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Olesia y los diálogos dEL gobernador

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EL ÉXITO QUE TUVIERON los diálogos didácticos del doctor Isidro de las Pedrochas le valió a este muchos discípulos e imitadores que intentaban explicar la razón natural de las cosas con más o menos fortuna y ponderación. Uno de ellos fue don Juan Benavides del Porro, gobernador de Quito, allá en las lejanas Américas, hombre discursivo y soñoliento, casado con una dama criolla llamada Olesia, cuya mítica belleza todavía siguen cantando muchos poetas hispanoamericanos. Lo particular de Olesia es que levitaba soñando y cruzaba por los aires las habitaciones de palacio con los consiguientes sustos y desmayos de la servidumbre y aun del mismo Benavides, que seguía en tales trances a su mujer, más muerto que vivo, en camisa y con un candelabro encendido. Olesia contaba luego extrañas y poéticas imaginaciones, mientras a pequeños sorbos bebía agua de un vaso, y su mundo la anticipaba a los años que tenían que llegar, pues comunicaba a todos que se veía como una artista muy celebrada con el nombre de Nina Juárez.

El gobernador se vio invadido por una gran pesadumbre, y procuraba distraerse haciendo largos paseos a caballo y contemplando la naturaleza. En ella, lo que le llamó más la atención fueron las orejas, tanto las de los hombres como las de los animales, y observando y estudiando detenidamente tal órgano compuso el célebre diálogo De las orejas, a imitación de la Endelechia de Isidro de las Pedrochas, y tanta fue su aceptación y aplauso que tuvo que imprimirlo en un suelto, vendiéndolo luego con grandes voces los indios en las esquinas de Quito. El diálogo en cuestión reza así:

DE LAS OREJAS

—¿Por qué tenemos dos orejas?

—Por la necesidad que tenemos del sentido del oído, que si falta una haya otra, y porque purgue el humor melancólico el cerebro.

—¿Por qué todos los animales mueven las orejas y solo el hombre no las mueve?

—Porque el hombre las tiene unidas y aprisionadas con un músculo a la cabeza. Los demás animales las tienen sueltas.

—¿Por qué los hombres de orejas grandes y largas suelen ser tontos e ignorantes?

—Porque abundan de materia seca y fría, no tienen el calor que aviva el ingenio y anima el entendimiento.

—¿Por qué son semifatuos?

—Por la misma razón; y porque la mucha frialdad los entorpece, y suspende las operaciones. Que las almas suelen seguir los cuerpos en ellas: si los sentidos y espíritus animales del cuerpo son sutiles, obra con sutileza el alma; si son torpes, con torpeza y rudeza.

—¿Por qué es indicio de agua cuando levanta el asno las orejas?

—Porque es bestia muy melancólica, y le penetra fácilmente la humedad del aire las ternillas, y las levanta, por el dolor que le ocasiona la humedad, que es indicio de agua.

—¿Por qué no tienen orejas las aves?

—Dijo Aristóteles que porque les servían de embarazo para volar, y no parece de tan gran maestría la respuesta, porque los murciélagos vuelan, y tienen orejas. Mi razón es porque no tienen ternillas, que es la materia de que se forman las orejas.

—¿Por qué tiene orejas el murciélago?

—Porque tiene mucho de terrestre.

—¿Por qué las tiene el grifo, siendo ave?

—Porque es monstruo, medio león y medio águila.

—¿Por qué cuando se corta algún madero, o se dan golpes a distancia, se oye primero el eco que el golpe de que resulta el eco?

—Porque el eco lo forma el aire, que como está de continuo unido a la oreja lo percibe al punto. El golpe no, porque su sonido está unido al leño, o a la materia que se golpea, y no lo percibe la oreja hasta después, que le ha avisado el eco.

—¿Por qué hay eco que repite, o la voz entera o la mitad de la voz, dando voces?

—No hay eco si no hay hueco, o cóncavo en los montes, o en algunos edificios, en los valles, que es donde el eco repite de ordinario; y es porque la voz que se da la lleva el aire al cóncavo o hueco; y como no puede pasar de allí, la recoge el mismo cóncavo toda; vuelve a salir la voz misma con el aire mismo que la llevó, y suena con los mismos acentos unidos, porque no los pudo revolver el aire. Y así se verá que si el hueco o cóncavo es mucho, repite toda la voz el eco, porque recogió todo el aire; si no es mucho, repite la mitad, porque lo demás lo divirtió el aire de afuera.

—¿Por qué ha de ser cóncavo, o hueco, para que repita la voz el eco?

—Porque recoge en sí la voz, la unión y detención del aire en lo cóncavo. Lo que sucede cuando se habla a la boca de alguna cuba o tinaja, que responde el eco toda la voz porque se recoge por la oreja con el aire unido y no se desperdicia nada de lo que se habla.

Don Juan Benavides del Porro escribió también letrillas y romances (existe una edición moderna de Jean Sarrailh), y muy ufano y contento de su gloria se hallaba nuestro hombre cuando, en Bella Vista, finca que poseía junto a un pantano, le sorprendió la muerte a consecuencia de un atracón de caimán, alimento fibroso, acrimonioso e indigesto. Los indios lloraron largamente al estudioso de las orejas, y Olesia, su viuda, se encerró en un mutismo ensoñado y misterioso, cada vez más al borde de lo inexistente. Si algo sabemos de ella, lo debemos evidentemente a Nina Juárez.

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