Читать книгу Carne y hueso - Jonathan Maberry - Страница 9
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Y corrió como alma que lleva el diablo.
No era momento para reflexionar sobre los misterios. Se lanzó cuesta abajo más rápido que una liebre mientras la multitud de muertos emitía un gemido hambriento y lo seguía.
Un zom se levantó entre la hierba alta directamente en su camino. No había manera de evitarlo, no con toda la inercia de la carrera pendiente abajo, así que agachó la cabeza y lo golpeó con el hombro, como si intentara atravesar una línea defensiva en el campo de futbol americano de la escuela. El zom salió volando hacia atrás y Benny saltó por encima de la criatura.
Más zoms vinieron hacia él, surgiendo tambaleantes de entre los matorrales y de atrás de las enormes rocas volcadas. Benny aún sostenía la espada de Tom, pero odiaba utilizarla contra los zoms. No lo haría a menos que no tuviera otra opción. Estas criaturas no eran malvadas, estaban muertas. Carecían de voluntad. Si no podía aquietarlas del todo, cortarlas en pedazos parecía… injusto. Sabía que no podían sentir dolor y que no les importaría, pero Benny se sentiría como una especie de bravucón mezquino.
Por otro lado, estaba el asunto de la supervivencia. Cuando tres zoms le cerraron el paso en una línea que no podría atravesar embistiendo, la mano que sostenía la espada se movió casi sin un pensamiento consciente. La hoja se elevó a través de un par de brazos estirados y las manos salieron volando muy alto, sin asir más que el aire. Con un hábil giro del hombro, Benny volteó la hoja hacia un lado y la cabeza de un zom rodó por los arbustos. Otro corte hizo caer de costado al tercer zom, repentinamente desprovisto de una pierna desde la mitad del muslo.
—¡Lo siento! —gritó Benny mientras pasaba corriendo entre la ahora rota línea de zoms.
Pero había más.
Muchos más, y se dirigían hacia él desde todas las direcciones. Dedos fríos le tocaban el rostro tratando de asirle el cabello, pero Benny se agachaba y los esquivaba y se escabullía buscando llegar a terreno despejado.
Su pie tropezó contra una roca y se fue de bruces; la espada voló de su mano y cayó a diez metros cuesta abajo.
—¡No! —gritó mientras la espada desaparecía entre la crecida hierba seca.
Antes de que Benny pudiera reincorporarse, un zom lo agarró por la solapa de uno de los bolsillos del chaleco y otro por el puño de la camisa.
—¡Vete! —gritó Benny mientras se revolcaba y pateaba y luchaba para liberarse. Logró ponerse en pie, pero su equilibrio fue desigual y la pendiente era pronunciada, así que corrió por algunos metros sobre manos y pies, como un perro torpe, hasta que consiguió levantarse nuevamente por completo.
Cada vez más muertos vivientes descendían la loma tambaleándose en su dirección. Benny no tenía idea de dónde provenían, ni por qué había tantos aquí. Incluso antes de Gameland, los zoms habían comenzado a moverse en manada y no solos, como habían hecho hasta entonces. Hacía un mes, Benny, Lilah y Nix habían estado sitiados por miles de ellos en una estación de paso para monjes. Cómo y por qué se estaba produciendo este comportamiento de rebaño, era otro de los misterios para los cuales nadie tenía respuesta.
—Tom —Benny pronunció el nombre de su hermano entre jadeos mientras corría. No sabía por qué lo había hecho. Quizás era una plegaría solicitando guía al mejor cazador de zombis que jamás hubiera rondado Ruina. O quizás era una maldición, porque ahora todo lo que Tom le había enseñado parecía estar en duda. El mundo cambiaba más allá de las lecciones que Tom le había enseñado.
—Tom —gruñó Benny mientras corría, y trató de recordar esas lecciones inmutables. El camino del samurái, el camino del guerrero.
Vio un destello de luz sobre metal, diez pasos adelante cuesta abajo, y saltó hacia la espada tirada, la tomó por la empuñadura con la mano izquierda y después cambió a un agarre a dos manos, mientras sus piernas seguían corriendo a toda velocidad. Los zoms lo alcanzaron y la espada pareció moverse con voluntad propia.
Brazos y piernas y cabezas volaron bajo los calientes rayos del sol.
Soy un guerrero inteligente, pensó Benny mientras corría y peleaba. Soy un Imura. Tengo la espada de Tom.
Soy un cazarrecompensas.
Ajá.
Estás a punto de ser almorzado, imbécil, reviró su voz interior. Por primera vez, Benny no puedo pensar en un argumento convincente.
Adonde quiera que volteara veía otra figura marchita que avanzaba dando tumbos hacia él, desde la sombra de los grandes árboles o entre los altos arbustos. Sabía —lo sabía— que aquello no era una trampa coordinada. Los zoms no podían pensar. No se trataba de eso… Simplemente debió haber tenido la mala suerte de correr hacia una multitud de zoms que se había extendido por la ladera.
¡Corre!, gritó su voz interior. ¡Más rápido!
Quiso replicar a su voz interior que dejara de dar consejos estúpidos y mejor propusiera algún tipo de plan. Algo que no involucrara terminar en el podrido tracto digestivo de un centenar de cadáveres andantes.
Correr.
Ajá, pensó. Buen plan.
Entonces vio que a unos veinte metros cuesta abajo la hierba alta ocultaba la hendidura oscura de un pequeño barranco. Corría a todo lo largo de la ladera, lo cual eran malas noticias, pero tenía menos de tres metros de ancho, lo cual eran buenas noticias.
¿Podría saltarlo? ¿Podría generar el impulso necesario para brincar sobre la abertura?
Su voz interior lo alentó: Vamos… ¡Vamos!
Benny tensó la mandíbula, invocó toda la velocidad de la que era capaz, y se lanzó al aire. Sus pies seguían corriendo en la nada mientras volaba sobre el profundo barranco. Aterrizó pesadamente en la orilla opuesta, doblando las rodillas justo como Tom le había enseñado, dejando que los músculos de sus piernas repartieran la fuerza del impacto.
¡Estaba a salvo!
Benny rio a carcajadas y volteó hacia la ola de zoms que lo seguían arrastrando los pies. Estaban tan concentrados en él que no se percataron —o no comprendieron— el peligro del barranco.
—¡Hey! ¡Cabezas muertas! —gritó, agitando su espada para burlarse de ellos—. Buen intento, pero se metieron con el maldito Benny Imura, asesino de zombis. ¡Ja, ja!
Y entonces el borde del barranco colapsó bajo su peso, y el jodido Benny Imura se desplomó al instante hacia la oscuridad.