Читать книгу Carne y hueso - Jonathan Maberry - Страница 18
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Benny se quitó la cuerda de la cabeza y miró hacia arriba para encontrar la cabeza y los hombros de Chong asomándose por la orilla del barranco. Su largo cabello negro colgaba suelto.
—Hola, Benny —gritó—. Lilah dijo que estabas aquí practicando tu melancolía y…
—¡Chong! —espetó Benny—. ¡Cállate y ata esa cuerda a un árbol!
La sonrisa se esfumó de la cara de su amigo.
—Ya lo hice. Pero vamos, hombre, apúrense allí abajo. Se está poniendo extraño acá arriba. Debe haber cincuenta zoms al otro lado del barranco.
—Sí, bueno, aquí abajo también hay uno o dos —refunfuñó Benny.
—Entonces, ¿por qué bajaste? —preguntó Chong.
Benny ignoró el comentario y volteó en dirección a Lilah. La bayoneta en el extremo de su lanza estaba embarrada de una sustancia viscosa y negra.
—Préstame tu lanza y yo los detendré mientras tú y Nix…
El bufido de burla de Lilah fue muy elocuente.
—Vete —dijo en el fantasmal susurro que era su voz.
—Nix —dijo Benny, girándose hacia ella—, dame tu bokken. Yo te cuidaré la espalda mientras tú subes a la niña.
—Oh, por favor. Ella es demasiado pequeña para trepar, y yo no soy lo suficientemente grande para cargarla mientras subo. Hazlo tú, Benny. Lilah y yo te cuidamos la espalda.
—De ninguna manera. Ése es mi trabajo.
—¿Tu trabajo? —Nix puso los ojos en blanco—. ¡Si dejaras de tratar de ser el héroe samurái por un momento, te darías cuenta de que estamos intentando salvarte la vida!
—No, tengo que recuperar mi espada y salvar…
Nix se acercó y lo encaró.
—No te estoy preguntando, Benjamin Imura.
Benny estuvo a punto de ponerse en guardia. Nix nunca lo llamaba Benjamin, excepto cuando estaba muy enojada con él, y jamás usaba nombre y apellido juntos a menos que estuviera a punto de patearle el trasero.
Desvió la mirada hacia la ola de zombis y luego la regresó con Nix, que medía metro y medio con los zapatos puestos y tenía que inclinar la cabeza hacia atrás para verlo a la cara. Hasta la niñita parecía querer fulminarlo con la mirada, aunque no tenía razón para hacerlo, pues él acababa de salvarle la vida. Tal vez era una cosa de chicas. Él estaba vagamente consciente de que había un importante mensaje sobre el poder femenino que tenía que aprender con todo esto, pero aquél no era momento para filosofar. Incluso las pecas de Nix parecían brillar de ira, y su cicatriz cambió de un blanco pálido a un rojo furioso.
Él quería gritarle, empujarla fuera de su camino, tomar su bokken y volver a la pelea, pero en vez de eso se tragó su frustración y retrocedió.
Benny jaló la cuerda, que en efecto estaba firmemente atada. La mejor forma y la más segura de hacerlo era amarrar a la niña y jalarla desde arriba; y aunque todos ellos eran buenos para hacer nudos, simplemente no había tiempo. Sin embargo, Benny pudo ver que el final colapsado del barranco no era vertical. Mucho del escombro se había desprendido y había formado una pendiente, sólo que esa pendiente estaba demasiado escarpada para subirla caminando. Pero con la cuerda, pensó, sería posible lograrlo. Lanzó una mirada a la niñita.
Ése es tu trabajo, habló su voz interior. Deja de tratar de ser un héroe y sácala de aquí.
—Correcto —dijo Benny en voz baja. Se arrodilló junto a la niña—. Oye, cariño, necesito que me escuches y hagas exactamente lo que te diga, ¿está bien?
La niña lo miró con los ojos muy abiertos, pero no dijo nada.
—Voy a trepar fuera de aquí con esa cuerda, y necesito que te agarres de mí. Como si jugáramos al caballito. ¿Conoces ese juego?
Ella se detuvo un momento para mirar hacia lo alto de la oscura pared de tierra. La penumbra parecía extenderse infinitamente.
—No te preocupes. Yo te mantendré a salvo.
Detrás de él escuchó un golpe sordo que reconoció como el impacto de una espada de madera contra carne seca y hueso. Sordo y contundente, acompañado por un leve gemido de esfuerzo. Nix se había unido a la pelea. No era un sonido reconfortante. No significaba que se estuvieran imponiendo. Le decía que los oponentes eran demasiados para que Lilah pudiera encargarse de ellos sola. Que los muertos se acercaban, que aumentaba su número.
Benny se acuclilló y le dio la espalda a la niña.
—Sujétame del cuello y sostente, ¿de acuerdo?
De repente, la niñita lo abrazó con fuerza.
—¡Benny! —gritó Nix—. ¡Apresúrate!
Él sujetó la cuerda y comenzó a trepar.
Al principio fue fácil. Pesado, pero no más allá de su fortaleza. Siete meses de entrenamiento con Tom habían tonificado sus músculos; otro mes de vivir en la tierra salvaje de Ruina y Putrefacción había aumentado su resistencia. Él era más fuerte de lo que había sido nunca, y aun con el miedo que se arremolinaba a su alrededor como agua contaminada, se sentía poderoso. Así es como se imaginaba que Tom se sentía todo el tiempo. Lo suficientemente fuerte para hacer cualquier cosa que necesitara o deseara.
Esos pensamientos lo impulsaron hasta más o menos la mitad del muro de tierra.
Entonces, en los tres dificultosos pasos que siguieron, la niña, otrora ligera como una pluma, se sintió de repente como si pesara más que Morgie Mitchell luego del festival de la cosecha. El pie de Benny resbaló sobre el musgo y la niñita gritó en su oído como un estornino asustado. Sus pequeños brazos le apresaron con más fuerza la garganta, y de pronto Benny se quedó sin aliento.
—¡No… tan… fuerte…!
Pero ella estaba demasiado aterrada para comprender, a medio camino de un ascenso vertical, aferrándose por su vida. Habría sido necesaria una barra de acero para separarla de Benny.
Imura dio otro paso e hizo una mueca cuando sus músculos comenzaron a doler. Le ardían, y sujetarse a la cuerda se sentía como apretar carbones al rojo vivo.
—¡Vamos! —gritó Chong, y Benny alzó la mirada para ver que su amigo estiraba su huesudo brazo hacia él. Chong tenía mucha fuerza, pero en aquel momento el brazo que le ofrecía parecía el de un muñeco de palitos. Y todavía estaba demasiado lejos.
Chong lo miró boquiabierto.
—Espera… ¿qué es eso que traes en la espalda?
—¿Qué… parece… inútil… cabeza hueca? —resolló Benny.
Chong ni siquiera trató de responder al insulto. En lugar de eso, se inclinó todavía más, estirándose para alcanzar a Benny.
—¡No! —gritó éste—. La orilla está…
Se escuchó un suave cruc y a continuación Chong estaba cayendo de cabeza en dirección a ellos, él y cincuenta kilos de tierra suelta que golpearían a Benny y la niña y los harían caer de nuevo al foso de los zombis. La niñita lo ensordeció con un estridente alarido que era lo suficientemente fuerte para quebrar un vidrio. Benny arrojó su peso hacia un costado, corriendo sobre la pared mientras Chong pasaba rodando, aullando como un gato pateado. Debajo de él, Chong aterrizó con un pesado golpe y una intensa exhalación de dolor. Surgieron maldiciones de entre las sombras. Las de Lilah y Nix se oyeron más que las de Chong.
Los pies de Benny resbalaban en la tierra suelta que ahora cubría la pared como una capa de aceite. La soga amenazaba con deslizarse entre sus puños, pero Benny sabía que, si él caía, el impacto probablemente lisiaría o mataría a la niñita.
¡Resiste!, gritaba su voz interior.
Resistió, apretando los dientes por el esfuerzo y el dolor.
Con un gruñido dio un paso arriba, golpeando su pie contra la tierra para encontrar suelo firme. Se impulsó usando las piernas, la espalda y los brazos. La niñita seguía ahorcándolo, pero Benny bajó la barbilla para ayudar a que se abrieran sus conductos de aire. Inhaló tan profundo como le fue posible, se impulsó nuevamente y dio otro paso. Y otro.
Era como si avanzara un centímetro a la vez. La pared parecía increíblemente escarpada.
Y entonces salió de las sombras y entró a la brillante luz del sol. Benny parpadeó, los ojos le escocían, pero nunca se había sentido más feliz de ver el resplandeciente cielo soleado. Jaló, y jaló, y trepó y se colapsó sobre la hierba a la orilla del barranco. Se arrastró hacia el frente siguiendo la cuerda, pecho tierra, con un jadeo como el de un ahogado que inhala su primera bocanada de aire.
—Bájate —resolló, y la niña trepó como un mono por su espalda, sus hombros y su cabeza.
—¡Benny!
El grito salió con un eco desde la oscuridad, y de inmediato el chico se irguió tambaleante. Sus extremidades le temblaban y sus manos estaban hinchadas y rojas, pero estaba a salvo. Al otro lado de la negra abertura, cien zombis lo observaban con su hambre eterna y su paciencia inacabable. Ya no habían caído más a la hendidura, y Benny agradeció a Dios por eso.
—¡Nix! Trepa. Yo te jalo. ¡Apresúrate!
En cuanto sintió que la cuerda floja se tensaba, Benny comenzó a jalar, una mano tras otra. La cuerda le quemaba en las palmas y sus músculos gritaban de dolor, pero él plantó bien ambos pies y puso en aquella tarea todo lo que tenía. El salvaje cabello rojo de Nix apareció al borde del barranco y luego lo hizo su hermoso rostro, tenso por el esfuerzo y el miedo.
Nix trepó fuera de la hendidura y se limpió el sudor que le nublaba la vista.
—¿Chong está herido? —preguntó Benny.
—No tanto como lo estará cuando Lilah salga de ahí. Está furiosa con él por haber entrado al barranco.
—Cayó. No fue su intención —dijo Benny de inmediato, saliendo en defensa de su amigo.
—Sí, bueno, ella tampoco está muy contenta contigo.
—Grandioso —Benny lanzó la cuerda en el interior del agujero—. ¿Y tú? ¿También estás enojada conmigo?
Ella le dedicó una sonrisa maliciosa y le dio un puñetazo en el pecho. Lo cual le dolió.
Chong subió jadeando y resoplando hacia el exterior. No pesaba mucho más que Nix, pero Benny estaba totalmente exhausto y sintió como si estuviera sacando a un toro del foso.
—Lo siento —comenzó a decir el chico, pero Benny lo acalló en el acto.
—Junta algunas rocas.
—¿Rocas?
—Rocas. Cualquier cosa que podamos lanzar. Tenemos que cubrir a Lilah. ¡Ve!
Chong comprendió al instante y corrió para recolectar piedras del tamaño de un puño.
Benny volvió a lanzar la cuerda al foso.
—¡Lilah! Escúchame.
Ella no respondió, pero él podía escuchar sus gruñidos mientras peleaba.
—Tenemos algunas rocas. Cuando diga “ahora”, derriba a un par de zoms cortándoles las piernas para retrasar a los otros y…
Algo pasó volando como un rayo a sólo unos centímetros de su cabeza. Benny retrocedió y vio que era la lanza de Lilah. Antes de que pudiera decir nada, la soga se tensó y Lilah trepó rápidamente por el muro de tierra, tan ágil y veloz como una acróbata. Ella lo tomó por la camisa cuando salió del agujero y utilizó el peso de él para catapultarse por encima del borde. Cayó de frente, rodó sin esfuerzo y se levantó. Miró a Benny, que yacía tirado, y a Chong, que estaba acuclillado un par de metros más allá con un brazo levantado para lanzar una roca. Benny y Chong la observaban boquiabiertos, incapaces de articular un comentario coherente.
Lilah se llevó la mano a la espalda y sacó un objeto que había encajado entre las correas de su chaleco, el cual arrojó sobre la hierba frente a la mirada desorbitada de Benny.
La espada de Tom.
Lilah se puso de pie, alta y hermosa, con su cabello blanco agitándose en la fresca brisa, sus ropas manchadas de sangre y sus ojos color avellana irradiando fuego.
Volteó lentamente hacia Nix y en el fantasmal susurro de su voz dijo:
—Odio a los chicos.