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Capítulo 10 Vricio vs. Sedian

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Al ver que sus amigos estaban por enfrentarse, Buxo dio un salto hacia delante e intentó disuadirlos. Pero dos miradas frías cayeron sobre él y lo obligaron a retroceder. Nada podía hacer, el duelo entre los dos mejores guerreros de Eirian ya había comenzado.

Con un movimiento pausado, Vricio introdujo una mano en sus vestiduras, extrajo una falsa oronja y se la llevó a la boca. No le gustaba combatir o entrenar en contra de compatriotas bajo el efecto de hongos psicotrópicos. Temía que, perdido en el trance, pudiese excederse y matar a alguien. Pero ahora la situación lo ameritaba. El dolor que sentía en el vientre era paralizante. Necesitaría de todas sus facultades para vencer a Sedian.

Mith contempló al berserker, sus pupilas dilatadas cual soles de carbón, su masiva musculatura, las sanguinolentas vestiduras, la mirada impiadosa y los tatuajes de runas y dragones que adornaban las pieles que escapaban de su armadura. Qué terrible pesadilla, pensó, tener que enfrentar a este hombre en batalla. Pero, para su sorpresa, Sedian se veía relajado. Su mirada no reflejaba preocupación alguna, como si frente a él no hubiese más que praderas cubiertas de flores y hierba.

Por un largo rato los dos espadachines permanecieron inmóviles, analizándose, esperando. Se respetaban. Ninguno ignoraba el poder y la competitividad de su contraparte. Sabían los dos que se enfrentaban a un enemigo formidable, conscientes de que la más mínima falla sería capitalizada e implicaría una irrevocable derrota, y hasta quizás la muerte. Tampoco ignoraban el hecho de que, si bien solo habría un testigo, aquel duelo resolvería de una vez y para siempre quién era el verdadero campeón de Eirian, porque como bien se sabe, campeón solo puede haber uno. Considérese la relevancia de ostentar dicha posición a sabiendas de que a este correspondía un anillo legendario, esto solo igualado por los cargos de rey y primer druida.

Dicho anillo aún descansaba en los restos consumados de Nial en lo profundo del bosque, y si bien todos los campeones desde su muerte habían tenido el derecho a exigir que sea exhumado, por respeto al difunto héroe, nadie lo había hecho. La posición había sido ocupada durante años por Tarla, la dama Ulfberht. Pero ella había dimitido el honor cuando Sedian y Vricio concluyeron su formación militar, asegurando que sería hipócrita de su parte ocupar el puesto de campeona sabiendo que aquellos muchachos eran sustancialmente superiores a ella. Se ha iniciado la era del centauro y la libélula, había dicho Tarla en un concilio en la armería, será uno de entre ellos quien adueñe el honor de ser el campeón, y anticipó que quien sea el que lo ostente, lo hará por muchos años.

La espera no se prolongó demasiado, Vricio no era de los pacientes ni de los medidos a la hora de la guerra. Apretó los dientes para neutralizar el dolor en su vientre y cargó contra Sedian.

El hijo de Sarbon permaneció inmóvil y agazapado mientras el guerrero corría en su dirección. No fue hasta último momento, cuando Vricio se encontraba prácticamente sobre él, que flexionó las piernas y se escabulló entre el costado y el brazo de su contrincante.

Al ver que su oponente había desaparecido frente a sus ojos, Vricio se volteó rápidamente.

Sedian se hallaba a, por lo menos, seis metros. Con la guardia baja y una postura desenfadada, como si la contienda hubiese concluido.

El hijo de Nial hizo caso omiso de la actitud desinteresada de su contrincante. Alzó su espada y fue nuevamente tras él. Pero mientras corría sintió cómo unas ligeras gotas rodaban por su mejilla. Se detuvo, intrigado, y analizó su rostro con las manos. Tenía un tajo justo debajo del ojo izquierdo, fino y limpio. Estaba fresco, no había sido causada por el insecto. Era obra de una de las espadas gemelas.

—¿Cómo es posible? –se dijo mientras dejaba caer su mandoble–. ¿En qué momento?

Volvió a alzar la mirada, pero ya no había rastros de Sedian. Mucho menos de la bestia. El berserker cayó sobre sus rodillas mientras su sangrante orgullo chillaba de vergüenza tras haber sido derrotado de forma tan categórica. Un movimiento, un único movimiento, era todo lo que Sedian había necesitado para vencerlo. Su acérrimo rival lo había doblegado con una facilidad insultante. Una verdad difícil de digerir para alguien como Vricio.

Hay quienes dicen que los combates son, en esencia, metáforas de diálogos. Asumiendo como cierta dicha metáfora, se estaría confirmando la inmanencia natural de Sedian de ser un hombre de pocas palabras.

Los protagonistas no comentaron nada de lo ocurrido aquella noche, pero por boca de Buxo, nadie en el reino tardó en enterarse, con lujo de detalle, lo que había sucedido. Ese había sido el acuerdo tácito entre Sedian y Vricio. Buxo no era un muchacho malintencionado, pero era sabido por todos que era incapaz de guardar secretos.

Aquellos breves instantes en el bosque modificaron de manera sustancial la estructura jerarquía del reino. Si bien Vricio continuó siendo un guerrero respetado y las comparaciones entre los dos no cesaron definitivamente, aquella madrugada Sedian se irguió como el único y verdadero campeón de Eirian.

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