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II. Calixto X, el primer papa selenita, me renueva el cargo de cronista

Calixto X, antes monseñor Illibrando Musti, había nacido en la luna que, aunque bajo la soberanía del Gobierno de la Tierra, tenía autonomía en una serie de aspectos. Su Parlamento dictaba leyes propias. Allí, por ejemplo, se prohibía el aborto por razones de supervivencia de la colonia. Tener un nuevo miembro que naciera adaptado a las especiales condiciones del satélite terrestre era una alegría para sus pocos millones de habitantes. De hecho, era noticia de cabecera de los medios de comunicación selenitas. Al contrario que en la Tierra, donde la sobrepoblación era considerada un ataque al equilibrio ecológico del planeta.

Nacer en la luna comportaba un crecimiento con periodos diarios de gravedad baja y exposición ocasional a rayos solares y de otro tipo más intensos que en la Tierra. Todo eso permitía adaptarse desde pequeño a la vida colonial, algo que costaba mucho a los emigrantes procedentes de la Tierra, que solo podían permanecer unos años en la luna sin fuerte medicación. Los «selenitas», al crecer con periodos de gravedad inferiores a la Tierra, solían ser más altos y sus huesos menos robustos. Por esa y otras causas, para vivir en la Tierra tenían que permanecer medicados de por vida. Esa había sido una de las dificultades para el acceso al papado de monseñor Illibrando, ahora Calixto X. Pero su firmeza en la interpretación de la doctrina y su impecable trayectoria habían inspirado al Colegio cardenalicio, que lo eligió a la muerte de su antecesor en la primera votación. Una elección con mayoría superior a los dos tercios que exigía la norma.

Como cronista del Vaticano fui confirmado inmediatamente. Su Santidad me conocía brevemente de dos escasas visitas personales a Roma (no era fácil conseguir billetes de ida y vuelta, ni siquiera para un cardenal). Acabadas las ceremonias de entronización al papado me llamó y me dijo en un italiano con acento extranjero:

–Espero que siga redactando los acontecimientos con la fidelidad que lo ha hecho hasta ahora. He seguido sus crónicas desde mi sede lunar y no solo me han hecho conocer bien lo que ocurría en el Vaticano y toda la Iglesia; también me han ayudado a fortalecer mi fe.

–Muchas gracias, Santidad –contesté–; espero merecer la confianza que sus dos anteriores antecesores tuvieron en mí.

Luego entraron personas del servicio y me fui. Unas horas después recibí el mensaje de confirmación de la renovación de mi encargo. Entonces no sabía que los acontecimientos se iban a precipitar.

Memorias de un cronista vaticano

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