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Día 5 de agosto de 1969
ОглавлениеMe he levantado tarde, a las 4. Como tarea primordial, me he señalado el avance en la historia de la estética, concretamente el estudio de Aristóteles. Paso inmediatamente a mis notas sobre ello.
Lo bello contiene dos notas esenciales: la simetría, en relación con el orden, la extensión, relacionada con el límite: una cosa es tanto más bella, cuanto es más grande, dentro de la limitación que la hace abarcable para el hombre. Es claro que aquí, hay ya una consideración relativa al hombre. Y que deberemos dejar fuera a Dios. Yo pienso que, cabalmente, se trata de observar lo que es bello en sí, y tratar después, de lograr capacitar al hombre para percibirlo.
Aquí, como en tantas otras materias, la gracia levanta al ser humano sobre sí mismo, y le capacita para gozar de bellezas que le superan. Eternamente vamos a disfrutar de la belleza divina, justamente ilimitada. Recuerdo las consideraciones de Poe, sobre la composición del poema del cuervo. Es cierto que una pieza resulta más bella para un espectador concreto, según estos principios; pero hay aquí algo plenamente subjetivo; pues diversos espectadores son poderosos a abarcar extensiones diferentes, y aun muy diferentes. Entonces el artista ¿deberá atender al mayor número, o a los mejor dotados? Y entonces –para mí no cabe duda de la respuesta– uno de los objetivos de la educación será aumentar estas potencias. Sin embargo, hay aquí un tema cardinal: dado como es el hombre, ¿cuál es el camino para hacerle perceptible la hermosura divina? Pues, verosímilmente, es esta realidad, observada por Aristóteles, la que dificulta, al común humano, el goce de la belleza del Padre, que tan palmaria siento yo.
Una observación psicológica sagaz, es que lo simétrico parece más extenso que lo asimétrico, porque es más fácilmente abarcable en su totalidad. El máximo placer lo provoca la sensación de grandiosidad, unida a la de comprensión. Objetivamente: lo grande abarcable.
Y naturalmente la relación entre grandeza y límite se basa en la medida.
La palabra belleza tiene diferentes significados, de los cuales los más importantes son el físico-estético, el ético y el ontológico. En todos ellos se encuentran, analógicamente, los elementos de extensión, orden, simetría y limitación. Aristóteles desarrolla la ética con sentido estético indudable. Y también en el obrar humano, como tal, hay grandeza (motivo-objeto) hay simetría (temperancia, medida, justo medio), orden y limitación, en las tendencias al fin buscado. Los actos virtuosos son bellos, cuando se realizan por la hermosura de la virtud, cuando se obra por el bien en sí, no por la utilidad o el deleite.
Es muy curioso, cómo los formadores han repetido, en las clases de los seminarios, este concepto aristotélico, y luego no se han cuidado, en absoluto, de extraer sus consecuencias prácticas, que, no obstante, tendrían valores incalculables. ¡Qué hombres hubieran podido formar en posesión de tales elementos fundamentales: la belleza de la acción humana movida por la gracia divina, por el amor del Padre, que es la hermosura misma! La ausencia de sentido estético, en anchísimos sectores de la Iglesia es, sin más, una condenación de la formación secular en lo concreto. Por cierto, cada sacerdote hubiera estado dotado muy diversamente, respecto de las artes particulares; y no pocas veces hubiera gozado, justamente, con el sacrificio de realizaciones determinadas de la belleza “estética”, en aras de la Belleza sin más; pero todos ellos hubieran estado capacitados para percibir la belleza, hubieran sentido la inclinación a la hermosura, y hubieran salido de las clases con una inclinación a percibirla en cualquier manifestación.
En el orden ontológico la belleza es la adecuación –simetría– con el biológico.
Para Aristóteles, todo producto humano debe ser perfecto en su línea, y consiguientemente bello, en la especie de belleza que le corresponde.
Relaciona la pureza de los deleites, con el punto de vista del sujeto, a diferencia de Platón, que parte de la pureza de los objetos.
Tiene más en cuenta el movimiento hacia el fin, que la estructura matemático-musical de la naturaleza. El arte, en esencia, es una actividad del espíritu, que se basa en la actividad de la naturaleza y la utiliza; es, como ella, un movimiento teleológico hacia un resultado. Y obra de arte es “todo cuanto se realiza teleológicamente con conciencia racional. Prolonga e imita la naturaleza. La imitación, en cuanto a la actividad artística, se refiere al proceso natural; en cuanto a la obra, a una forma natural. El ejemplo de lo culinario es muy luminoso.
En el arte hallamos las cuatro causas: materia (piedra) forma (imagen de la figura que se la va a dar) –eficiente: el artista y su arte y sus instrumentos– final, en cierto sentido identificada con la idea, la forma, que llama a veces idea motriz o creadora.
Diferencias entre la belleza ética y la artística: la primera brota del ser hombre, la segunda de ejecuciones concretas, cualificadas, particulares: su resulta es una obra externa, con intervención del cuerpo y, ordinariamente, de instrumentos, según los cuales se diversifican las artes. Yo no estoy del todo concorde, pues creo que la pulcritud ética se ejerce también, con no poca intervención física e incluso instrumental, y que exhibe parejamente frutos exteriores.
El arte se basa en un conocimiento universal de motivos, causas y juego de medios; pero exige la experiencia, peculiar e incomunicable propiamente; la cual comienza con la percepción, se desarrolla por la memoria y se perfecciona con la repetición.
Como el arte se basa en la naturaleza, se incluyen en él tres ingredientes: naturaleza (ingrediente innato) - práctica (ejercicio) - técnica (conocimiento de las reglas). Según los predominios de unos u otros ingredientes, hay diversos tipos de artistas, y aun de artes.
El proceso viene a ser éste: se impone una finalidad, como existente de antemano, pero conocida. Habría que estudiar qué significado tiene este imponerse, si aquí se inserta, como básica, la idea de “necesidad”, de vitalidad... Pero la finalidad se concreta y exige medios especiales –se actúa según ellos– la misma actividad suscita gozo, como actividad y como tal actividad. Y el gozo perfecciona la actividad misma.
Distingue artes útiles y deleitables; pero, al hablar del placer de la pintura, Aristóteles lo menciona como posible consecuencia para el espectador, no como finalidad real para el artista creador.
El concepto del arte bello es, para los griegos, mucho más amplio que para los modernos. Y yo creo que llevaban ellos razón. Contra el pobre Ortega... Otra cosa es que la belleza se realice como valor casi exclusivo en ciertas artes, y que éstas ofrezcan posibilidades de formación mayores.
La tendencia a la imitación es natural, innata. Y el reconocer el modelo, la conformidad, agrada. Ahora ¿qué valor tiene esta complacencia?
Varían con las artes los medios de imitación. Todo es imitable, probablemente, para Aristóteles. La forma externa, y la actividad interna. Los hombres pueden ser imitados –supongo que en cualquiera de los dos casos– como son, como debían ser, o como peores de lo que son. En verdad esto es tan universal, que ni el mismo teatro del absurdo se ha salido de ello. Y desde luego reconoce la imitación, no sólo de la figura externa, sino del ethos interior (así Polignoto18). En cuanto al placer, puede manar: de la semejanza, de la maestría en la reproducción, de la belleza de los colores y las formas en sí.
La música –pero supongo que el mismo Aristóteles aplicaría a todo parejamente– ofrece cuatro clases de delectaciones: dos formales: diversión y noble pasatiempo. Dos expresivos: disfrutamos por la expresión del sentimiento y por el restablecimiento de nuestro propio equilibrio. Como diversión se trata, no más, de relajamiento (como el sueño) pero como noble pasatiempo (scholé, aunque la terminología es indecisa) se justifica en sí misma, y se orienta inmediatamente hacia la felicidad. Además influye en la formación del carácter, pues actúa sobre el ánimo del oyente. Incluso establece relación entre los modos musicales y las leyes del estado...
La música influye inmediatamente en el alma - las artes plásticas indirectamente. La música es “una imitación de los movimientos de ánimo humanos, por medio de la melodía y el ritmo de los sonidos”. Distingue, aunque no expresamente, entre instrumentos y voces humanas. El sentido de la armonía, la simetría, la imitación, es innato. La melodía imita los estados de ánimo (ethé), los movimientos o pasiones (pathé) y los actos. Por eso clasifica las melodías en éticas, patéticas y activas. Los jóvenes deben ser educados en las primeras; pero las otras ejercen también un efecto sano catártico. La melodía imita los caracteres; el acorde nos ofrece percepciones de orden.
La retórica es una especie de dialéctica que tiende a persuadir, pero en vez de hacerlo por medio del puro razonamiento, emplea la apelación al sentimiento. Y así usa una serie de recursos. Para la estética es muy importante la forma sensible, verbal, utilizada. Aristóteles la denomina lexis, puede traducirse por estilo entendiendo “una forma perceptible compuesta de palabras y dominada por la medida y la simetría”. Trata de los ingredientes del estilo, palabras, períodos, y defectos en cuanto a unidad. Distingue palabras bellas (por el sonido, por la significación y por la impresión que suscitan) y feas. Se refiere al placer de lo inusitado y asombroso. Naturalmente no resumo, sino que me confino en lo que me interesa personalmente. Los ritmos son imitativos de los movimientos del alma. Insiste también aquí en lo adecuado, v. gr. en cuanto al asunto, en cuanto a los sentimientos del escritor, en cuanto a lo ético, el carácter, edad, sexo, etc., de la persona a que se refiere. Lo que nos deja fríos es lo inadecuado.
La poesía es imitación de la acción humana. La tarea peculiar del poeta está en construir la fábula. La acción se puede tomar de la historia, del mito, o de la propia imaginación, pero en todo caso, el poeta debe construir la fábula. La poesía no se especifica esencialmente por la forma métrica; lo poético no lo crea el verso, sino un tipo especial de imitación. El objeto de la poesía es el hombre: los primeros compositores “teólogos”, no eran poetas. Estos se complacían en admirar a los hombres magníficos, o satirizar a los viles, y de ahí la doble corriente de la poesía. Admite al poeta inspirado, pero reconoce un tipo de creador más sereno y equilibrado, con talento y técnica. En Aristóteles, la inspiración divina está substituída por una teoría médica. Lo importante del gran poeta es el equilibrio: “guardar un justo medio entre un temperamento demasiado frío, y uno demasiado caliente; debe conciliar la técnica con la inspiración, la reflexión con la imaginación, el talento y el genio, el equilibrio de la naturaleza (euphués) y el arrobamiento extático (manía). Pero si la belleza está en el justo medio, dedúcese de esto que son posibles dos tipos contrarios: el artista equilibrado y el genio extático” (136).
Sobre la tragedia hay un resumen de la teoría. Sólo alguna anotación me importa ahora: lo que busca la tragedia no es la imitación de los caracteres, sino la presentación directa y dramática de sus acciones, que producen felicidad o infelicidad, con los sentimientos consecuentes.
Los sentimientos son las consecuencias de la acción (miedo y compasión), los caracteres las condiciones, el acto que hace feliz o desgraciado es el alma de la tragedia. Porque el objetivo de cada ser es su acción.
La fábula debe ser completa, grande, una. Completa: con principio, medio y fin. Debe ofrecer un conjunto ordenado; un organismo al que nada falte. Lo más grande posible, dentro de lo abarcable. Debe estar construída de tal modo, que cualquier elemento que se substrajese hiciese resentirse la fábula entera.
La necesidad: la historia presenta lo individual como de hecho ha sucedido; la poesía llama la atención hacia la conexión necesaria entre caracteres y acciones, entre acciones especiales y sus consecuencias. Nada debe haber de inmotivado, ilógico. Por ello está más cerca de la filosofía que la historia; aunque no es estrictamente ciencia, ya que se refiere a lo particular. Nos presenta la fábula, de modo que sacamos la impresión de que tenía que suceder así. La ciencia se impone universalmente –la historia ofrece lo que ocurre una sola vez– la poesía lo que sucede en la mayoría de los casos. Nos hace sentir lo que debemos considerar inevitable en todas partes y siempre, para todos los hombres de cierto género, situados en ciertas situaciones: es imitación típica.
La acción trágica se determina por el carácter y los pensamientos de los personajes que toman parte en ella. El carácter es la expresión de una actitud de la voluntad; el pensamiento de la conciencia racional. El personaje se juzga más por el carácter que por el pensamiento, pues es por la voluntad, por donde entramos en la intimidad última, en las elecciones decisivas. Pero el sufrimiento trágico se relaciona con la acción libre de modo necesario (o probable); es decir, que está en conexión con una expresión de la ambición racional y consciente.
“Los movimientos puramente pasionales son, pues, excluídos de los verdaderamente trágicos; sólo llegan a ser ético-característicos, cuando obtienen una aprobación racional y consciente”.
Los caracteres trágicos son imitaciones, pero idealizadas. Personalmente, encuentro exacta la tendencia a la idealización, pues en su realidad auténtica, un hombre es siempre mucho más de lo perceptible. Los actos deben parecer derivarse, necesariamente o probablemente, del carácter. Debe ser fiel a sí mismo.
Hay que evitar un estilo demasiado brillante, porque distrae la atención de los personajes.
En cuanto a las emociones, parece considerar las más importantes el miedo y la compasión –pero no las únicas–. Supone, como parece suponer Platón, que la representación suscita en nosotros las mismas pasiones, al menos como suceso ordinario. Pero, mientras Platón se apoya en esto para impugnar el valor de la tragedia, Aristóteles encuentra ahí una purgación, por la que el hombre se libera de algo que tiene de todas formas, y luego queda sereno. Refiriéndose a temperamentos normales –no excesivamente sensibles, que se entregarían al desenfreno, ni excesivamente fríos– piensa que la excitación de emociones, en la tragedia, basta para liberarles de la carga normal que han de tener, y poder reaccionar después equilibradamente. La catharsis restablece el equilibrio psicológico, y hace gozar un placer excepcional de descarga y vuelta a la medida, distinto del superficial placer de los sentidos.
Ahora debo dejar a Aristóteles, para preparar algunas misas y actos de ejercicios; pero he de pensar en este asunto de la catharsis, de superlativa importancia, en cuanto al arte, y la misma liturgia, y las predicaciones.
Estas consideraciones aristotélicas coinciden, en parte, con la función que yo suelo asignar a ciertas maneras litúrgicas, o incluso de predicación, que ofrecen a la sensibilidad pasto conveniente, mesurado, en tanto llega a una altura bastante, para gozar de objetos no inmediatamente sensibles. Sin embargo, hablando en general, y refiriéndome a lo que hoy puede contemplarse en los espectáculos públicos, más bien me acuesto a las opiniones platónicas. Pienso que, de sólito, el espectador sale de allí perturbado, con la sensibilidad mal inclinada, fomentada en sus propensiones a constituirse en fundamento de la vida humana.
La comedia: en ella lo central es lo burlesco; es descompuesto, pero no doloroso. Lo ridículo es inesperado, nos sentimos sorprendidos y engañados, pero enriquecidos. La risa es necesidad vital, medio de descanso y recreo, pero debe estar sometida a medida. Debe consistir en sátira fina, no en bufonadas.
La épica imita la acción humana, de modo narrativo. Puede ser más extensa que la tragedia. Debe imitar una acción que se desarrolla de manera activa, ordenada a manera de un organismo. Su objeto es también lo necesario, con transcendencia universal; debe evitarse la intervención del deus ex machina. Prefiere la tragedia, y afirma que se puede disfrutar de ella con la lectura privada, lo mismo que de la épica.
La poética tiene sus leyes, que no son las de las ciencias naturales. La poesía tiene, entre otras, la finalidad de encantar, por eso hay que juzgarla desde puntos de vista peculiares. Lo más valioso de un poeta es ofrecer algo que sea, a la vez, asombroso y lógico, algo, cuyos momentos se enlazan, necesariamente, contra todas nuestras expectaciones. Lo ilógico, absurdo, sólo puede aceptarse, si no centra la atención en la misma extravagancia, y si realmente asombra. Admitimos en la poesía ciertos imposibles –como por convención– y por supuesto la idealización. La poesía es autónoma, con sus propias leyes, y se ha de leer en su contexto y ambiente poético, diverso de cualquier otro. Aristóteles, frente a Platón, toma por medida el gusto, no de la plebe, pero sí de la mayoría. “Porque en toda multitud, dice, cada uno pone su atención en una parte o aspecto distinto de la obra, y, por consiguiente, la convergencia de muchas opiniones da lugar a un juicio multilateral y fundado en todo el conjunto”.
Esto hay que tenerlo en cuenta –y para todo– pero cuando se trata de personas educadas, que realmente pueden ofrecer un juicio, o al menos una impresión válida. La realidad suele ser, que la mayoría inmensa de los espectadores son absolutamente incapaces de suministrar otra cosa que impresiones confusas y, caso de tomarlas en cuenta, perturbadoras.
Con esto acabo el capítulo de Aristóteles. Parece que, por primera vez en mi vida, estoy desarrollando durante este viaje los planes propuestos, o por lo menos voy a quedar muy cerca de los objetivos señalados...