Читать книгу Carne y hueso - Jonathan Maberry - Страница 15
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Mientras corría, Benny podía sentir el agitado corazón de la niña latiendo contra su pecho. Eso le trajo a la mente un recuerdo —el más antiguo que poseía, uno nacido del horror de la Primera Noche. Era el recuerdo de estar siendo cargado, exactamente del mismo modo, cuando era un niño de menos de dos años; de estar siendo sostenido fuertemente entre los brazos mientras su hermano huía de la cosa que había sido su padre. Y la figura de su madre, que lloraba y gritaba, y quien había utilizado sus últimos momentos de vida para pasar a Benny por una ventana, entregarlo a Tom y rogarle que corriera.
Sin descanso.
Como Benny lo hacía ahora.
A través de la oscuridad y el horror, con la muerte persiguiéndolo y sin conocer con certeza ningún modo de escapar a ese momento.
Durante la mayor parte de su vida Benny había malinterpretado ese recuerdo. Pensaba que su mamá había sido abandonada por Tom, que su hermano había sido un cobarde que había huido cuando hubiera debido quedarse a rescatarla a ella también. Pero entonces se enteró de la verdad. Su mamá ya estaba muriendo, estaba infectada y se estaba convirtiendo en un muerto viviente. Había sacado a sus dos hijos por la ventana, salvándolos del terror que había dentro. Y Tom había honrado el sacrificio manteniendo a salvo a Benny. Aquella noche y todas las demás noches y años que le siguieron.
Ahora Tom también se había ido.
Había muerto salvando a otros. Se había sacrificado para que la vida del prójimo pudiera continuar, aunque fuera en un mundo gobernado por la muerte.
La niñita que Benny cargaba lloraba y gritaba, pero también se aferraba a su salvador. Y él a ella. A pesar de que era una total extraña, Benny sabía que moriría intentando salvarla.
¿Fue de este mismo modo para ti, Tom?, se preguntó. ¿Fue esto lo que sentiste cuando me cargaste fuera de Sunset Hollow en la Primera Noche? Si tú hubieras sido el cobarde que solía pensar que eras, habrías huido y me habrías abandonado. ¿O no? Te habrías salvado solo, sin tener que cargar conmigo, así habría sido más fácil escapar. Pero no lo hiciste. Me cargaste durante todo el camino.
¿Era un recuerdo? ¿O ahora que Benny estaba parado frente a la frágil puerta de la muerte era más fácil para el fantasma de Tom susurrarle cosas desde la oscuridad del otro lado?
Benny, susurró Tom, yo no morí para salvarte.
—Eso ya lo sé, Einstein —gruñó Benny en respuesta mientras corría.
No, ¡escucha! Yo no morí para salvarte.
Un zom cayó al barranco directamente frente a ellos, y la niñita gritó aún más fuerte. Pero Benny saltó sobre la forma torpe antes de que el zom lograra ponerse de pie.
Yo viví para salvarte, dijo Tom. Yo viví.
—¡Tú moriste, Tom! —rugió Benny.
Benny… en aquel entonces, durante la Primera Noche, yo no morí para salvarte. Hice todo lo que pude para seguir con vida. Por nosotros dos. Tú lo sabes…
—Pero…
No mueras, Benny, murmuró Tom desde las sombras más oscuras de la mente de Benny. El sonido de la voz de Tom era a la vez reconfortante y aterrador. Equivocado y correcto.
—Tom —susurró Benny mientras daba vuelta en una curva cerrada del barranco—. ¿Tom?
Pero la voz de su hermano se había esfumado.
El barranco descendía en pendiente, se hacía más hondo, y pronto Benny comprendió que incluso las nudosas raíces de los árboles que trepaban por el borde de la hendidura estaban demasiado arriba sobre su cabeza. Había esperado que sucediera exactamente lo opuesto, imaginaba que una vez que estuvieran lejos de los zoms podría levantar a la niña para que ésta que se agarrara de las raíces y pudiera salir, y que él subiría después. El plan era imposible ahora.
Dieron vuelta en otra curva y Benny disminuyó la velocidad, de correr pasó a caminar, y después simplemente se quedó ahí parado. A tres metros había una sólida pared de tierra y roca. Todo el barranco había colapsado bajo el peso de un tremendo roble cuyo sistema de raíces había sido socavado por el escurrimiento subterráneo. No había manera de cruzarlo, y los lados estaban demasiado escarpados para escalarlos. Él y la niñita estaban atrapados. No tenía espada, ni abrigo de alfombra. Únicamente un cuchillo, y eso no impediría que la masa de cosas muertas los siguiera.
—¿Ahora qué, Tom? —preguntó, pero sólo había silencio entre las sombras de su mente—. ¿En serio? ¿Ahora vas a callarte?
Nada.
Benny observó a la niña. ¿Podría levantarla lo suficiente para que ella pudiera agarrar una de las raíces y trepar? Sería la única oportunidad para la pequeña, pero eso requeriría utilizar los últimos segundos que le quedaban a él, dejándolo sin ninguna oportunidad de salvación. Aun así, pensó, tenía que tratar. Mejor morir intentando salvar una vida que compartir una espantosa muerte aquí abajo en esta fétida oscuridad. Quiso escuchar algún rastro de la voz de Tom, pero seguía sin recibir nada.
Los primeros zombis dieron vuelta en la última curva. Eran cinco, y atrás venían más. Uno de ellos se separó del grupo y comenzó a correr por el barranco.
Oh no, pensó Benny, uno rápido. ¡Oh, Dios!
Era la horrible verdad. Últimamente algunos de los zoms con los que se habían encontrado eran distintos. Más veloces, capaces de correr. Tal vez incluso más inteligentes.
Benny puso a la niña en el suelo y la empujó detrás de él; después sacó su cuchillo. Era inútil, pero tenía que probar. Por la niña, tenía que hacerlo.
El zom corría hacia él casi tan rápido como un humano saludable sería capaz. Mostraba los dientes y llevaba las manos estiradas para sujetarlo. Diez metros. Seis.
Tres.
Benny empuñó el puñal con toda su fuerza.
Tom… te necesito, hombre.
Y entonces una voz gritó:
—¡BENNY!
Todos giraron en la dirección del sonido. Benny, la niña, los zoms; incluso el zombi veloz redujo la velocidad hasta un paso confuso cuando volteó a buscar la fuente de aquel grito.
Súbitamente, algo pálido y flexible cayó al barranco. Hubo un feroz grito de guerra y un destello plateado en el extremo de un largo tubo, y entonces la cabeza del zombi veloz saltó por los aires y rebotó contra la pared.
—¡Lilah! —gritó Benny.
La Chica Perdida lo había encontrado.
Un momento después, otra silueta cayó desde el borde del barranco. Más pequeña, más redonda, con mechones de rizado cabello rojo y manos pecosas que empuñaban con mortal competencia una espada de madera bastante usada. Una larga cicatriz irregular le cruzaba la mejilla, desde el nacimiento del cabello hasta casi la mandíbula, pero eso no arruinaba la belleza de su rostro. Al contrario, la hacía parecer como una princesa guerrera salida de alguna vieja leyenda. La chica miró a los zoms y luego a Benny, y entonces sonrió.
—No puedo dejarte solo por un minuto sin que hagas algo estúpido, ¿verdad? —preguntó Nix Riley.