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Capítulo 6 La decisión del rey

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—¡¿Abandonar la Ciudad Gris?! –exclamó un leñador desde el fondo al momentoen que golpeaba el suelo con los pies–. ¡Eso nunca!

—Se respeta y agradece el amor hacia tus tierras –se apresuró a intervenir Cruth–. Se hace fácil adivinar la dirección de tu voluntad. Pero, como nos ha explicado Baris, hemos sido invocados para debatir y no para pregonar. Debemos abordar ambas posibilidades desde una perspectiva lógica. No es momento de dejarnos gobernar por las emociones.

—Maki puede ser muy poderoso –continuó diciendo el leñador, cuyo nombre era Blight, apretando el puño–, pero nosotros lo somos aún más. Eirian tiene entre sus filas a individuos extraordinarios. Entre los druidas, contamos con usted, joven y valiente Cruth, con el inexorable Avon y qué decir de Baris, el hombre de los puños de roble, el más poderoso de todos quienes aman la naturaleza. Entre los guerreros, hemos sido bendecidos con los talentos invencibles de Sedian y Vricio. ¡Podemos ganar!

Una intensa disputa se generó tras las palabras de Blight. Algunos mostraban ánimo de combatir, mientras que otros, entendiendo aquella opción como carente de sentido, consideraban que migrar a otros bosques era la decisión más sabia.

—¿Tú qué opinas? –le preguntó Owen a Baris después de haber silenciado el ferviente debate–. ¿Crees que puedes vencerlo?

El primer druida meditó unos instantes. Luego, habló:

—Maki es uno de los seres más poderosos de esta era. Desde su lejano y horrendo nacimiento se ha destacado como un gran talento en la nigromancia. Tiene profundos conocimientos de casi todas las áreas que conforman las artes mágicas. Incluso se dice que fue discípulo directo del mismísimo Amatamentus, lo que lo convierte en uno de los siete Inmortales –si bien nadie lo interrogó con respecto a aquel tema, y Baris optó por no explayarse, Amatamentus era un milenario hechicero considerado por la mayoría de los historiadores como el mismísimo inventor, o descubridor, del arcanísmo. El único hombre al que los dioses temían, y los Inmortales era un muy selecto grupo de siete individuos a los que este cuasiomnipotente ser había aceptado como aprendices. Individuos que, aunque humanos, consecuencia del profundo conocimiento arcano, habían trascendido su humanidad–. Era ligeramente superior a mí hace veinticinco años –continuó el druida– y temo que la brecha entre ambos se haya ampliado. Se cuenta en los caminos que sus poderes no han hecho sino aumentar. Mientras que yo siento que he perdido mucho del vigor de antaño. El tiempo no detiene su andar por ningún hombre, y yo no soy la excepción. Temo que, si lo enfrento, saldría derrotado –finalizó.

—Entiendo –replicó Owen con una mirada afligida–. ¿Y qué hay de Eirian en conjunto? ¿Nucleando a todos nuestros mejores druidas y guerreros, tendríamos oportunidad?

Baris meneó la cabeza.

—Lo dudo. Es verdad que a fin de cuentas Maki está hecho de carne y puede morir, y también es verdad que todas las batallas están atadas a la dinámica de lo impensado, mi pronóstico es negativo. Eirian es solo un pequeño país del norte. Muy lejanos en la eterna rueda del tiempo han quedado los días de Silan y Ecrod, cuando nuestro reino y su afamado Clan de las Cenizas eran respetados y temidos en todo el mundo. Al igual que mi persona, el poder de nuestra nación ha mermado. Y si bien aún hoy contamos con individuos destacables entre nuestras filas, dudo de que nuestro poder combinado sea suficiente para doblegar a tan formidable oponente. Tampoco podemos obviar el hecho de que Maki no viene solo, muchos hechiceros de distintas jerarquías lo acompañan. Entre ellos Idris, su aprendiz más diestro, y Megisto, su mano derecha. Aquellos individuos, si bien no cuentan con el poder de su mentor, son peligrosos y no lucharán con desidia. En mi opinión, declararle la guerra a Maki no es una decisión sabia. No podemos ganar.

—La guerra ya ha sido declarada –susurró una voz perdida entre la multitud.

—Disculpen la interrupción –exclamó un hombre canoso y delgado que trabajaba como escriba–. ¿Acaso no perteneció Avon a la misma orden que Maki en un tiempo pasado? Si es verdad que alguna vez viajaron juntos, que hable y nos narre las flaquezas de nuestro enemigo.

—¡Ya he desmentido aquella falacia en diversas oportunidades! –replicó Avon, beligerante–. No pertenecí nunca a la misma orden que él. De ser eso cierto, no se me habría aceptado dentro de este clan y mucho menos otorgado un cargo como el que poseo.

—La posición que ostentas te la has ganado en buena ley, querido Avon. Con disciplina y lealtad –lo respaldó Baris al momento que ponía una mano sobre su hombro e intentaba tranquilizarlo.

—Muchas gracias, mi señor –repuso este–. Volviendo a Maki, no creo que tenga una debilidad fulminante como la que esperan. Es un ser de naturaleza isotrópica y perfeccionista. Si en los días de antaño tuvo alguna flaqueza, estoy seguro de que a estas alturas ya la debe corregido. Y, en caso de que aún la poseyese, yo no tendría forma de saber algo al respecto. Porque a diferencia de lo que muchos por aquí creen, el único contacto que tuve con él fue el hecho de que estudiamos en la misma academia por un breve período de tiempo. Nunca pertenecimos a una misma orden o clan, ni fuimos amigos. En aquellos tiempos yo era muy joven y él poco interés mostraba por los novicios. Además, estudiábamos cosas muy distintas. Yo estaba dando mis primeros pasos en el conocimiento de las lenguas naturales y él solo se había involucrado en aquella institución porque estaba interesado en la alquimia sílica.

—Para los que se preguntan, –explicó Cruth, el joven druida– la alquimia sílica es una disciplina que estudia la fabricación y manipulación de cristales de silicio.

—Exactamente –asintió Avon, más calmado–, siempre se ha dicho que los hechiceros mediocres se limitan a replicar y orientar fenómenos naturales. Mientras que los más versados son aquellos que consiguen dominar los elementos. Maki amaestró el silicio en apenas una temporada y media.

—¡Antológico! –exclamó Cruth meneando la cabeza–. Eso es talento, puro y duro.

—Todos los elementos pueden ser amaestrados a excepción de, por supuesto, el carbono –acotó Baris–, pero la velocidad y la eficiencia con la que Maki es capaz de someterlos es el reflejo de un talento especial.

—Una vez que alcanzó su objetivo, Maki se marchó –concluyó su narración Avon– y nunca más volví a verlo. No llegamos a trabar amistad.

—¿Qué tipo de hombre era? –preguntó una de las mujeres.

—Un megalómano y un déspota. Detestado por su arrogancia. Pero admirado por sus inmensas condiciones.

—¿Y qué opinas tú? ¿Puede ser vencido? –le preguntó Owen.

—Mi opinión es irrelevante, yo era muy joven, apenas si lo conocí y definitivamente no lo enfrenté –replicó Avon volviendo a adoptar su inmanente y rigurosa postura–. Además, ya han escuchado las palabras de Baris, él lo conoce mejor que yo y considera que no es sabio enfrentarlo, por lo tanto, no lucharemos.

—Mi querido Avon, olvidas que no es mía la última palabra –le explicó gentilmente Baris–. Sino de nuestro rey.

—Acertada acotación –agregó Cruth–. Aunque sea Baris el más sabio y poderoso de entre nosotros, nuestros códigos dictan que debe ser el rey quien tome esta decisión. Solo el legítimo y auténtico monarca de Eirian puede dar la orden de entregar la Ciudad Gris. Owen –se pronunció dirigiéndose al joven rey–, ¿qué haremos? ¿Lucharemos contra Maki o no?

Owen tenía impresa sobre su rostro una expresión severa y su mirada se veía vacía. Tras la pregunta de Cruth, permaneció mudo por un largo rato, sumiendo a la audiencia en tensa espera. Finalmente, se puso de pie y, con la mirada fija sobre las llamas, alzó la voz.

—Antes de revelar mi decisión –dijo con firmeza– pido que me dejen expresar el porqué de esta. He considerado las opiniones de todos y dejando de lado la voluntad de mi sentimiento. Recurriendo a la inexorable lógica, he llegado a la siguiente conclusión: si luchamos y vencemos, habremos protegido nuestras tierras, aunque también inevitablemente perderíamos muchos druidas y guerreros.

—Y también protegeríamos nuestro honor –interrumpió groseramente Trout– que es más importante que cualquier otra cosa.

Frente a esta burda intervención, Avon estiró su brazo y aferró la muñeca del anciano, apretándola con tal vehemencia que el rostro del viejo se desfiguró de dolor.

—Cállese –le susurró con voz sombría.

—Ahora bien –continuó Owen haciendo caso omiso a las palabras del veterano–, si luchamos y perdemos, habremos perdido no solo nuestras tierras, sino a todos, o casi todos, nuestros guerreros. Y quedarían solo ancianos, enfermos y niños, sin tierra, sin hogar y sin nadie que los ampare. Si, por el otro lado, migramos a otros bosques, aunque estos sean menos fecundos que Eloth, tendremos la vitalidad intacta de nuestro pueblo para refundar Eirian y edificar una nueva Ciudad Gris. Soy consciente del desencanto que generaría en muchos de vosotros tener que abandonar su hogar. No se puede obviar el hecho de que muchas familias han vivido aquí desde tiempos inmemoriales. Pero considero que el alma de este reino no es la ciudad ni el templo ni siquiera este mismísimo bosque, sino su gente. Tomará trabajo empezar desde cero, pero con nuestros esfuerzos combinados, podremos hacerlo. Por todo esto –concluyó– es que mi decisión es la de abandonar la Ciudad Gris.

Tras la sentencia del rey, un silencio sepulcral invadió la sala. Se pudo ver en muchos rostros el dolor y el desencanto frente al fallo, pero nadie alzó la voz.

—Todos hemos escuchado la decisión de nuestro rey –dijo finalmente Cruth con serenidad–. Ahora les pediremos que informen el veredicto a sus familiares y amigos, y que descansen. En los próximos días se les comunicará cómo y cuándo partiremos.

Mientras todos lentamente comenzaban a estirar sus piernas y a incorporarse, una figura –que hasta entonces había permanecido silente– se puso de pie y alzó la voz.

—Antes que se dé por concluido este concilio, me gustaría hacer una declaración –dijo.

—Por supuesto, Sedian –replicó Cruth amablemente–, exprésate con libertad.

—Tendrán que perdonarme todos los individuos sabios y sagrados presentes en este templo –dijo el guerrero con una voz apagada–, pero de ninguna forma puedo acatar la decisión que ha sido tomada.

Todos posaron sus ojos sobre el hijo de Sarbon, algunos sorprendidos y otros furiosos. Pero Sedian permaneció imperturbable. Las miradas nocivas no lo alteraban y, si bien el rechazo a su desacato se podía sentir en el aire, nadie osó desafiarlo.

—Sedian, alma valiente –dijo finalmente Baris en tono conciliador–. Owen es nuestro rey y líder, tú mismo has reconocido su sabiduría en el pasado, ¿por qué no aceptas su fallo?

Había pocas personas a las que aquel solitario guerrero verdaderamente respetase, y Baris, el hombre de los puños de roble, era una de ellas. El anciano druida había probado su coraje y nobleza en muchas oportunidades. Al igual que su padre en el pasado, él le tenía un gran aprecio. Pero por primera y única vez en su vida, y con un gran pesar sobre su pecho, se atrevió a contradecirlo.

—Lo siento –le dijo esforzándose por sostener la mirada–, pero no puedo hacer tal cosa.

Avon, furioso, se incorporó de un salto. Pero antes que pudiese hablar, alguien se le adelantó.

—Yo lucharé contigo, Sedian– dijo una voz profunda.

Quien había hablado había sido Vricio, el primogénito de Nial. Gallardo y respetado guerrero. De entre todas las personas presentes, él era el último de quien Sedian hubiese esperado apoyo, pero el que más lo alegró tener. Vricio y él habían tenido innumerables disputas a lo largo de sus vidas. Sus caracteres orgullosos y obstinados los habían llevado incluso a cruzar espadas. Pero ahora, sorprendentemente, lo respaldaba.

—¡Y yo! –se sumó Leto, alzando el puño.

—¡Esto es inaudito! –vociferó Avon–. El rey y el primer druida llegan a una conclusión y ustedes se atreven a rechazarla. ¡Están olvidando su lugar! No lucharán contra Maki. Acatarán las órdenes de sus superiores o serán castigados.

—No –replicó Sedian al momento que desenvainaba sus espadas, La Fría y La Divina.

Ante aquella inesperada respuesta, todos los druidas se pusieron de pie de un salto. Vricio también se reincorporó y se paró junto a Sedian.

—Entonces morirán aquí –dijo Avon mientras su rostro se oscurecía y sus manos comenzaban a danzar por el aire y coloridas luces a brillar entre sus dedos. A diferencia de sus análogos de otras latitudes, los druidas del Clan de las Cenizas nunca habían dejado de cultivar su poder destructivo. Eran, además de estudiosos de la naturaleza, poderosos arcanístas.

—Tendrás que respaldar esas palabras –susurró Sedian mientras se abalanzaba sobre el druida.

La audiencia ahogó un gritó. Pero la colisión entre Avon y la sombra de la libélula no se concretó. Owen la evitó dando un salto hacia adelante y posicionándose entre los dos.

—¡Basta! –gritó colérico–. ¡Basta! Yo habré muerto mucho antes que dos miembros de mi reino se maten entre ellos. ¡Sedian, envaina tus espadas! ¡Y tú, Avon, aborta tu conjuro!

Los dos obedecieron, aunque continuaron intercambiando miradas hostiles.

—Sedian –preguntó el rey con severidad–, ¿por qué no quieres aceptar la decisión a la que hemos llegado?

—Nuestro bosque es la fuente de toda vida. La posteridad no nos perdonará si lo entregamos sin luchar.

—Yo opino igual –se sumó Vricio–. Hace veinticinco años las cenizas de mi padre y la de muchos otros fueron arrojadas a lo profundo del bosque tras entregar sus vidas por defenderlo. Prefiero morir aquí antes de abandonarlo sin dar batalla –sentenció el berserker clavando sus ojos sobre la multitud–. Si alguna vez nuestros hijos cuentan la historia de sus padres, será bajo la sombra de los árboles que sus abuelos y nosotros, con valentía y coraje, supimos proteger.

Owen suspiró y agachó la cabeza.

—Comprendo –dijo tras un momento de reflexión–, es su derecho poder luchar por defender lo que les es sagrado.

—Mi rey –se pronunció Avon acercándose por detrás–. No los escuche. No es su derecho, usted es nuestro soberano y la ley del clan dicta que su palabra no puede ser cuestionada.

Owen miró al druida, pero no le respondió.

—Quien tenga la intención de oponerse a Maki que lo haga –exclamó el rey rectificando la voz–. Nosotros partiremos en los próximos días hacia los Bosques de Escarcha, pero quienes quieran quedarse y pelear que lo hagan. No me considero con la autoridad de privar a alguien del derecho a defender su tierra.

Al terminar de decir aquello, Owen se retiró del templo, dando fin al concilio.

Las plegarias de los árboles

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