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Conciencia de lo nacional

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Si buscamos construir un corpus de nuestra literatura infantil cuyo resultado exhiba un estatuto equivalente de la literatura peruana, con sus deficiencias y excelencias, es preciso ensayar una serie de cuestionamientos que limpie el trigo de tantas impurezas. La categoría de literatura infantil comporta, tal vez en todas partes, una naturaleza informe y de alcances tentaculares. Es un gran pulpo que pocos se animan a definir, que discurre a sus anchas por las aulas de colegio y que va capturando lo que está a su alcance —funciones de cuentacuentos, títeres y teatro; discos de música, libros objetos e historias ligeras—, porque de lo que se trata es que los chicos lean y no importa a costa de qué. Haberse emplazado en la escuela, a veces con una corta antesala en la casa, ha acercado riesgosamente el género a la exclusiva complacencia del gusto infantil (con el cómodo beneplácito de profesores y padres) y lo ha alejado de preocupaciones académicas; es decir, de disquisiciones culturales y políticas. En este sentido, con toda razón, el escritor argentino César Aira califica la literatura infantil como un subgénero, más próximo de la industria que del arte (Aira, 2001).

Me interesa disponerme en contra de esta apreciación que, por cierto, corre el peligro de instalarse y expandirse en nuestro medio, por displicencia o poca información de padres y profesores. La situación es más delicada si atendemos a los actuales momentos de aparente bonanza, tanto en términos editoriales como de lectores. Las cifras de venta de las grandes editoriales y los programas de lectura parecerían confirmar la buena salud de nuestra literatura infantil; tan evidente en el éxito de concurrencia y rentabilidad en las recientes ferias del libro con salas especiales destinadas a presentaciones de libros para niños y animaciones de lectura, podría dejarnos felices y sin preocupaciones. No obstante, la satisfacción por un evidente avance, que sobre todo favorece a un sector social, me despierta algunas preocupaciones vinculadas a la calidad artística que se ofrece y a la necesidad de formar una tradición de nuestra literatura infantil peruana, que se entronque decisivamente a la literatura peruana sin adjetivos.

Los estudios historiográficos y de crítica, realizados durante el siglo XX en el país, han sido sin duda muy valiosos y han permitido apreciar el enmarañado itinerario espiritual y artístico del Perú, mostrando los conflictos sociales que forman la textura múltiple de una obra literaria. Todo fenómeno cultural es, lo sabemos muy bien, un producto social; por lo tanto, susceptible de ser observado y juzgado. Sin embargo, tratándose sobre todo de un país diverso y contradictorio, este considerable arsenal de estudio resultará siempre incompleto. Y en lo que nos concierne, por ejemplo, ninguno de ellos aborda el tema de la literatura infantil. Desde la primera tesis sobre el carácter de nuestra literatura, escrito por José de la Riva Agüero (1905), hasta la revisión de la periodicidad propuesta por Carlos García Bedoya (Para una periodización de la literatura peruana, 1990); así mismo, desde los enjundiosos e imprecisos postulados de Luis Alberto Sánchez, hasta las penetrantes meditaciones de Antonio Cornejo Polar sobre la identidad nacional4, no encontramos una sola línea especializada que reflexione acerca de la perspectiva del lector niño o adolescente. Aún no contamos, por lo tanto, con una historia de la literatura infantil ni con un aparato crítico que nos permita evaluarla.

No obstante, la situación no es del todo desalentadora. Hasta hace unos años tuvimos dos maestrías en literatura infantil: en la Universidad Champagnat y en la Universidad Católica Sedes Sapientiae; ojalá sus promotores se animen pronto a reabrir estos programas de posgrado. De otro lado, desde hace unos años circula la primera revista virtual de literatura infantil Caballito de madera, cuyo interés fundamental es reflexionar sobre el género. Y circula, también, en un ambiente universitario la revista impresa Fabulador, que contiene textos teóricos y ensayos sumamente interesantes. Ambas en Facebook.

Un libro que debo recomendar a los maestros y maestras es Palabras no cautivas. Ensayos sobre literatura y educación (2011), del investigador Miguel Ángel Huamán. Los textos analizan el uso y las distorsiones que experimenta la enseñanza de la literatura en la escuela; además de que permite, gracias a su lenguaje accesible, un conocimiento actualizado de los estudios literarios en materia de teoría e interpretación de textos.

Para un estudio serio de la geografía peruana ahora es insuficiente, incluso erróneo, atender a la antigua clasificación de costa, sierra y selva. Del mismo modo, para ensayar un panorama de la literatura infantil no basta con repetir el esquema tradicional de la historia peruana: culturas Preincaicas, Incanato, Conquista, Colonia, Emancipación y República. Esta mirada diacrónica resulta ahora simplificadora e inexacta, porque la historia no es solo una suma de autores y obras, corrientes literarias y sucesos como se nos enseñó la literatura en el colegio. Tampoco resulta acertado el exclusivo enfoque sincrónico, que cala a fondo en episodios importantes o en autores, de una manera inmanente, ajenos al discurrir social del tiempo. Por fortuna, la teoría literaria de las últimas décadas postula otras posibilidades de acercamiento a la producción literaria, que privilegia al texto literario como una unidad de sentido, pero sin desatender su relación con el medio social. De modo que para confeccionar un panorama de la literatura infantil peruana es imprescindible pensar en torno al concepto de lo nacional, asumiendo la evolución histórica y literaria en sus aspectos diacrónicos y sincrónicos. Para ser más precisos: las obras literarias deben imbricarse en los procesos sociales y artísticos de la dimensión histórica.

En su notable estudio sobre “El proceso de la literatura”, contenido en sus 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, José Carlos Mariátegui (1928) escribe:

El nacionalismo en la historiografía literaria, es por tanto un fenómeno de la más pura raigambre política, extraño a la concepción estética del arte. (…) La literatura nacional es en el Perú, como la nacionalidad misma, de irrenunciable filiación española. Es una literatura escrita, pensada y sentida en español, aunque en los tonos, y aun en la sintaxis y prosodia del idioma, la influencia indígena sea en algunos casos más o menos palmaria e intensa. La civilización autóctona no llegó a la escritura y, por ende, no llegó propia y estrictamente a la literatura, o más bien, ésta se detuvo en la etapa de los aedas, de las leyendas y de las representaciones coreográfico-teatrales. La escritura y la gramática quechuas son en su origen obra española y los escritos quechuas pertenecen totalmente a literatos bilingües. (pp. 195-196)

También en la década de 1920, desde sus primeros estudios literarios, Luis Alberto Sánchez lanzó una afirmación que hoy suena obvia: “No hay un solo Perú; hay varios Perúes” y propuso una interrogante fundamental, de gran agudeza, que buscaba distinguir los conceptos entre “literatura del Perú” y “literatura peruana”. Sánchez escribe en su Panorama de la literatura del Perú ([1939]-1974): “Ser literato del Perú puede no pasar de una mera casualidad geográfica. Ser literato peruano implica, además, una identificación con el medio ambiente”. Y señala en el desarrollo de su tesis que “literatura peruana” hubo solamente en las primeras décadas de la Conquista —mientras se instalaba el nuevo orden y se ejercía una débil resistencia nativa—; que a lo largo de la Colonia y del primer siglo de la llamada vida independiente se desarrolló una “literatura del Perú”, con obras nacidas en nuestro territorio aunque con características manifiestamente hispánicas. Recién en la segunda década del siglo XX, con escritores como Abraham Valdelomar y César Vallejo, vuelve a fundarse una “literatura peruana”.

Noción y praxis de una literatura peruana constituye, desde mi modo de entender, una asunción del problema nacional. Creo que son preguntas esenciales: ¿Qué es el Perú? ¿Cómo fue su pasado y de qué modo se integra en el presente? ¿Cómo vivimos el presente y qué país construimos para el futuro? Porque la formación de las tradiciones literarias depende de la concepción que tenemos del pasado y del grado de permeabilidad que le concedemos: cómo lo asumimos y acomodamos en nuestro proceso histórico. Es evidente que no existe, salvo en los viejos manuales escolares, el pasado como un bloque inmodificable; hay más bien una relación entre pasado y presente, que debería ser fluida y dialogante, pues solo de ese vínculo surge el carácter de lo propio, de la nuestro. En el Perú, desde antiguo —tal como lo señala Antonio Cornejo Polar en la introducción a La formación de la tradición literaria del Perú (1989)—, a los conflictos entre clases sociales y etnias, le agregamos los conflictos dentro de clases sociales y etnias. Sin una idea y un sentimiento de pertenencia, sin ánimo de articular un amplísimo y tensionado proceso histórico y social, mal podríamos sostener la fundación de una tradición de literatura infantil peruana. Aún somos herederos de muchos destinos, y el mapa de nuestro país es un tablero desarticulado, a menudo doloroso. Registrar la gesta de estos conflictos es tal vez una de las tareas más intensas de la literatura —y de mayor eficacia que otras artes—, pues en su discurso despliega un horizonte de componentes estéticos e ideológicos que muestra la piel de una sociedad, y sobre todo el funcionamiento de sus glándulas internas.

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