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EL DOMICILIO DE LOS MUERTOS

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Ni son tan desdichados ni se sienten tan felices. Cada uno tiene un departamentito modesto. Mas no hay quejas.

Todos miran extasiados la bóveda rosácea y translúcida, tramada de venillas azulencas, de su habitación o sala de estar.

No hay sol en aquella fofa cúpula, por las paredes de la cual chorrea un flujo sanguinolento. En el tiempo de calor dicho aguaje aumenta.

Del vientre de cada uno surge un tubo elástico, ancla cuyo extremo se incrusta en la pared. Es blando y caliente, e inestable como una lombriz de tierra.

La manguerilla limita los movimientos del difunto, pero llega el día en que se rompe.

Se produce, en consecuencia, un cataclismo individual en el departamentito mortuorio, pues a quien le ocurre el percance se eleva, ingrávido ya, hasta tocar el centro mismo de la semiesfera carnal. Ahí se pierde.

Así mueren los muertos. Nadie se alarma, ni llora, ni pronuncia discursos. Dicen: Nació, y siguen en sus pocas cosas de pólipo.

Extrañas criaturas

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