Читать книгу Carne y hueso - Jonathan Maberry - Страница 8
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Quince minutos antes, nada ni nadie trataba de matar a Benny Imura.
Benny había estado sentado en una roca plana afilando taciturno una espada. Era consciente de que lo estaba. Incluso tenía una expresión sombría cuando había otras personas a su alrededor. Ahora, sin embargo, estaba solo, y había dejado que la máscara cayera. Estando sólo, las cavilaciones melancólicas eran más profundas, más útiles, pero también menos divertidas. Cuando estás solo, no puedes contar una broma para aligerar el momento.
Benny tenía muy pocos momentos agradables. Pero ya no. No desde que se fueron de casa.
Estaba a kilómetro y medio de donde él y sus amigos habían acampado, a mitad de un bosque de acacias del desierto, en el sur de Nevada. A cada paso que Benny daba para encontrar el avión que él y Nix habían visto, a cada centímetro que avanzaba, se encontraba más lejos de casa de lo que jamás había estado.
Solía molestarle la idea de abandonar su hogar. Su hogar era Mountainside, en lo alto de las montañas de Sierra Nevada en el centro de California. Su hogar era una cama mullida y agua corriente y tarta de manzana caliente en el porche. Pero eso había sido su hogar con su hermano, Tom. Había sido todo un pueblo, con Nix y su madre.
Ahora la madre de Nix había muerto, y Tom también.
Su hogar ya no lo era.
Conforme el camino se abría frente a Benny, Nix, Chong y Lilah, y lo que iban dejando atrás se fundía en la memoria, el vasto mundo exterior había dejado de ser algo horrendo, algo a lo que se debía temer. Ahora se estaba convirtiendo en casa.
Benny no estaba seguro de que le gustara, pero de alguna extraña manera sentía que era lo que necesitaba, y tal vez también lo que merecía. Sin comodidades. Sin puertos seguros. El mundo era un lugar hostil y este desierto era brutal; y Benny sabía que, si quería sobrevivir en él, debía endurecerse mucho más.
Incluso más que Tom, porque Tom había muerto.
Meditaba en ello sentado en la roca mientras afilaba cuidadosamente la kami katana que alguna vez había pertenecido a su hermano.
Afilar una espada era una tarea apropiada para meditar. Había que tener cuidado con la hoja y eso requería concentración, y una mente concentrada era más ágil cuando trepaba por la pista de obstáculos de los pensamientos y los recuerdos. A pesar de que Benny estaba triste —en lo más hondo de su ser— encontraba cierta satisfacción en las dificultades del camino y en la habilidad requerida para afilar esta espada mortal.
Ocasionalmente miraba a su alrededor mientras trabajaba. Hasta entonces, Benny nunca había visto el desierto, y apreciaba su simplicidad. Era enorme y vacío e increíblemente hermoso. Tantos árboles y tantas aves de las que solamente había leído en libros. Y… sin gente.
Eso era malo… y bueno. La parte mala era que no había nadie a quien pudieran preguntarle sobre el avión. La buena era que nadie había intentado dispararles, torturarlos, secuestrarlos o devorarlos en casi un mes. Decididamente, Benny colocó eso en la categoría de “ventaja”.
Esa mañana él había dejado el campamento para ir solo al bosque, en parte para practicar las muchas habilidades que Tom le había enseñado. Rastrear, moverse con sigilo, observar. Y en parte para estar a solas con sus pensamientos.
Benny no estaba feliz con lo que ocurría dentro de su cabeza. Aceptar la muerte de Tom tenía que haber sido fácil. Bueno, si no fácil, natural. Después de todo, en la vida de Benny todo el mundo había muerto. Más de siete mil millones de personas habían fallecido desde la Primera Noche. Algunos por culpa de los zombis, los muertos que se levantaban para atacar y alimentarse de los vivos. Otros presas del pánico y la brutalidad salvaje en los que la humanidad había caído durante el colapso del gobierno, la milicia y la civilidad. Otros más perecieron en batalla, convertidos en polvo radioactivo cuando las bombas nucleares estallaron en un intento desesperado por detener a las legiones de muertos vivientes. Y el resto sucumbió en los días posteriores ante las infecciones ordinarias, las heridas, el hambre y la propagación incontrolable de enfermedades que surgían de la muerte y la podredumbre que supuraba por todos lados. Cólera, infecciones por estafilococos e influenza, tuberculosis, VIH y tantas otras, todas ellas diseminándose libremente ante el colapso de la infraestructura médica.
Después de todo eso, después de que cada persona que Benny había conocido había sido tocada de un modo u otro por la muerte, tendría que haber sido fácil para él aceptar la muerte de Tom.
Tendría que.
Pero…
A pesar de que Tom había fallecido durante la Batalla de Gameland, él no se había levantado como uno de los muertos vivientes. Eso era increíblemente extraño. Tendría que haber sido maravilloso, una bendición por la que Benny sabía que tendría que sentirse agradecido… pero no era así. Se sentía confundido. Y asustado, porque no tenía idea de lo que significaba.
No tenía sentido. No, de acuerdo con todo lo que Benny había aprendido en sus casi dieciséis años. Desde la Primera Noche, todo aquel que moría, sin importar cómo, se reanimaba convertido en zom. Todos. Sin excepción. Así era como funcionaban las cosas.
Hasta que algo cambió.
Tom no había regresado de la muerte a esa horrorosa burla de la vida llamada “muerte viviente”. Tampoco lo había hecho un hombre asesinado que encontraron en los bosques el día que salieron del pueblo. Lo mismo pasó con algunos de los cazarrecompensas asesinados en la Batalla de Gameland. Benny ignoraba por qué. Nadie sabía la razón. Era un misterio que asustaba y daba esperanza en partes iguales. El mundo, ya de sí misterioso y terrible, se había vuelto aún más extraño.
Un movimiento arrancó a Benny de sus cavilaciones, una figura que salía del bosque en la cima de una loma, a unos veinticinco metros de distancia. El chico se quedó completamente inmóvil, tratando de ver si el zom reparaba en su presencia.
Excepto que éste no era un zom.
La figura era delgada, alta, definitivamente femenina, y casi con total certeza viviente. Vestía ropa negra —una camisa holgada de manga larga y pantalones— y llevaba docenas de pedazos de fina tela roja atados a su cuerpo. Tobillo, piernas, torso, brazos, garganta. Las cintas eran de un rojo brillante y ondeaban al viento, de modo que por un instante pareció como si estuviera mal herida y la sangre le brotara en chorros irregulares. Pero cuando ella pasó de la sombra a la luz del sol, Benny vio que las cintas eran de tela.
Tenía bordado algo con hilo blanco en el frente de su camisa, pero Benny no pudo identificar el diseño.
Él y sus amigos no habían encontrado una persona viva en semanas, y ahí en las tierras baldías era más probable que se toparan con un ermitaño violento y hostil que con un forastero amigable. Esperó a ver si la mujer lo había detectado.
Ella avanzó unos pasos y miró pendiente abajo hacia una línea de altos pinos Bristlecone. Aun a la distancia, Benny pudo ver que la mujer era hermosa. Majestuosa como las imágenes de las reinas que había visto en viejos libros. Piel aceitunada, con mechones de brillante cabello negro que revoloteaban en la misma brisa que agitaba los listones carmesí.
La luz del sol arrancó un fuego plateado de un objeto que ella levantó de donde colgaba en una cadena alrededor de su cuello. Benny estaba demasiado lejos para ver lo que era, aunque le pareció un silbato. Sin embargo, cuando la mujer se lo llevó a los labios y sopló, no se escuchó ningún sonido, pero de pronto las aves y los monos comenzaron a gorjear y a chillar en los árboles con gran agitación.
Entonces, algo más sucedió, algo que hizo que a Benny lo recorriera una oleada de miedo y que ahuyentó todos los demás pensamientos de su mente. Tres hombres surgieron del bosque, detrás de la mujer. Sus ropas también se agitaban al viento, pero en su caso era porque las prendas que usaban habían sido desgarradas por la violencia, por el clima y por las inexorables garras del tiempo.
Zoms.
Benny se incorporó muy lentamente. Los movimientos rápidos atraían a los muertos. Los zoms estaban a unos cuatro metros detrás de la mujer y avanzaban pesadamente en su dirección. Ella parecía totalmente ignorante de su presencia mientras seguía intentando sacar un sonido de su silbato.
Varias figuras más salieron de entre las sombras bajo los árboles. Más muertos. Siguieron saliendo a la luz como si hubieran sido conjurados desde sus pesadillas por su miedo, que era cada vez mayor. No había elección. Tenía que advertirle. Los muertos casi la habían alcanzado.
—¡Señora! —gritó—. ¡Corra!
La mujer levantó bruscamente la cabeza y dirigió la mirada por encima de la hierba hacia donde él estaba parado. Por un momento, todos los zoms quedaron inmóviles en su lugar, buscando la fuente del grito.
—¡Corra! —gritó nuevamente Benny.
La mujer volteó y miró a los zoms. Había cuando menos cuarenta, y otros más se materializaban desde la oscuridad bajo los árboles. Los zoms se movían con una torpeza espasmódica que a Benny siempre le había parecido espantosa. Como marionetas mal manipuladas. Levantaron las manos para alcanzar la carne fresca.
Sin embargo, la mujer les dio lentamente la espalda y volvió a encarar a Benny. Los zoms la alcanzaron.
—No… —resolló Benny, incapaz de soportar el espectáculo de otra muerte.
Y los zombis la pasaron de largo. Ella se quedó allí parada mientras la marea de zoms se abría para moverse a su alrededor. No la sujetaron, no trataron de morderla. La ignoraron por completo, excepto para modificar su trayectoria y evitarla para seguir su camino cuesta abajo.
En dirección a Benny.
Ni uno solo tocó a la mujer o siquiera volteó a verla.
La confusión paralizó al chico. La espada colgaba de su mano, casi olvidada.
¿Se había equivocado con respecto a ella? ¿Acaso la mujer era uno de los muertos y no una persona viva? ¿Estaba usando cadaverina? ¿O había algo más en ella que hacía que los muertos renunciaran al banquete que tenían a la mano para ir por el que los observaba boquiabierto loma abajo?
¡Corre!
La palabra estalló dentro de su mente, y por un momento absurdo Benny pensó que era la voz de Tom la que le gritaba.
Trastabilló como si lo hubieran golpeado, y entonces se dio la media vuelta y corrió.