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Dos estudios en torno al género

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Es preciso detenernos en dos estudios que inauguran la reflexión en torno al género: El papel de la literatura infantil (Lima, 1967) de Carlota Carvallo de Núñez y La literatura infantil en el Perú (Lima, 1969) de Francisco Izquierdo Ríos. El ensayo de Carvallo de Núñez está precedido por una presentación de Matilde Indacochea Pejoves, también especialista en el tema, quien destaca el carácter pionero de revisión de un género incipiente y cuyo valor reside, además, en “despertar el interés por una causa que cada día va ganando más terreno entre los padres, los educadores, los bibliotecarios y los libreros”. De estas líneas se deducen las aristas de atención que dedica la autora en esta modesta publicación del desaparecido Consejo Nacional de Menores.

Con una visión drástica, a tono con la ideología de la época, Carvallo de Núñez censura desde el inicio la “nociva influencia de las historietas ilustradas o cómics, el cine y la televisión…”, y subraya la importancia de una auténtica literatura nacional, cuya finalidad rebasa el mero pasatiempo para sumergirse en la psicología y la categoría artística. Valora los vaivenes entre la realidad y a la fantasía, los diversos procedimientos literarios de los que se vale el género y menciona dos casos ejemplares: el escritor estadounidense de origen holandés Meindert DeJong, ganador del Andersen 1962, y la escritora chilena Marcela Paz, creadora de un personaje muy popular: Papelucho.

Carvallo de Núñez (1967) hace un recuento de las actividades organizadas en beneficio de la creación y la difusión de la literatura infantil —seminarios, congresos, apoyo a bibliotecas—; registra la importancia y evolución de las ilustraciones en los libros para niños; reseña algunas opiniones de la psicología moderna en torno a los beneficios de la lectura, por sus componentes imaginativos y lúdicos; subraya, de otro lado, sus inquietudes frente al mundo actual, plagado de comodidades materiales que ponen en riesgo la libertad individual; y reflexiona sobre el oficio del escritor para niños y sus requerimientos: “El cuento infantil ha de ser ágil y ameno. Debe encauzar la imaginación e inclinar la sensibilidad hacia las cosas bellas. Inculcar comprensión y amor hacia la humanidad”.

Luego de este repaso algo apocalíptico de la cultura infantil entronizada en el mundo contemporáneo, Carvallo de Núñez ofrece una “Breve reseña de la literatura infantil en el Perú”: menciona sobre todo a escritoras como Angélica Palma, María Wiesse, Alida Elguera y Alicia Larrabure. Destaca, más adelante, a los novelistas que han aprovechado de nuestro folklore: Ciro Alegría, Arturo Jiménez Borja, José María Arguedas y Francisco Izquierdo Ríos. En poesía nombra a Catalina Recavarren de Zizold, Julia del Mar y Luchi Blanco; y en teatro a María Tellería y Omar Zilbert, entre otros.

Dos años después la Casa de Cultura del Perú, hoy Ministerio de Cultura, publica La literatura infantil en el Perú (1969) de Francisco Izquierdo Ríos. Es un libro pequeño y de valor inapreciable, tanto por su contenido ensayístico como antológico, que resulta incomprensible que no haya sido reeditado en este medio siglo transcurrido. La primera parte del libro se abre con una pregunta crucial: “¿Existe literatura para niños en el Perú?”. Izquierdo Ríos no se distrae en disquisiciones sobre “literatura infantil” o “literatura para niños”, su preocupación fundamental es qué poner en manos del pequeño lector para que capture su interés y su complacencia: “La literatura infantil —afirma— debe proporcionar al niño un alto goce estético, despertando en él amor profundo por la Naturaleza, por la Vida, por la Patria, por la Humanidad”.

Gracias a su vocación por la docencia —y también a pesar de ese compromiso—, el autor comprende y advierte que las virtudes de la literatura van por caminos distintos a las estrategias pedagógicas. Cruzarlos, confundir sus improntas, es un error que volatiliza la lección del aula y estorba:

la captación espontánea del pequeño y ansioso lector. Los niños deben interpretar la naturaleza de los temas sintiéndolos, gozándolos con amplia libertad, a sus anchas. Ya la literatura infantil con moraleja al pie de las composiciones debe pasar a la historia. (Izquierdo Ríos, 1969, p. 8)

Lamenta el oficio censor de muchos maestros y reivindica el papel del niño como descubridor de sus temas de interés, teniendo, desde luego, al maestro como atento acompañante y guía. De esa conjunción de vivacidad infantil y miramiento adulto se consigue un estado mágico que sella el concepto que tiene el autor: “La literatura infantil es recreativa y educativa a la vez. Una composición, cual sea ella, influyendo en la sensibilidad del niño, está educándolo” (Izquierdo Ríos, 1969).

Sobre la base de la valoración del adulto, que disfruta y pondera los alcances de la literatura infantil, Izquierdo Ríos hace una revisión de los mejores ejemplos de la literatura universal. Menciona una gama de testimonios ajenos a toda expresión “de ñoñeces, de infantilismos y de puerilidades”: desde los cuentos populares europeos y los cantares de gesta, hasta narradores modernos de la envergadura de Antón Chejov, Óscar Wilde y Horacio Quiroga. Relación de nombres que revelan su apertura de ilustración y discernimiento, pues hace la salvedad de los riesgos perturbadores que representan algunos libros; Las mil y una noches o El Decamerón, verbigracia.

Más adelante reivindica la literatura de origen popular como “fuente inagotable” para el género y recuerda una reveladora anécdota vinculada al gran escritor ruso León Tolstoi:

Muy conocida es la respuesta de la nieta de León Tolstoi al preguntársele si le gustaban los cuentos escritos por su insigne abuelo: –Sí, pero me gustan más los que me cuenta mi nodriza–. O sea, el pueblo. (Izquierdo Ríos, 1969, pp. 14-15)

Lo que sorprende, en la larga relación que ofrece de las creaciones populares —bastante desordenada, por cierto—, es la exaltada opinión que le merece la obra de Walt Disney; cuando los sectores intelectuales de aquellos años más bien anatemizaban la figura del director norteamericano, considerado un colonizador de la ideología dominante2. En la segunda parte del libro, Izquierdo Ríos (1969) ingresa al terreno peruano y lamenta la precariedad del universo cultural relacionado a la infancia: escasez de revistas y libros adecuados, tendencia a imitar lo foráneo y a predicar discursos didácticos, ausencia de editoriales especializadas y de estímulos para el escritor. “Escritores tenemos y buenos, pero muchos de ellos se frustran o no rinden todo aquello de lo que son capaces…”; y reclama, una vez más, el auxilio del inestimable acervo cultural para nutrir nuestra literatura infantil. Literatura que debe mostrar el escenario social del país, el drama humano de nuestro pueblo, sin falsificaciones ni edulcorantes pues el “niño se educa para la vida real”.

A manera de ejemplos donde confluyen la lealtad artística y el compromiso con la realidad, Izquierdo Ríos (1969) nombra escritores cuyas obras están entrelazadas de paisaje, aventura popular y episodios históricos: Carlota Carvallo de Núñez, con Rutsi, el pequeño alucinado (1947); María Wiesse de Sabogal, con Quipus (1936) y El mar y los piratas (1947); Arturo Jiménez Borja, con Cuentos peruanos (1937) y Cuentos y leyendas del Perú (1940); José María Arguedas, con Mitos, leyendas y cuentos peruanos (1947); Abraham Arias Larreta, con Rayuelo (1938) y Teatro infantil (1941); José Portugal Catacora, con Niños del Kollao (1937) y Los niños que fundaron un imperio (1943); entre muchos otros, tantos que nos hace dudar de la insuficiencia del género y revela, sin duda, el saber y la atención de Izquierdo Ríos.

La “Pequeña antología” que Izquierdo Ríos (1969) ofrece en el libro se inicia con una muestra poética y se cierra con breves textos narrativos: cuentos populares y de autor, fragmentos de novela y una semblanza del Inca Garcilaso. Menciono algunos autores y evito repetir los nombres del párrafo anterior: en poesía, Ricardo Peña Barrenechea, Mario Florián, José María Eguren, Manuel González Prada, Luis Valle Goicochea, Abraham Valdelomar, Carlos Oquendo de Amat y César Vallejo; en narrativa, Ciro Alegría, Rosa Cerna Guardia, Esther Allison, José Carlos Mariátegui y Alfonso Peláez Bazán.

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