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2. LA ACTIVIDAD ECONÓMICA Y EL MEDIOAMBIENTE: EL SISTEMA FINANCIERO COMO SOPORTE DE LA ECONOMÍA REAL

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La vida en nuestro planeta está marcada por la escasez y la limitación de los recursos. Esas características llevan inexorablemente a la manifestación del que puede considerarse como problema económico básico, el de la asignación de unos recursos escasos susceptibles de usos alternativos. Surge así implícitamente la noción angular sobre la que se sostiene uno de los grandes pilares del análisis económico, el coste de oportunidad. La linterna del economista está siempre encendida –con el evidente riesgo de que su luz no se perciba cuando luce el sol– para alertar de que el uso de cualquier recurso implica siempre renunciar a algún uso alternativo. Ahora o en el futuro. Un problema aparece cuando la utilización o el consumo de un recurso no conllevan el pago de un precio. Pero la inexistencia de un precio no es sinónimo de la inexistencia de un coste. De igual manera, el hecho de pagar un precio por realizar una actividad no significa que dicho precio cubra todos los costes que tal actividad origine para el conjunto de la sociedad19.

Ambos tipos de desajuste adquieren una extraordinaria importancia en conexión con el medioambiente. En éste nos encontramos con una serie de recursos sumamente valiosos e insustituibles cuyo uso no está sujeto a precio alguno, y sin que sus usuarios tengan presente que se trata de recursos agotables –o extinguibles, en el caso de la flora y la fauna– cuya merma puede tener dramáticas consecuencias o privar de su disfrute a los miembros de generaciones futuras. De otro lado, aun cuando se pague un precio por realizar determinadas actividades, puede estar infligiéndose un daño o perjuicio a otros agentes que, al no ser tenido como presente en el importe pagado, no se tiene en cuenta en la toma de decisiones. Es un caso paradigmático de los denominados efectos externos o externalidades negativas20.

Nordhaus (2017, pág. 1.518), ha calificado como “el concepto económico más importante en la economía del cambio climático” al coste social del carbono, definido como “el coste económico causado por una tonelada adicional de emisiones de dióxido de carbono o su equivalente”21. Ya el FMI (2008, pág. 1) había calificado el cambio climático como “una externalidad potencialmente catastrófica y uno de los problemas de acción colectiva mayores del mundo”.

El sector financiero reviste algunas connotaciones especiales por su papel dentro del sistema económico, lo que hace que, directa e indirectamente, ejerza diversas influencias sobre el medioambiente (esquema 1). En primer lugar, a raíz de su actividad productiva, que requiere la utilización de insumos y de energía. Dado que dicha actividad consiste en la prestación de servicios financieros, el output generado no presenta en sí mismo un impacto directo significativo sobre el medioambiente22.

Esquema 1. El sector financiero y el medioambiente


Fuente: Elaboración propia.

La principal vía de influencia del sector financiero sobre el medioambiente es la que prevalece a partir del desempeño de las funciones que lleva a cabo para el funcionamiento del sistema económico. Tales funciones, en sus categorías fundamentales, pueden ser agrupadas en los siguientes apartados: a) medios de pago; b) captación de ahorro; c) concesión de crédito; d) inversiones en activos financieros; e) aseguramiento de riesgos.

Dado que se trata de funciones absolutamente esenciales para el funcionamiento de la economía, la importancia del papel del sistema financiero resulta difícil de ser exagerada. Si tenemos en cuenta: i) la relevancia del crédito bancario (o asimilado) para la financiación de viviendas, vehículos, equipamientos familiares, viajes y otras actividades de consumo de las familias; ii) la dependencia que tienen las empresas del crédito para la financiación de su inmovilizado y de su activo circulante; iii) la canalización del ahorro y de la inversión de las familias y empresas; iv) el protagonismo adquirido por los fondos de pensiones y los fondos de inversión en el capital de las sociedades cotizadas; v) el peso de las participaciones empresariales directas de las entidades de crédito; y vi) el carácter crítico de los seguros para poder actuar en contextos de riesgo, no podemos sino concluir que el sistema financiero es el sostén de la actividad económica real, y tiene la capacidad de definir tanto su perfil de especialización productiva como su configuración misma23.

Y, adicionalmente, no podemos ignorar una función clave desempeñada tradicionalmente por las entidades bancarias, la de discernir, en el proceso de concesión de créditos, qué proyectos empresariales “pasan la prueba” y logran adentrarse en el circuito económico.

En el ámbito de la Unión Europea, las Directrices sobre Originación y Seguimiento de Préstamos (Autoridad Bancaria Europea, 2020a), con entrada en vigor el 30 de junio de 2021, pretenden que las entidades bancarias incorporen los factores ASG en las políticas de propensión y gestión del riesgo, y en las políticas y en los procedimientos para la concesión de crédito, adoptando un enfoque holístico (parágrafo 56). Estas Directrices son un buen ejemplo del cambio de perspectiva, pues representan la primera política relacionada con productos específicos (la concesión de crédito por las entidades bancarias) que incorporan “las consideraciones de la sostenibilidad” (Autoridad Bancaria Europea, 2019a, pág. 11).

El acarreo histórico ha determinado, a partir de decisiones adoptadas a lo largo de décadas, el perfil actual de la actividad productiva. En línea con lo señalado, el sistema financiero ha sido un cooperador, no solo necesario sino imprescindible, sin que haya que perder de vista que su actuación se enmarca en un contexto mucho más amplio condicionado por la colaboración prestada al sector público, por ejemplo, respecto de la ejecución de la política monetaria o la atención de colectivos vulnerables, o por el exigente marco regulatorio que le resulta aplicable, así como por las fuerzas imperantes por el lado de la oferta y por el de la demanda, más en general.

Tras la crisis financiera comenzada en los años 2007 y 2008, y la posterior depuración y la concentración del sector, las entidades bancarias que han subsistido han mostrado su proyección social, que resulta inherente, por otra parte, a la propia función desarrollada.

El ejercicio de la responsabilidad social corporativa (RSC), que, en una etapa preliminar, ha servido para canalizar el esfuerzo del sector financiero para la aplicación de las finanzas sostenibles, resulta clave para una mayor coordinación de las iniciativas públicas y de las privadas24. El compromiso demostrado durante la pandemia, junto al contraído anteriormente en relación con la sostenibilidad y la lucha contra el cambio climático, muestran el verdadero alcance de la función social de la banca (López Jiménez, 2020b, pág. 65), y la coloca en vanguardia para promover el conocimiento y la efectividad de los criterios ASG.

Es evidente que el balance de las tendencias históricas es imposible de alterar, pero no lo es menos que existe capacidad para moldear el panorama futuro. No de forma brusca, pero sí a través de un proceso de transición que no será neutro en cuanto a sus repercusiones intersectoriales.

La sostenibilidad y el nuevo marco institucional y regulatorio de las finanzas sostenibles

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