Читать книгу Memorias de un cronista vaticano - José Ramón Pin Arboledas - Страница 7

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Preludio


Nunca pensé en mis años mozos de seminarista en Toledo, mientras estudiaba simultáneamente Filología Clásica en la Universidad Pontificia de Salamanca, que llegaría a ser cronista de la Santa Sede en la Ciudad del Vaticano.

Hijo de una humilde familia manchega, mi vocación era ser lo que en esa tierra llaman «cura de pueblo». Mi sorprendente facilidad lingüística, heredada de un abuelo croata emigrante políglota, y mi suerte de ignorante atrevido me fueron llevando hasta mi destino actual. Un recorrido en el que tengo la fortuna de haber conocido ya a tres papas; entre ellos, Calixto X, el primer papa procedente de la luna. Un destino en el que inesperadamente me vi envuelto en las peripecias que voy a narrar.

Jamás esperé a lo largo de mi vida tener relaciones con miembros del Gobierno de la Tierra, como la impresionante secretaria del Gobierno Global, Sra. Randia; ni codearme con cardenales como monseñor Pasquali, nuncio (embajador de la Santa Sede) ante el Gobierno global con sede en la capital del mundo, Nueva York; o al reverendo Duálvez, segundo en la Secretaría de Estado de la Santa Sede (su Ministerio de Asuntos Exteriores), cada uno de ellos representante de dos escuelas teológicas enfrentadas.

Tampoco imaginé toparme con personajes como Paul Corvine, CEO de una multinacional farmacéutica poderosa, L’ Airreal Co, protagonista de una historia de ambiciones y enredos en la que me encontraría con mi sobrina Brigitte, una brillante doctora investigadora psicosocial de las reacciones de los equipos humanos en los viajes de colonización espacial, historia en la que se entremezclan las acciones de una ONG caribeña, el narco-cartel de Bucaramanga, sus sicarios y sus oficinas gestoras esparcidas por todo el mundo y en la que, Luigi, el dircom de un importante bufete de abogados internacional con sede en Londres actuaría de manera sibilina.

Ni soñando llegué a fantasear con que conocería a diputados del Parlamento global de distritos lunares como Kewman y Sajarof, o a Mark, diputado selenita al que la doctora Jalm dio un certificado de buena salud para un viaje espacial. Ni supuse nunca las sospechas del inspector de Seguros de Viaje, Sr. Jorodich, sobre la validez de ese certificado, sospechas que desencadenaron acontecimientos que influyeron en la legislación del Parlamento global y las pesquisas policiales del capitán Valit y Julia, la inspectora teniente de la Policía global, hechos que atañeron al secretario de Orden Público del Gobierno global, el honorable Jacky Suensi.

Por supuesto que nunca creí que pudiera ser cierta la idea de mi amigo, el periodista Boris, corresponsal de «Global News» en el Vaticano, sobre la posible la existencia de una Triple Coalición financiero-político-teológica cuyo objeto es dominar el mundo e imponer su ideología, una ideología basada en el legado de prohombres del siglo XX y XXI de corte capitalista y radical-laicista iniciada por personas social y económicamente poderosas. Una coalición que intentaría imponer sus ideas hasta en la Iglesia católica y sus entornos mediante tentaciones de poder y honores, como las que recibieron tanto Boris como mi sobrina Brigitte, la teniente Julia y otros muchos.

Todo ello fue lo que viví desde mis estancias alternativas en Roma y Nueva York, lo que les intentaré contar de acuerdo con el soneto que un día encontré en el Vaticano y encabeza este relato. Para eso necesito describir el contexto en que se movía la ideología dominante en este siglo mío, que hunde sus raíces en los siglos XX y XXI, en los que se produjo una confluencia entre dos corrientes que parecen contrapuestas pero que en realidad son complementarias y sinérgicas.

La primera era la de los defensores de un capitalismo radical. En ella se encontraban personajes financieros como un tal Soros, hábil en finanzas e impulsor de un foro anual de discusión en la ciudad de Davos, donde asistían y aún asisten cada año casi todos los personajes que ellos consideran importantes en el mundo. También había empresarios con capa de filántropos, como un tal Bill Gates, fundador de una empresa de éxito, Microsoft, y luego animador de campañas sociales a través de su fundación. La convicción de esta corriente filosófica era que el hombre puede desafiar cualquier reto y llevar a la humanidad por sí sola al éxito global, despreciando cualquier referencia a algo que supere la propia naturaleza material del ser humano.

La segunda corriente ideológica era un conjunto de teorías a las que se suponía liberadoras de ese ser humano. No solo suponían la ignorancia de un ser superior como Dios sino que también pensaban que el hombre podía despreciar a su propio espíritu, que la materia era lo único importante. En ambos principios coincidían con los capitalistas. Por último, el avance científico les había llevado a la conclusión de que el ser humano también podía superar su propia naturaleza y construirse a su voluntad o deseo. No importaba, por ejemplo, qué características tuviera al nacer; podía ser lo que quisiera. Incluso se pensaba que en el futuro podría trasladar su consciencia a organismos cibernéticos, rayando los límites de la vida permanente.

Estos conjuntos de ideas se habían reunido bajo un paraguas denominado Humanismo Liberador (HL), y por supuesto estaban en contraposición en muchos casos con el pensamiento judeo-cristiano y, dentro de él, la doctrina católica defendida por la Santa Sede.

A principios del siglo XXI la suma de todas estas ideas se convirtió en lo que se llamó «pensamiento políticamente correcto». Toda aquella persona que mantuviera ideas fuera de este horizonte era considerada reaccionaria y, en algunos casos, fascista, mientras que los que se mantenían dentro de sus coordenadas ideológicas se autocalificaban de progresistas, demócratas y todos los calificativos favorables que se le ocurran al lector.

Debido a este contexto puede que los primeros capítulos le resulten algo densos. No se desanime. Si consigue sobrepasarlos, le asombrará lo que ocurrió, lo mismo que a mí. De hecho, yo aún no he salido de mi asombro. Especialmente, después del misterioso incendio iniciado en la cocina de la Nunciatura Apostólica en Nueva York (¿accidente o acción criminal?) que supuso la intervención de la Policía global y sus pesquisas y consecuencias posteriores.

Memorias de un cronista vaticano

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