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III. Al papa se le niega el discurso ante el Parlamento Global y viajo a NY


La tradición mandaba que una de las primeras salidas del Vaticano de un papa nuevo era un discurso en el Parlamento global, que representaba a toda la humanidad, colonias espaciales incluidas. Ocurría lo mismo con el Dalai Lama y algún otro líder espiritual. Pero esta vez no se había recibido la invitación en la Roma del papado.

El secretario de Estado del Vaticano había sugerido al nuncio ante el Gobierno global que insistiera para que fuera cuanto antes. Calixto X podía no adaptarse bien a la vida en el planeta y sería bueno que pudiera exponer sus convicciones pronto. El secretario de Estado global (adjunto a la Presidencia de la Tierra) respondió con evasivas e indicó que el discurso debía consensuarse con el Gobierno. La capital de la Tierra era Nueva York, por haber sido la sede de la ONU (Organización de Naciones Unidas) en siglos pasados. NY tenía un estatus especial; se denominaba DG (Distrito Global). Allí el Humanismo Liberador era la ideología dominante.

Según la Constitución global, había libertad de expresión. Pero, por razones de equilibrio ecológico, no había libertad de residencia permanente entre territorios súperpoblados. Las leyes de NY permitían al Gobierno global expulsar a personas que, por sus ideas o costumbres, perturbasen la tranquilidad ideológica de la mayoría de los miembros de una comunidad. Esta ley, que se aprobó con mucha polémica, se iba adoptando por cada vez mayor número de territorios y eso hacía que las manifestaciones públicas de la doctrina de la Iglesia católica fueran siendo toleradas en cada vez menos zonas. No se impedía que las personas tuvieran sus propias creencias religiosas y se protegía su práctica en privado, pero se dificultaba su manifestación pública.

Era seguro que monseñor Illibrando, ahora Calixto X, iba a denunciar este hecho ante el Parlamento global. En la colonia lunar no tenían problemas para expresar sus opiniones. Era uno de los territorios donde la población autóctona era necesaria. Por eso, además del aborto, la eutanasia también estaba prohibida. Eso hizo que muchas familias católicas emigrasen ahí durante los primeros tiempos de la colonia. Allí era fácil, y casi un deber, defender las doctrinas cristianas tradicionales.

Al mes de su nombramiento, Calixto X me comentó:

–Cronista –siempre me llamaba así con cariño–, creo que debería viajar a NY para analizar el tema de mi presencia en el Parlamento global. Es necesario que proclamemos el Evangelio a todos los pueblos, como nos ordenó Jesucristo antes de su ascensión a los cielos.

–Santidad –repliqué–, no soy diplomático y mi capacidad es relatar cómo transcurre la historia más que ayudar a que ocurra.

Me miró y afirmó con fuerza:

–Lo sé, cronista. Pero el diablo está metido en todas partes y necesito que alguien me explique desde la realidad, pero con los ojos de la fe, cómo es la situación para poder abordarla. Por eso una persona acostumbrada a analizar las cosas con los criterios correctos es ideal para esta misión.

A los pocos días me encontraba en la sede de la Nunciatura en NY sin un encargo concreto, pero con una misión definida. El nuncio, monseñor Pasquali, era un diplomático de carrera, italiano, prudente como todos los de su especie y buen sacerdote; proclive a la buena mesa, porque, según decía, a los globócratas (nombre que se daba despectivamente a toda la Administración del Gobierno global) se les podía llegar mucho antes por el estómago que por el razonamiento o el corazón; cosas de «la especie humana» a quien Dios dotó del sentido del gusto. Sin ninguna duda, su figura corporal respondía a esa afirmación. Se decía en NY que la cocina de la Nunciatura era el mejor fogón italiano de la capital en una ciudad en la que los restaurantes de esa especialidad eran famosos.

Memorias de un cronista vaticano

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