Читать книгу Historias cortas, de poder, de amor y de tragedia - Jorge Osvaldo Bazán - Страница 9
Teatros y flores
ОглавлениеEl romance de Marcelo Torcuato de Alvear y Regina Pacini es una de las historias de amor más desafiantes e impactantes, por no decir novelesca que recuerde la alta sociedad argentina, de finales del siglo XIX.
Regina Pacini había nacido en Lisboa, Portugal, el 6 de enero de 1871 y era hija de la española Felisa Quintero y del barítono italiano Pietro Andrea Giorgi-Pacini. Por influencia paterna se convirtió en soprano estudiando en París y debutó en Lisboa en 1888. “Soprano” es aquella que posee la voz más aguda en el marco de una armonía. Y Regina la tenía, con creces. Con sólo 17 años construyó, desde entonces, una brillante carrera lírica, en actuaciones memorables tanto en El Liceo de Barcelona, la Scala de Milán y hasta la Ópera de París. Pero pronto aparecería en su horizonte un argentino que daría que hablar: Marcelo.
Nieto de Carlos María de Alvear, quien alcanzara el rango de general, político, diplomático, y que además integró el Regimiento de Granaderos a Caballo de José de San Martín, del cual fue también su padrino de casamiento. Con sólo 25 años fue Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Marcelo había nacido el 4 de octubre de 1868. El padre de Marcelo, Torcuato Antonio de Alvear y Sáenz de la Quintanilla fue el primer intendente de la ciudad de Buenos Aires, entre 1883 y 1887. Su madre fue Elvira Pacheco y Reinoso. Es decir, era casi el único joven porteño con prosapia y alcurnia, a diferencia de las otras familias supuestamente “patricias” de la época, que sólo habían amasado fortuna merced al contrabando o a la generosa repartija de tierras otrora en manos de los indígenas masacrados por la campaña del desierto.
En 1899, Regina cantó primero en Montevideo y luego por primera vez en Argentina en el Teatro Politeama, situado en la Av. Corrientes 1490. Por sugerencia de su primo Diego, Marcelo se instaló en uno de los palcos. Y allí sucedió el “milagro”. El soltero de 31 años más famoso, “pinton” y adinerado de Buenos Aires, el más codiciado y ganador, dueño de una prestancia que no le iba en zaga con su enorme estatura y simpatía, se había enamorado instantáneamente de esa pequeña joven de 28 años que sería luego tildada de “petiza” y “fea” por las envidiosas y ricas celestinas de fin de siglo.
Al final de la actuación, Alvear le envió centenares de rosas blancas y rojas y una pulsera de oro y brillantes que llegaron al camarín de la ruborizada soprano, y hasta el presidente Julio Argentino Roca pasó a saludarla junto con sus hijas. Pero la cantante rápidamente devolvió la joya y volvió a Europa. Por aquellos años, un diario porteño dio la lista de regalos que recibió la artista, que incluía “Prendedor con brillantes y perlas del Presidente de la República, “Alhajero cincelado” de la empresa Bernabei, “Estatuilla de bronce del Señor Giudice Caruso, y “Bombonera con miniatura” del Sr. Guglielmo Carusón”.