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Las aventuras de Kosmas

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MUCHO ANTES DE ENAMORARSE de la dama española Egeria y de que esta desapareciera misteriosamente en las páginas de un códice propiedad de san Braulio de Zaragoza, el caballero bizantino Kosmas viajó mucho por España, deleitándose ante los grandes paisajes y meditando al pie de los hondos precipicios mientras su capa era agitada arrolladoramente por el viento. Viajaba casi siempre de incógnito, durante el tiempo que le dejaba libre su cargo de recaudador de impuestos del Imperio, así como el despacho de su oficina en Cartagena. Kosmas, que era un hombre de una vasta cultura, construía en un pequeño taller de su palacio, todas las tardes de los domingos, unos maravillosos autómatas que tocaban la cítara y soplaban la tuba, llegando a reunir una verdadera orquesta, de la cual estaba prendado el gobernador ­bizantino Nicéforo, que organizaba con ella, en préstamo, desfiles por las ­calles. En la puerta de su alcoba, Kosmas había dispuesto una piadosa cigüeña mecánica que cada media hora repetía el Kyrie Eleison. Era la más querida de las cre­aciones surgidas de sus manos.

El caballero Kosmas era un erudito de la literatura cristiana, y un sagaz rastreador de las desviaciones heréticas. Le bastaba leer la primera línea de un tratado o de una homilía para saber si era herética o no, de tal forma que los arrianos le temían como si fuera el mismo diablo. Se carteó muchísimo con san Leandro y con san ­Isidoro de Sevilla, del cual posteriormente fue secretario, proporcionando a este último mucha información recogida en sus múltiples viajes. Así, por ejemplo, le describió el pilentum y el petorritum, que eran vehículos cubiertos y de cuatro ruedas que usaban antiguamente las matronas romanas. El primero lo cita el poeta latino Virgilio, cuando dice (Eneida, 8, 666):

Pilentis matres in mollibus.

[Las matronas, sentadas en los blandos pilentos].

El segundo era citado por Horacio, que dice (1, Sat. 6, 104):

Plures calones, atque caballi

pascendi, ducenda petorrita.

[Han de alimentar muchos esclavos y muchos caballos para conducir los coches.]

Antiguamente los pilentos eran todos de color verde, y no eran como los de entonces encarnados, y solo podían ser utilizados por las honradas matronas. También le informó sobre el alción, que es ave del mar, llamada así como si dijera ales aceanea, porque en invierno hace su nido en las aguas del océano y allí saca sus pollos. «Se dice —añadía Kosmas— que, cuando está sacando sus polluelos, el mar se calma y los vientos callan por espacio de siete días, como obsequio de la naturaleza a esta ave y a sus hijos». Asimismo le habló a san Isidoro de las grullas; esta vez lo hizo en el célebre verso que empieza «Italice Samius…», y que fray Roque de San Pedro Mártir, especialista en los estudios sobre el bizantino Kosmas, tradujo en castellano romance del siglo xvii de esta manera:

Samio, famoso autor italiano

En verso breve encierra su decreto,

Dándonos por consejo, que ante mano

De poner los negocios en efecto,

Los consultemos bien; y es caso llano

Lo tomó de las Grullas, que en secreto

Las piedras toman en lugar de lastre

Para pasar las aguas sin desastre.

Nuestro caballero asistió al II Concilio de Toledo en calidad de observador de la Administración de Bizancio. El rey herético Amalarico concedió a regañadientes un salvoconducto especial para Kosmas, y las autoridades visigodas se quedaron viendo visiones cuando Kosmas llegó a Toledo precedido por su famosa fanfarria de autómatas. Inmediatamente, Kosmas comunicó a Constantinopla diciendo que había llegado sin novedad y sin vejamen alguno. Le recibió el obispo de Egara (Tarrasa), Nebridio, que firmó las actas con la más escrupulosa autenticidad: «Nebridius in Christi nomine Episcopus ecclesiae Catholicae Egarensis, hanc constitutionem consacerdotum meorum in Toletana urbi habitam cum post aliquantum temporis adveniseem, salva auctoritate priscorum canonum, relegi, probari, et subscripsi».

Con Nebridio tuvo Kosmas amistosas controversias acerca de la excelencia del derecho justinianeo comparado con el germánico, llegando el bizantino a las más altas regiones del espíritu al disertar, anticipándose a los glosadores, sobre la significación técnica de la traditio. Nebridio le presentó a un joven monje llamado Juan de Bíclaro, también conocido por «el Biclarense», el cual, años más tarde, se convertiría en catalán de adopción, al ser nombrado obispo de Gerona. Bíclaro, que a la sazón tomaba apuntes para una futura Historia de los godos, intimó mucho con Kosmas, de quien admiraba la sabiduría. Todas las tardes, después de comer, pa­seaban juntos por la calzada romana en eruditas conversaciones, que muchas otras veces degeneraban en verdaderas y amistosas polémicas.

Nunca dejaron de relacionarse epistolarmente Kosmas y Bíclaro, y así, cuando este último ocupó la silla episcopal, invitó al primero a Gerona. Viajero por naturaleza, Kosmas aceptó de buen grado y emprendió el fatigoso camino, maravillándose a cada paso por las bellezas de Cataluña. En Gerona abrazó a Bíclaro, regalándole un autómata que recitaba el Evangelio en las diversas lenguas del Imperio. A los dos amigos, cuando se encontraron reunidos nuevamente, les latía con alborozo el corazón. Sus ansias culturales encontraban rienda suelta al poder intercomunicar sus sentimientos.

Kosmas recorrió el país de un lado para otro y, por fin, decidió alquilar una villa en Blanes, que entonces se llamaba Blanda. Quedó deslumbrado sobre todo por el paisaje costeño y por los fabulosos bosques de pinos que llegaban hasta el mar. Conoció al dedillo lo que hoy llamamos Costa Brava y escribió un itinerario muy pormenorizado, verdadero inventario, que tituló Peregrinatio. Aquello era como la primera guía de nuestro país, de las tierras que después constituirían la llamada Marca Hispánica.

Un día, en Blanda, por pura casualidad y sin ánimo de indiscreción, vio cómo se bañaba en la playa Egeria, dama visigoda de ascendencia hispanorromana, famosa por su extraordinaria belleza. Las proporciones físicas de Egeria eran clásicas y podemos decir ahora que constituyen el precedente histórico más remoto de «Teresa, la Bien Plantada», porque de un modo u otro el pensador catalán Xènius debió conocer la vida y aventuras del caballero bizantino.

Kosmas quedó mudo de admiración. Los pájaros cantaban ocultos en la copa de los pinos. Pero Kosmas no oía nada. En realidad, estaba perdidamente enamorado de Egeria, la dama de misterioso destino. Sin embargo, esto es ya otra historia que un día u otro, con un poco de suerte, contaré a mis queridos lectores.

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