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3.2. Desigualdades de renta

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Los resultados de los trabajos que, con una mayor riqueza de datos, han abordado la cuestión de la convergencia económica a escala mundial no avalan la pretendida «hipótesis de la convergencia»; si acaso, documentan una «convergencia condicional», esto es, un acercamiento en los niveles de productividad de economías con parámetros básicos relativamente semejantes. Un proceso que se ha hecho efectivo en el grupo de países más desarrollados –lo que se ha llamado el «club de la convergencia» de la OCDE–, pero que no alcanza al conjunto de la población mundial. De hecho, el índice de Gini –la medida más convencional de la concentración de la renta– que repetidamente se obtiene en muy diversos estudios sobre la economía mundial, en torno del valor 0,5, solo encuentra parangón con los cocientes que muestran aquellos países con una mayor desigualdad de los ingresos personales. El gráfico 3 expresa con toda claridad el incremento de la desigualdad registrado desde finales del siglo XIX hasta mediados del siguiente; el mantenimiento en altísimos niveles durante la segunda mitad de este, y la abrupta caída en las décadas iniciales del siglo XXI. Conviene aclarar, no obstante, que cuando se adopta un enfoque de esta cuestión menos centrado en la renta per cápita –una medida siempre controvertida del bienestar, y más para un período tan dilatado y lleno de cambios como este–, y se consideran otros indicadores, como la alfabetización o la esperanza de vida (al estilo del Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas), se obtienen unos resultados más favorables a la convergencia internacional.

Gráfico 3.–Desigualdad internacional de la renta real per cápita, 1870-2015 (índices de Gini, ponderados los datos por la población)


Fuente: Elaborado con las series de L. Prados de la Escosura (2021), “Inequality Beyond GDP: A Long View”, EHES Working Paper No. 210 (marzo).

En todo caso, tanto el gráfico 2 como la información numérica del cuadro 1 dejan algunas lagunas que conviene considerar. En primer lugar, la existencia, más que de un Tercer Mundo homogéneo y monolítico en su atraso, de terceros mundos diversos, en los que hay ejemplos extremos de pobreza y de ausencia de estímulos al desarrollo. Es el caso de extensas regiones de Asia meridional y, sobre todo, del África subsahariana, que, con casi un 40 por 100 de la población mundial, representan actualmente tan solo el 6% de toda su renta: es ahí donde se concentran los cerca de 700 millones de personas que aún viven con menos de 1,9 dólares diarios por todo ingreso (Gráfico 4). En segundo lugar, y frente a este infra tercer mundo, otros países, singularmente en la fachada asiática del Pacífico –los conocidos como «tigres» del Sudeste de Asia–, acortaron distancias con los países líderes a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, hasta adquirir, en su propio comportamiento dinámico, caracteres más propios de países industriales que de aquellos otros con los que hasta hace poco compartían una estancada pobreza. Incluso, el gran crecimiento de China y, en parte, de India y otras economías emergentes, a lo largo de las dos últimas décadas, ha mejorado los índices de desigualdad internacional cuando en estos se pondera el peso demográfico de los distintos países: esto es lo que se refleja tan claramente en el Gráfico 3. En tercer lugar, el avance económico de algunos de los países más poblados –y hasta ahora más pobres– que explica esta mejor distribución de la renta mundial entre países a lo largo de las últimas décadas, no siempre ha significado mejoras en la equidad dentro de estos países, ni tampoco dentro de los más desarrollados: de hecho, se viene apreciando una tendencia al deterioro de la distribución de la renta en el seno de una amplia relación de países, incluidos los miembros de la OCDE, cuyas clases medias, además, como refleja el conocido gráfico de la «curva del elefante» de Branko Milanović, han visto pasar de largo los beneficios de la globalización, concentrados en las nuevas clases medias de los países emergentes y en el extremo (comúnmente representado por el 1 por 100) más rico de la población mundial. Por último, y en todo caso, no pueden ignorarse los progresos que en la primera década del siglo han venido propiciados por la campaña de los objetivos de desarrollo del milenio de las Naciones Unidas: el primero de ellos, reducir a la mitad, en el horizonte de 2015, la pobreza extrema (objetivo alcanzado con cinco años de antelación, en 2010). Si bien, a pesar de los progresos registrados, no puede dejar de consignarse su gran presencia aún en regiones como el África subsahariana (véase de nuevo en el Gráfico 4). Por contraste, para América Latina –una de las áreas donde las desigualdades han sido tradicionalmente más marcadas–, la década 2004-2013 propició muy notables avances en el terreno social.

Gráfico 4.–Tasa de pobreza 1, 1990-2019


Nota: (1) La tasa de pobreza de 1,90 dólares al día es el porcentaje de la población que vive con menos de 1,90 dólares al día a precios internacionales de 2011.

Fuente: Elaborado con las series del Banco Mundial (http://databank.worldbank.org/home.aspx).

Cerrado el ciclo de los objetivos de desarrollo del milenio y de su incipiente «agenda social global», se abrió en 2015 la puesta en marcha de los objetivos de desarrollo sostenible (ODS), con horizonte 2030. Las propuestas siguen presididas por la lucha contra la pobreza extrema (hasta erradicarla totalmente) y el hambre, la promoción de mejoras en los ámbitos de la salud y la educación, el combate contra las desigualdades extremas y frente al deterioro ambiental y la novedosa inclusión de metas de crecimiento, gobernanza, paz y seguridad.

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