Читать книгу Por algo habrá sido - Jorge Pastor Asuaje - Страница 10
Оглавление“No estoy reviviendo mis recuerdos, los estoy expiando”.
Augusto Roa Bastos en Hijo de Hombre
Confesiones al lector
He llorado sobre estás páginas. Desde que empecé a escribirlas, en mi vieja máquina manual, hasta hoy, que las estoy terminando, frente a la pantalla de la computadora. Pero nunca he llorado de tristeza o de amargura; he llorado a veces de rabia, de impotencia, pero mucho más de alegría, porque al escribirlas sentía que de alguna manera estaba reviviendo a todos los ausentes, que de alguna manera me estaba reencontrando con ellos. Tal vez por eso, entro otras cosas, me haya costado tanto terminarlo. Por miedo a no tener ya la posibilidad de revivirlos en el secreto espacio de una hoja de papel, donde la memoria no tiene tiempo ni límites. Me ha llevado mucho tiempo comprender, tal vez demasiado, que es preferible animarse a compartir las imperfecciones de esa memoria, con sus huecos, sus olvidos e, incluso, con sus profundas injusticias, que encerrarlas esperando encontrar la perfección de la forma y la fidelidad absoluta a los hechos. Porque uno un día descubre, con espanto, que ha comenzado a olvidarse de aquellas cosas que suponía inolvidables; porque las había estampado durante años en el recuerdo como una fotografía guardada en un sobre sellado. Y cuando uno comienza a abrir esos sobres, ve que el tiempo ha seguido haciendo su trabajo, a pesar de las precauciones, y algunos rasgos se borronean, algunos rostros se desdibujan y algunos nombres se confunden. Me ayudó mucho a superar ese temor producido por los baches de la memoria, esa frase que escribió Gabriel García Márquez en encabezamiento de sus propias memorias: “La vida de uno no es lo que pasó, sino lo que recuerda y como lo recuerda”. Pero más me ayudó el consejo de un gran amigo, quien me sugirió una forma de ordenar tantos recuerdos dispersos. A veces para un escritor unas simples palabras de otro son como una mano tendida a un náufrago en medio del océano, porque uno vive flotando en el mundo de sus ideas pero no se decide a nadar en ningún sentido.
No es fácil aceptar que uno no es dios; lleva años, a mí me llevó casi treinta. Al principio yo quería escribir todas las historias, ponerme en la piel de cada uno de mis compañeros y hasta en la de mis enemigos; quería reproducir los hechos reales dándoles la forma literaria más perfecta y escribir también todas las historias que me imaginaba. Eso me producía una inmovilidad terrible, no sabía por dónde empezar ni como seguir. A veces acudía a mí un recuerdo y le daba una forma incompleta, insatisfactoria; así se fueron apilando un montón de retazos, hasta que me decidí a encarar la paciente y ardua tarea de terminarlos y unirlos. Asumiendo el costo de la imperfección, hasta de la mediocridad; porque a veces es casi imposible evitar los lugares comunes, las repeticiones. Pero comprendiendo que siempre será mejor una pieza terminada, por modesta que sea, que el más brillante de los proyectos.
Y es que, cuando este libro era solo un proyecto, yo sentía que tenía que conmover al mundo: escribir una obra que fuese la sumatoria de la denuncia política con la excelencia literaria. Porque yo tenía que conseguir que todos comprendieran la grandeza de nuestra lucha y sintieran el dolor de nuestras pérdidas. Que todo el mundo pudiera ponerse en los huesos y el alma de cada preso, de cada torturado, de cada fusilado, de cada perseguido. Tenía la pedantería de creer que mis pobres páginas bastarían para remover las conciencias y cambiar el curso de la historia.
Pero además, no me conformaba solo con eso, pretendía también alcanzar las cúspides de la literatura universal con ese libro, con este libro: convertirme en un best-seller, transformarme en un “boom”, ponerme en las puertas del premio Cervantes y encaminarme raudamente hacia el Nobel de literatura. Por eso también me costaba tanto terminar, porque tenía miedo de comprobar que no lograría ninguna de esas cosas. Miedo de aceptar que uno no es más que esto: lo que ha escrito y ha vivido. Que no puede escribir mucho mejor de como escribe ni puede vivir más de lo que ha vivido.
Hasta que llega el momento en el que uno termina de aceptar que uno al menos es eso, y que eso después de todo no es tan poca cosa; pero corre el riesgo de no llegar a ser ni siquiera eso, si no se propone seriamente concretar y terminar. Si uno no quiere ser, eternamente, “un hombre que está escribiendo un libro sobre sus vivencias en la década del ‘70”, como lo fui durante estos últimos veinticinco años.
Cuando estábamos en Venezuela, leí “El jardín de al lado”, de José Donoso, una novela que cuenta la historia de un escritor chileno que había estado seis días preso después del golpe contra Allende y hacía varios años que estaba escribiendo un libro sobre esos seis días y todavía no lo había podido terminar. Dina fue la que descubrió que Donoso en realidad se había puesto en el lugar de la mujer del escritor, ella era quien escribía “El jardín de al lado”, porque el tipo seguía tratando de escribir su libro sobre esos seis días. Y yo me burlaba de ese escritor ficticio, lo despreciaba: “más de seis años para escribir sobre esos seis días, que al pedo debe estar ese tipo”. Lo mismo me pasó al volver a la Argentina, cuando me mostraron el guión de unos exilados que se habían ido a Venezuela en el ‘73, contaban su historia allá y se llamaba “Diez años no es nada”, también me pareció una exageración. Y yo tardé casi treinta en concretar esta idea.
Por eso, en este preciso momento tengo la sensación de estar abriendo la puerta de una cárcel; de estarme liberando de una condena que yo mismo me impuse: la de contar mi historia y la de mis compañeros, la de intentar revivirlos y revivirme en estas páginas. Leyéndolo, comprenderán que esto no es un libro, que esta es la vida de un hombre; mi vida, eso es lo que tienen en sus manos, ni más ni menos, para bien o para mal.
Todavía falta abrir una puerta, aún resta subir el empinado escalón de la edición, pero aun así siento que ahora comienza una vida nueva para mí. Ya no tendré el refugio de estas páginas, ya no seré más “el hombre que está escribiendo un libro”. Ni volveré a escribir más sobre mis compañeros ubicándolos en aquel pasado (aunque ocasionalmente pueda volver sobre alguna historia no contada, sobre algún olvido); porque de ahora en más pienso darles otra vida. Los convertiré en personajes de mis próximas novelas, como lo hice con el “Sátiro”, quien fue “Mi amigo Miguel”, en un libro anterior mío. Y en la piel de esos personajes pienso hacerlos recorrer el mundo y vivir decenas de vidas; resucitando en los lugares más inverosímiles y en las circunstancias más extrañas. Para vengarse de sus verdugos una y otra vez, con la victoriosa espada de la inmortalidad.