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I. Suecia y la Independencia
ОглавлениеLos contactos del gobierno sueco con los líderes republicanos de Hispanoamérica se remontan a la segunda mitad del siglo XVIII. Se debe recordar que “El Precursor” venezolano Francisco de Miranda fue bien recibido por algunos miembros de la nobleza (entre ellos el rey) y por diferentes funcionarios del gobierno sueco, cuando visitó ese país en octubre de 1787. De acuerdo con Mörner, “El Precursor” fue el visitante hispano-parlante más famoso que estuvo en Suecia en el siglo XVIII, quien debió llegar de incógnito para eludir la persecución diplomática española (Mörner, 1961).
En su Diario, Miranda nos dice que habló con el rey sobre “España y su decadencia e ignorancia extraordinaria”. Sobre el conocimiento de la “lengua de Cervantes”, el rey reconoció que apenas comprendía algunas palabras, pero así mismo dijo entender sin mucha dificultad el idioma de algunos asturianos que visitaron Suecia en esa época. De acuerdo con Miranda, la anterior afirmación “prueba que los pueblos godos que dominaron a España eran sin duda de este paraje” (Miranda, 1992, p. 265).
Desde finales del siglo XVIII, el rey Gustavo III de Suecia estuvo interesado en obtener para su país una posesión en el Caribe insular o continental. Como el monarca sueco mantenía estrechas relaciones con el rey Luis XVI de Francia, cuando se definió la paz que puso fin al conflicto entre Inglaterra y la alianza franco-española, Francia obtuvo para Suecia la isla de San Bartolomé, a cambio de privilegios comerciales en Gotemburgo. El tratado de cesión se firmó en París el 1 de julio de 1784 y durante cien años Suecia ejercería el control y administración sobre esta pequeña isla de 21 kilómetros cuadrados. La isla de San Bartolomé se ubica en el grupo de las Antillas Menores y pertenece al archipiélago de Barlovento.
Desde sus inicios, Suecia organizó su pequeña posesión como un establecimiento comercial y portuario, aprovechando las calidades excepcionales de los dos puertos naturales que poseía: la bahía de Le Carenage, donde se fundó el puerto de Gustavia en 1785, y el islote de Fourchue o Five Islands. La importancia estratégica de la pequeña isla de San Bartolomé no estaba en su tamaño, sino en su condición de puerto neutral. Este carácter determinó su importancia política y económica, en especial el comercio de “tránsito” con sus principales agentes, los corsarios republicanos (Vidales, 1988)2.
El interés y la publicidad sueca sobre las guerras de independencia en América fueron permanentes en esta época. Así, por ejemplo, en 1781 se había reimpreso una parte de la obra del abate francés Raynal, referente a la emancipación norteamericana, y luego en 1816 apareció una edición en sueco de la misma obra. En 1818 siguió la publicación en sueco de la obra del abate De Pradt (al parecer por encargo del mismo rey Carlos Juan) y luego en 1819, Olof Erik Bergius, antiguo empleado de la isla sueca de San Bartolomé, publicó un libro titulado Sobre las Indias Occidentales. Bergius subraya en su obra que “Europa no reconquistará nunca a América. Un pueblo ya maduro para la Libertad, no la perderá al otro lado del Océano” (Mörner, 1961, pp. 16 y 22).
Otro hecho significativo ocurrió en París en abril de 1814, cuando el príncipe real de Suecia, Juan Bautista Bernadotte, se entrevistó con el venezolano Manuel Palacio Fajardo, quien en ese momento hacía parte de la comisión diplomática que el nuevo Estado de Cartagena había enviado a Estados Unidos y Europa. De estos países Palacio Fajardo no recibió el respaldo esperado, mientras “Juan Bautista Bernadotte tuvo una aptitud completamente diferente a la de sus aliados… Se podría añadir que el príncipe Carlos Juan es un hombre emprendedor (y) que el pueblo sueco lo es igualmente” (Vidales, 1988, pp. 3-4). De acuerdo con algunos historiadores suecos, detrás de esa publicidad sobre la emancipación hispanoamericana se encontraba el propio Bernadotte, el futuro rey Carlos Juan.
En estos años, en Suecia se veía con un gran entusiasmo romántico las luchas por la independencia de las colonias españolas y portuguesas, que una vez libres abrirían sus potenciales mercados a los productos suecos, en especial el hierro. Al terminar las guerras napoleónicas, se agudizó la competencia inglesa en productos como el hierro y el carbón, lo que obligó a los exportadores de hierro suecos a buscar otros mercados por fuera de Europa como Estados Unidos, Brasil y las antiguas colonias españolas. De ahí que “durante el siglo (XIX)..., las relaciones económicas fueron el elemento principal en nuestros contactos con América Latina. Podemos decir que ese fue el factor que forjó el acercamiento entre (Suecia) y Latinoamérica” (Karlsson y Magnusson, 1992, p. 184). Pese a estos esfuerzos, lo cierto es que el intercambio comercial de Suecia con Iberoamérica en el siglo XIX no fue de consideración, con la sola excepción de Brasil.
En 1820 se dio un primer contacto en Londres entre el enviado colombiano Francisco Antonio Zea y diplomáticos suecos. Zea le ofreció ventajas comerciales a Suecia, en caso de que este país le diera su reconocimiento político a Colombia. Esto no se concretó tan rápido como hubieran querido los colombianos, pero en cambio si pudo ser la antesala para que Federico Tomás Adlercreutz tomara la decisión de enrolarse en el ejército de Simón Bolívar en el mismo año de 1820, y se enviara un emisario especial en 1823.
2. C. Vidales, “San Bartolomé: las Antillas suecas y la Independencia Hispanoamericana (1810-1830)”, publicado en la Rana Dorada: revista de historia y cultura <http:/hem.bredband.net/Irbid.