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LARREA Y LA GENERACIÓN DEL 27

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Aparte de la conmovedora estimación personal de Gerardo Diego, continuamente expresada y reafirmada, y de su activa obra de difusión, de la que hablaremos más adelante, resulta difícil explicar cómo el poeta bilbaíno ha quedado fuera o al margen de la generación del 27, a la que cronológicamente pertenece y cuya poesía revela un aire acorde con las pujantes estéticas europeas. En efecto, muchos de sus representantes han negado rotundamente la recepción de la obra de Larrea y su posible influencia, declarando no haberla leído o en varios casos tampoco conocer al poeta. Incluso se ha dicho que es una invención del propio Diego, verdadero autor de los poemas de Larrea. Según es sabido, y ha repetido Luis Felipe Vivanco en su conocido ensayo «La generación poética de 1927», la explicación posible es la actitud negativa y reacia del escritor, que además de ser un «inconformista» pareció estar «empeñado en no existir en la lengua y en la historia de la literatura española»18. Otra marca de distanciamiento se debe a la idea distinta de poesía que separa al poeta bilbaíno de los compañeros del grupo generacional, más interesados por los problemas vitales o el compromiso social e ideológico y sin inquietud metafísica y religiosa, como el propio Larrea apunta:

«¿Por qué no hice buenas migas con los poetas españoles contemporáneos? La poesía era para mí, por así decirlo, agencia de salvación. A ella se me habían transferido espontáneamente las grandes esperanzas nacidas al calor de mi rigurosísima formación religiosa. Los otros poetas, carentes a lo que parecía de esta urgencia trascendental, operaban en el campo de la literatura dentro de la sociedad vigente de alcances, a mi juicio, provinciales. En el fondo yo era un místico de la poesía arrastrado por apetencias de otro género harto más desorbitado, mientras que, en mi sentir, los otros no pasaban de creyentes. Yo no tenía ni problemas sociales, ni afanes de notoriedad. Mi problema era esencial y universal, de vivencia profunda, de locura si se quiere: en puridad, religioso. De ahí que entre mi posición ante el lenguaje o verbo y la de los demás poetas españoles mediara cierto abismo, no siempre consciente, que se traducía en mi desolidarización sin distingos y apartamiento a toda costa»19.

De todos modos, la publicación del conjunto de los seis primeros poemas pertenecientes a los años veinte se debe al estímulo e intervención directa del amigo Gerardo Diego, quien anima a Larrea para que envíe textos a las revistas o enseña su obra creativa a los compañeros para que le inviten a colaborar. Así se deduce de esta misiva al santanderino, fechada el 9 de junio de 1919: «Querido Gerardo: El viernes con toda felicidad visité a Cansinos, quien me recibió amabilísimamente. Me gustaría saber las cosas que de mí le dijiste para comprender su actitud. De buenas a primeras me pidió cosas más avanzadas que las que tú le mandaste»20. Además, Diego lo elige como colaborador constante en su revista Carmen, y sobre todo lo incluye a la fuerza entre los poetas que forman la nómina de su Antología de 1932 y la de 1934, a pesar de las reacciones que ello desencadena incluso entre los compañeros del grupo. Así, Dámaso Alonso, a raíz de recibir el libro, envía una carta a Diego en la que, además de hacerle notar una serie de erratas y descuidos tipográficos presentes «a granel» en la antología y criticar su «falso título», apunta:

«Excesivo Larrea, y para colmo de males, traducido del francés, querido Gerardo: no te enfades conmigo, pero, mira, la verdad, si Larrea escribe en francés o en chino, pertenecerá a la literatura francesa o a la china, no a la española»21.

Quizás el único de la nómina que le admira y lo declara abiertamente es Rafael Alberti, que tras leer los nuevos poemas del bilbaíno en la Antología, el 10 de marzo de 1932 escribe a Diego: «Larrea, lo mejor. Muchos poemas desconocidos para mí. Lo mejor». Y más adelante: «Si no te arregla el viaje, mándame las señas de Larrea, que tengo grandes deseos de ser amigo suyo»22.

Sólo con fijarnos en las páginas de la revista Carmen, en la que participan los más importantes autores del grupo generacional (Cernuda, Lorca, Aleixandre, Altolaguirre, Salinas, Guillén, Prados, etc.), no pasa inadvertida la presencia de los nombres de Alberti y Larrea; además, en los números 3-4 y 6-7, en los que los dos autores colaboran, el gaditano anticipa algunos poemas de su futuro libro surrealista Sobre los ángeles. La crítica no se ha planteado la cuestión de la posible influencia de la peculiar escritura de Larrea en la obra de Alberti. Sin embargo, ya en su carta del 9 de junio de 1929, Diego comunica al amigo bilbaíno la consideración que va alcanzando su poesía en numerosos protagonistas del momento, entre los cuales nombra a Alberti con los poemas finales de Sobre los ángeles. En la misiva apuntaba el santanderino:

«Pepe Bergamín prepara una Antología española en la que quiere incluirte. Ya en varios artículos —y otros también como Quiroga— te han aludido con todos los honores. Va ganando la idea de que la mejor poesía actual procede, no ya de Juan Ramón, sino de Guillén y de ti. Por ejemplo en el último libro de Alberti, Sobre los ángeles, hay una última parte en que tu influencia es patente, aunque asimilada a su estilo. Creo que te mandará el libro. Alberti está entusiasmado con tus poemas. Dice que es lo único que le interesa. […] Dime ahora si autorizas a Bergamín para que escoja poemas tuyos, o si quieres tú hacerle la selección y darle poemas nuevos y nuevas versiones de los publicados»23.

En época bastante reciente, en el prólogo a la edición facsímil de Carmen, Diego evoca que la parte final del número 1 de la revista, de 1927, ofreció un recuerdo nostálgico a Juan Gris, muerto el mismo año, a quien él y el bilbaíno le dedican respectivas elegías; la del amigo, apunta, es «insuperable, de hondísima emoción vivida y creada poéticamente». Asimismo, vuelve a subrayar la importancia que tuvo su colaboración en la revista:

«Con su firma se instala una que va a ser ya norma y costumbre de Carmen, no sin vencer, como siempre, su resistencia. En las cinco salidas figurará siempre el poema uno o múltiple de Juan Larrea. Gracias a Carmen se van a enterar los distraídos de que el poeta [Larrea] existe, que está por delante y por encima de mí y no tardará en notarse el benéfico influjo de su poesía en la de otros compañeros o nuevos adolescentes. Cuando unos años después publique yo mi Antología, se confirmará —todavía con el escándalo de algunos incrédulos sin remisión posible— la importancia de llamarse Juan»24.

También Valbuena Prat, en su manual de literatura española, nota la posible influencia ejercida por Larrea sobre Alberti, aunque se inclina a favor de la distinta estética de los dos autores, resultado de diferentes visiones poéticas. Escribe el crítico:

«Se ha pensado en un influjo de las poesías, inéditas entonces, de Larrea, pero el espíritu es bien diferente: el del norteño es caso exclusivamente intelectual, literario; el del meridional, partiendo de estos elementos, alcanza una cima vital, una creación de mundo, abstracto pero en movimiento, esquelético pero animado; el de Larrea es personal, cerrado, el de Alberti abre una nueva posibilidad acreditada de la joven generación de poetas»25.

Pero no faltan personas del círculo literario que siguen pensando que Larrea, poeta invisible que además escribe en francés, es el fruto de una invención del propio Diego. Este, a pesar de su discreción y mítico «silencio»26, tuvo que intervenir públicamente para sostener la existencia real del autor bilbaíno. Entre sus varias declaraciones, expongo la más reciente, incluida en la nota «Larrea traducido» del libro Versión celeste en la citada edición de Vivanco (pág. 11), que reza:

«Fui yo el intermediario, el que conseguí que Juan rompiese su firme decisión de mantenerse inédito, aunque no por esa aparición entrase de lleno en lo que se llama la vida literaria, a la que todavía permanece hostil o indiferente. En cualquier caso, aquellos poemas [se refiere a los publicados en 1919] y los que luego siguieron en su revista Favorables París Poema, dirigida por él y por César Vallejo, e inmediatamente en la mía, Carmen, atestiguaban sin dejar lugar a dudas por de pronto que Larrea existía, que no lo había inventado yo y que yo no era ningún loco al proclamar que era el más hondo e intenso de los poetas españoles. De nuevo, mi Antología de 1932 presentaba a Larrea, incluso con su retrato para que no hubiera lugar a dudas».

No hay duda de que los textos de Larrea publicados en Carmen despertaron un vivo interés, como cuenta Diego a su amigo, y provocaron en algunos una difícil recepción y en otros gran fervor. En particular, el poema «Diente por diente» —revela el santanderino en su carta del 31 de marzo de 1928— «ha causado serios estragos en muchos. En algunos —seis o siete por lo menos que yo sepa— sincero entusiasmo». Y sigue informando de que los responsables de la revista Mediodía le van a pedir a Larrea colaboración y que Bergamín le manda su libro. Continua e insistente es la invitación de Diego al amigo para que le informe sobre sus ideas actuales y su nueva producción. En una carta de finales de junio de 1928, leemos: «Cuando me escribas —muy pronto— no dejes de contar el estado de tus cavilaciones poéticas y novelescas y de enviarme poemas, si, como siempre, los tienes, desconocidos para mí, viejos o nuevos». Gracias a la mediación de Diego, poco tiempo después Larrea recibe una misiva de Juan Ramón Masoliver que le conmina a colaborar en la revista Héliz; aparece al final una nota de la mano de Diego (posible remitente de la epístola), en que dice al amigo: «La revista no valía nada». Por su parte, Masoliver aclara que se trata de una publicación que, aunque «bastante putrefacta», se propone abrirse a la novedad en contra de la moral de la burguesía. Escribe:

«Empezamos dando una traducción de Breton, luego estas cosas de mi primo Buñuel; y mañana, fragmentos de Foix, nuestro gran superrealista. En secreto: nuestra revista es odiada por el buen catalán, el “pairal” —o lo que es igual, “delicuescente y putrefacto”—. Al pedirle colaboración, que no dudo nos otorgará, ya ve pues a lo que se expone. Al odio eterno del buen burgués. Pero como no dudo que sería semejante al que le alcanzaría, ya, en su casa, ni un momento he dejado de pensar en embarcarle. Espero, pues, sus poemas»27.

De igual modo José María de Cossío, gran humanista e impulsor de la vida literaria nacional28, subraya el paralelismo existente entre los últimos poemas de Sobre los ángeles y el estilo de Larrea29.

El cotejo de los diferentes y escasos materiales conocidos de Larrea en la época no aclara la cuestión, pero permite suponer que la autonomía de ciertas imágenes oníricas que brotan de Sobre los ángeles proviene de la misma actitud —más consciente y lograda en Larrea— de relacionar la presencia del yo con los mundos imaginarios. Pero el bilbaíno se empeña en deslindar su drama interior de la visión literaria, mientras que en Alberti el mismo drama se vuelve completamente al exterior, manifestándose mediante la creación de un singular lenguaje.

A pesar de no haberse considerado suficientemente, Luis Cernuda percibe una marcada recepción de la novedad de la poesía de Larrea en Lorca, Alberti y hasta Aleixandre, no sólo por el uso de su moderna técnica literaria, sino por el concepto de superar la idea del arte como juego a favor de su «insignificancia espiritual». Escribe el poeta sevillano en su libro de ensayos:

«Cuando algún poeta del 98, como Jiménez, estimándose todavía criatura única, se erguía frente al mundo para intimarle su desprecio, Larrea afirma la insignificancia en el mundo de la vida del poeta y de la obra del mismo. Precisamente es esa insignificancia de la poesía e insignificancia del poeta lo que parece restituir ambos a su función y lugar respectivos. En gran parte ese sería el concepto de la poesía y el poeta que pronto habrá de imponerse como más característico de esta generación»30.

Poesía y revelación

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