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IV. Un conde convertido en prócer A. La bancarrota del conde

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Al morir el general Carlos Juan de Adlercreutz, en diciembre de 1815, su hijo Federico Tomás recibió el título de conde y una fortuna equivalente a cuarenta mil dólares. Federico Adlercreutz era por entonces mayor de Caballería en la Guarnición de Estocolmo. Su vida empezó a complicarse, tanto por razones financieras como sentimentales. Desde su juventud vemos en Adlercreutz desatinos económicos, mala administración de su fortuna, despilfarro y, al final, la bancarrota.

En 1817 es jefe de escuadrón y dos años después teniente coronel pero sin sueldo. Documentos contemporáneos ponen de presente los despilfarros y las deudas contraídas para sostener su alto rango y comprar la coronelía de la Guardia Real. Una carta escrita en 1820 por Christopher Hughes, Encargado de Negocios de los Estados Unidos en Estocolmo, deja testimonio de esta situación:

El conde Adlercreutz tuvo la gran desgracia de perder a su excelente y renombrado padre cuando era muy joven y sin experiencia. Así se vio a la cabeza de una familia ilustre, cortejado y halagado por sus compatriotas, como resultado de los servicios y fama de su padre; y siendo de temperamento generoso, hubo de incurrir en gastos que no le permitiera su fortuna, aunque ella fuese respetada en su país (Parra-Pérez, 1928, pp. 34-35).

Ante su bancarrota, Adlercreutz se vio obligado a pedirle ayuda económica al rey, y como última instancia, su autorización para trabajar en el extranjero. Esta última posibilidad fue la que se concretó, por lo que la primera recomendación de su tía Rosalía, Condesa de Engeström y esposa del ministro sueco de Relaciones Exteriores, fue que Federico ofreciera sus servicios al zar de Rusia:

Si las armas de los patriotas progresan, no hay ninguna duda de que tú serás un empleado favorable; si no, la mejor salida será la de volver sobre tus pasos y buscar el servicio de Rusia; esa fue siempre mi idea (Vidales, 2004, p. 8).

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