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Capítulo 8 Sinergia

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Finalizado el concilio druida, mientras la gente se desconcentraba lenta y silenciosamente, las miradas de Vricio y Sedian se encontraron. Los dos sabían que a pesar de sus diferencias tendrían que, una vez más, pelear hombro con hombro. La situación así lo exigía.

Su relación siempre había sido difícil. Quizás por sus tajantes diferencias, o quizás por sus axiomáticas similitudes. Ambos eran muy respetados y considerados los guerreros más diestros de Eirian. Orgullosos, parcos y de caracteres difíciles. Primogénitos de leyendas. Con el pasar de los años entre los dos se había trazado una rivalidad antológica.

Vricio era arrogante y severo, siempre con el pecho inflado y la frente en alto. La clase de hombre que hace temblar el suelo bajo sus pies, no por nada lo apodaban el centauro del norte. Pero a pesar de su prepotencia, también exhibía nobleza. Era leal a sus amigos y respetuoso de los ancianos y las tradiciones druidas, incluso a pesar de considerarse agnóstico. Solía participar en bailes y fiestas, y era muy popular entre las damas, casi todas las mujeres del reino habían tenido a este magnífico berserker durmiendo en su lecho. Vricio era un guerrero que los niños, jugando sobre las calles de tierra y blandiendo sus inofensivas espadas de madera, imaginaban encarnar.

Sedian, por su parte, rara vez era visto y se mostraba siempre silencioso y enigmático. Prácticamente no se sabía en qué invertía su tiempo, un hermético gusto por la poesía soñadora era una de las pocas singularidades que se conocían sobre él. Y, si bien no se comportaba de forma altanera como Vricio, solía mostrase displicente y distante con la mayoría de los habitantes de Eirian, trato apático que se extendía a prácticamente todos, con excepción de un estrecho grupo de afectos, los ciudadanos más veteranos y los niños pequeños. Ambos eran hijos de legendarios guerreros y tenían prácticamente la misma edad. Pero a pesar de estas coincidencias nunca habían trabado amistad, a diferencia de sus padres Sarbon y Nial quienes habían sido grandes amigos. Su excelso poder, más allá de destacarlos sobre el resto, prácticamente los había condenado a la rivalidad. Siempre eran comparados, y a la gente de la Ciudad Gris le encantaba especular y debatir acerca de quién era el mejor y el más poderoso. Muchos creían que la fuerza cruda y la granítica constitución de Vricio lo convertían en el más temible berserker del norte. Mientras que otros aseguraban que Sedian, con su la velocidad y exquisitez técnica era, y por mucho, el mejor guerrero de su generación. Este claro contraste de estilos no solo intensificaba su rivalidad y la volvía más interesante, sino que además opacaba sus similitudes: excelsos atributos intangibles de corazón y mente.

Estos debates acerca de la supremacía de uno sobre el otro no eran completamente especulativos. Muchas veces los dos guerreros habían blandido sus espadas el uno contra el otro. La mayoría de estos combates había tenido lugar durante su adolescencia. Pero había existido una colisión con ellos ya convertidos en adultos. Esta había tenido lugar tres años antes del segundo ataque de Maki el Inmortal.

En aquella oportunidad, Avon, el oscuro e inflexible druida, los había convocado para realizar una sangrienta tarea: aniquilar una bestia oriunda de las montañas de Morth.

Las plegarias de los árboles

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