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V. La venta de los buques de guerra suecos

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En los primeros años de la República, los patriotas tuvieron siempre el temor de una nueva invasión por parte de las fuerzas españolas. Para enfrentar una posible reconquista como la adelantada por Pablo Morillo entre 1815 y 1819, el gobierno colombiano necesitaba adquirir algunos buques artillados. Para la misma época en que los colombianos buscaban una buena oferta para comprar los buques de guerra, el gobierno sueco había enviado a ese país suramericano un emisario con la intención de concretar un acuerdo comercial. Los colombianos se decidieron por la alternativa de comprar unos buques de guerra suecos, y es probable que la iniciativa de esta negociación haya sido múltiple: pudo ser fruto de la misión que adelantó Severin Lorich en Colombia en 1823; de la influencia del conde Federico Adlercreutz en el gobierno colombiano; y también de las relaciones del negociante sueco Carl Ulrich von Hauswolff con algunos empresarios y políticos de su país; o una conjugación de las tres.

En 1822, luego de la Independencia de Colombia (1819-1821), la corona sueca tomó la decisión de enviar un agente a ese país, que le permitiera negociar en forma directa acuerdos comerciales. Para esa misión fue designado Severin Lorich, Cónsul de Suecia en Filadelfia, quien llegó a Colombia en 1823 y se convirtió en el primer agente sueco ante el gobierno colombiano. Lorich propuso firmar un acuerdo comercial entra las dos naciones, y aunque este acuerdo no prosperó, son evidentes sus contactos con políticos republicanos de alto rango, como el Secretario de Guerra y Marina Pedro Briceño Méndez. En carta fechada el 23 de agosto de 1823 Briceño comenta de su reunión con Lorich y recomienda al Secretario de Hacienda comprar en Suecia artículos como pólvora, balas y metralla, ya que los precios son más favorables que en otros países (Vidales, 1991).

Otro contacto en este negocio al parecer fue Carl Ulrich von Hauswolff, llamado “el colombiano” por el ministro Lowenhielm, quien para la época de las negociaciones de los buques estuvo en París y Londres. “Hay motivos para sospechar que al salir de Colombia ya tenía en su bolsillo el proyecto del negocio de (los) buques… Sus maquinaciones en París y Londres disgustaron al gobierno de Suecia, por lo cual fue apartado de las gestiones” (Paulin, 1952, p. 625). Sea Lorich, Hauswolff o Adlrecrutz, lo cierto fue que en 1824 delegados colombianos tomaron la iniciativa de contactarse con el ministro sueco en Londres, para estudiar la posibilidad de la venta de unos buques usados.

Ante la anuencia del monarca Carlos XIV Juan, en 1825 el Consejo de Ministros sueco aprobó la venta de dos buques de guerra para Colombia y tres para México. Al ser descubierta la transacción secreta por parte de las delegaciones española y rusa en Estocolmo, el gobierno sueco se trató de eludir su responsabilidad argumentando que “los barcos estaban destinados a una expedición a las Indias Orientales. La cosa se complicó aún más, porque las tripulaciones que en total ascendían a 1.800 hombres, […] habían obtenido permiso para residir en le extranjero durante tres años” (Paulin, 1952, p. 625). Que se tenga noticias, de los 1.800 tripulantes suecos que debían permanecer en Colombia y México, solo uno se quedó en Colombia (Fahlmark), empleado en los servicios geodésicos con sede en el istmo de Panamá.

Los buques con destino a Colombia zarparon cuando comenzaban las protestas rusas y españolas. Ante lo delicado de la situación, Suecia aceptó la propuesta del ministro británico en Estocolmo, consistente en suspender la salida de los buques mexicanos, así como el permiso de los tripulantes de las dos primeras embarcaciones de permanecer en Colombia. Mientras se desarrollaba esta puja diplomática, llegaron los dos buques a Cartagena, en donde Adlercreutz de seguro los debía estar esperando para comunicarles los acontecimientos ocurridos durante su travesía. En Cartagena, el gobierno colombiano se negó a recibir los barcos, por la prohibición a la tripulación de vincularse temporalmente con la armada colombiana. Los buques siguieron viaje a Nueva York, en donde fueron subastados, pero la suma obtenida por la venta ni siquiera alcanzó para costear el regreso de los tripulantes. El negocio, que prometía amplias ganancias para Suecia, terminó en forma humillante para ese país y con una pérdida financiera considerable.

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