detrás de la oreja.

–No, no lo siento por ti. Siento lo que me estoy perdiendo.

–Bueno, yo, también –respondió ella, zafándose–. Porque te habría vuelto loco. Ahora tengo que irme a resolver mi caso.

Cerró la puerta antes de que él pudiera decir algo más, y lo dejó impresionado. No había mucha gente que pudiera hacerle sentir como un estúpido, y ella lo había conseguido sin esfuerzo.

La alcanzó en el ascensor, y no se le escapó que tenía una expresión dolida. Cuando ella alzó la mirada y lo sorprendió observándola, él sacó suavemente su teléfono móvil y se puso a mirar la pantalla.

–No tienes por qué fingir que no te das cuenta –dijo ella, cuando las puertas del ascensor se abrían al patio del edificio.

Hacía una noche muy fría, pero Molly salió sin detenerse y aminoró el paso cuando llegó a la altura del callejón del viejo Eddie, que estaba sentado en su caja. En aquella ocasión no estaba con Caleb, sino con una mujer, algo que era una novedad. Ella tenía el pelo plateado y la piel sonrosada, y Eddie y ella se estaban riendo de algo.

–Os presento a Virginia –dijo Eddie–. Es mi novia. Nos hemos conocido porque ella ha venido a buscar un poco de mi muérdago especial.

Lo más probable era que aquel muérdago especial fuera marihuana, y si Archer le pillaba vendiéndolo de nuevo, Spence y él tendrían que intervenir, como ocurría todos los años.

–Creía que te habías comprometido a no volver a vender más… muérdago –comentó Lucas.

Virginia sonrió a Eddie.

–No me va a cobrar. Hoy celebramos una semana juntos.

Eddie le guiñó un ojo.

–Pues espera, porque estoy reservando lo mejor para la segunda semana –dijo. Miró a Molly y señaló a Lucas–. ¿Te trata bien?

Molly miró a Lucas.

–Oh. No, no es nada de eso.

–Ah –dijo Eddie, y miró con decepción a Lucas–. Creía que eras más habilidoso.

Virginia se echó a reír.

–¿Habilidoso? Cariño, anoche me besaste y te tiraste un pedo a la vez.

–Fue por los tacos de la furgoneta. Los tacos dan gases a todo el mundo. Pero, eh, todavía sé besar, ¿no?

Molly se echó a reír y siguió caminando. Lucas la siguió. Un instante después, se detuvieron delante de la fuente del patio. Llevaba allí desde mediados del siglo xix, cuando realmente había vacas en Cow Hollow. El edificio se había construido alrededor de la fuente, y la leyenda decía que, si uno se detenía ante el agua y deseaba el amor verdadero con sinceridad, lo conseguiría.

Aquel mito se había perpetuado porque había varias parejas que vivían o trabajaban en aquel edificio y que aseguraban que a ellos les había funcionado. Por ese motivo, él prefería rodear a buena distancia la fuente.

Pero, claro, Molly se había detenido delante.

Ella miró el agua durante un minuto, con las manos metidas en los bolsillos, y él oyó el tintineo de unas monedas. ¿Iba a pedir el amor verdadero? Él esperaba que no. Y algo de todo eso debió de reflejársele en la cara, porque ella enarcó una ceja.

–¿Nervioso?

–No, claro que no.

–¿Has estado enamorado alguna vez?

Él se quedó callado, porque no quería hablar de ese tema. Sin embargo, ella se merecía que respondiera con franqueza.

–Sí –dijo.

Por su reacción, Lucas se dio cuenta de que Molly no esperaba aquella respuesta.

–Te has quedado sorprendida –dijo.

–Sí.

–¿No crees que yo tengo emociones?

–Lo que creo es que no admites a menudo que las tienes.

–Es verdad –dijo él, encogiéndose de hombros–. Pero eso no significa que no las tenga.

Ella lo miró y ladeó la cabeza.

–Entonces, has estado enamorado. ¿Qué fue lo que salió mal?

–Ella murió en un accidente de tráfico.

–Oh, Dios mío… Lo siento muchísimo. ¿Cuándo ocurrió?

–Hace ocho años.

Molly asintió, y dio un paso hacia él.

–¿Por eso ahora ya no tienes relaciones serias?

Lucas se encogió de hombros.

–He sufrido algunas pérdidas, pero también he decepcionado a gente que me importa. No me gusta ese sentimiento, así que supongo que me he condicionado a mí mismo para no implicarme emocionalmente a partir de ciertos límites. Como tú.

–¿Cómo sabes lo que hago o no hago yo? –preguntó ella.

–Llevamos dos años trabajando juntos –dijo él–. Nunca te he visto implicarte seriamente en una relación. ¿Me equivoco?

–No. No te equivocas.

–¡Molly!

Los dos se dieron la vuelta y vieron a las amigas de Molly saliendo de la cafetería.

–Vaya –dijo Sadie, mientras se acercaban, al verle la cara a Molly–. Te brilla la cara.

Entonces, miró a Lucas con curiosidad. A Sadie no se le escapaba una. De repente, en sus ojos apareció algo así como una advertencia que él entendió perfectamente.

«Si le haces daño, morirás lentamente y con dolor».

Él lo entendió, pero Sadie no sabía que había gente que ya estaba dispuesta a matarlo si le hacía daño a Molly, que tendría que ponerse a la cola de Archer y Joe.

Molly se había puesto las manos en las mejillas.

–No me brilla la cara. Eso sería raro.

–No, no es raro –dijo Haley–. Estás muy guapa. Pero también estás… diferente. Hacía mucho tiempo que no te veía tan resplandeciente.

–Es por el viento frío.

–Pues a mí no me importaría que me hiciera el mismo efecto –dijo Haley con melancolía.

–Vamos a cenar –dijo Pru, acariciándose la tripa de embarazada–. ¿Queréis venir?

–Yo todavía tengo que trabajar –dijo Molly.

Sadie sonrió y le apretó la mano.

–Tómatelo con calma, ¿eh?

–No os preocupéis, estoy bien –dijo Molly.

Entonces, las dos mujeres se miraron.

Lucas intentó descifrar aquella mirada, pero no lo consiguió. Sabía que, algunas veces, la gente veía a Molly como una delicada florecilla, pero él, no. Para él era delicada como una… bomba.

–Esta mañana he hecho demasiado esfuerzo en el gimnasio, nada más –dijo Molly.

–Tienes que venir a yoga alguna vez conmigo –le dijo Elle.

–Sí, puede que sí –dijo Molly–. Si es yoga tranquilo, y puedo llevar pantalones de algodón y tirarme al suelo.

Elle se echó a reír.

–Los pantalones de chándal de algodón son una llamada de socorro.

–Eh, no hay ningún motivo por el que una llamada de socorro no pueda ser cómoda. Buenas noches, chicas –dijo Molly.

Comenzó a andar, y Lucas la siguió. Notaba que las mujeres los seguían con la mirada, pero no parecía que Molly le diera importancia.

Pocos minutos después, estaban en el coche de Lucas. Alguien lo llamó por teléfono. Al ver que era Joe, apagó el bluetooth del coche y respondió al móvil.

–Dime.

–Estoy en el pub con Kylie –dijo Joe–. Te he visto atravesar el patio con Molly. ¿Qué pasa?

¿Que qué estaba pasando? En primer lugar, que había besado a Molly y había estado a punto de olvidarse de su propio nombre. En segundo lugar, que ella lo había besado a él. En tercer lugar, que aquellos besos era lo mejor que le había ocurrido desde hacía mucho tiempo, y solo podía pensar en que quería sentar a Molly en su regazo y tomar un poco más de lo que ella le había ofrecido con tanta dulzura.

–Ya te llamaré después.

–No, ni hablar –respondió Joe–. Cuéntamelo ahora.

De acuerdo. Miró a Molly para indicarle que necesitaba hablar en privado un momento y salió del coche. Cerró la puerta y se alejó unos pasos.

–Ya se lo he dicho a Archer. Va a aceptar el caso fuera del trabajo, y no hay forma de detenerla –dijo en voz baja.

Joe se quedó en silencio un momento. Después dijo algo que él no oyó. Sin embargo, se dio cuenta de que estaba hablando con Archer.

Perfecto.

–Y no vas a decirle lo que estás haciendo –le dijo Joe.

–Parece que estamos en el instituto –contestó Lucas–. ¿Por qué no podéis decirle que estoy aquí para protegerla?

–Porque pensará que no confiamos en ella.

–Está claro que no confiáis.

–Es complicado –dijo Joe.

De eso, él ya se había dado cuenta.

–Mira, tú cuida de ella, ¿de acuerdo? Es sencillo.

No, aquello no era sencillo. Ni Molly, tampoco. Simplemente, ella era como un problema de física cuántica.

–Cuéntame lo que le ocurrió.

–¿Por qué?

Lucas respiró profundamente. Aquellos dos hermanos se parecían mucho, más de lo que ellos pensaban.

–Mira, tú quieres que la proteja, y yo lo voy a hacer. Pero me falta información importante.

Joe se quedó callado un instante.

–Es una larga historia –dijo por fin–. Y yo no te la puedo contar. Pero puedo decirte que yo tuve la culpa de que resultara herida. Ella hacía atletismo. Quería ir a las Olimpíadas. Era su sueño, su forma de salir de la miseria. Y no pudo ocurrir. Así que… sí, me pongo furioso cuando pienso que puede volver a sufrir. Ya lo sé.

No era exactamente una disculpa, pero tampoco la necesitaba. Lucas comprendía lo que era el sentimiento de culpabilidad, el nudo en el estómago, el miedo a que sufriera algún ser querido.

–Yo la voy a proteger –dijo con la voz enronquecida–. Lo sabes. La voy a cuidar.

Y lo haría, o moriría intentándolo. Pero, si Joe supiera que él la había besado, había muchas posibilidades de que su amigo y compañero de trabajo lo matara sin pensarlo dos veces.

E-Pack HQN Jill Shalvis 2

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