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LA LENGUA DE VERSIÓN CELESTE

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Como puede apreciarse, Larrea se guía por un ideal de verdad que no responde al canon literario, del que se aparta porque no restituye la vivencia estética que busca a nivel intuitivo, a la zaga siempre de una escritura que explore todas las posibilidades comunicativas. A partir de su primera experiencia poética, entrevé que puede desprenderse de su ser insignificante si sigue un impulso imaginativo en pos de una continua revelación del álter ego. Pero hay que aclarar que el empleo personalísimo que Larrea hace del lenguaje no determina el abandono completo al inconsciente irracional que preconizaba el movimiento surrealista, del que se distancia y del que sólo acepta los postulados que mejor se ajustan a su sensibilidad personal64. La fluencia alógica de la sintaxis supone una aventura creadora depositaria del ideal trascendente que anhela el poeta. Por lo tanto, las secuencias aparentemente desarticuladas del léxico, es decir, el registro de la pura materialidad del lenguaje, no suponen mera experimentación gratuita. Conservan una coherencia interna que transforma la búsqueda de la palabra en una impetuosa recherche de trascendencia, resultado de un proceso de intuición que aproxima a la realidad exterior. Y precisamente esto expresa el verso inicial del poema ya citado, que empieza: «Sucesión de sonidos elocuentes movidos a resplandor». Sintetiza la esencia lírica con una cuádruple reiteración distribuida visualmente en el espacio y basada en la técnica creacionista del maestro Huidobro, admirador del cubista Juan Gris. En efecto, el elemento visual que emerge sobre todo en los textos de la primera época, como por ejemplo en los dedicados a la esfinge y el estanque, da relieve y profundidad a la secuencia fónica. Se suceden visiones desarticuladas, unidas como por casualidad. No se ha insistido bastante sobre la importancia de la imagen, heredada del movimiento ultraísta-creacionista, en la poesía de Larrea, y se ha olvidado que sustituye la impotencia del sentimiento para aflorar fluidez. E igualmente no se ha analizado con solvencia la particular técnica aplicada para comenzar un poema durante la fase creacionista. El procedimiento consiste en unir al azar (pero ¿se trata verdaderamente de azar o de mera intuición poética?) un vocablo tras otro y yuxtaponer imágenes buscando, más que los nudos de un entramado lógico, una correspondencia secreta entre ellos. Larrea ha contado su manera de iniciar un poema, ajena al juego gratuito y atrevido de los surrealistas y al lenguaje normal: «Au commencement, dans cette direction du créationnisme, je croyais qu'il était nécessaire de commencer d'un mot, un mot qui demandait des autres, mais pas avec un sens dans le langage normal, aller de mot en mot, comme un fleuve… entrainé comme ça»65.

Larrea ha dado una serie de explicaciones acerca del poema «Fórmulas», en el que vemos diseminadas varias letras iniciales, como las del último verso que aluden al nombre del poeta. Afirma que el sujeto se define como conciencia fundamental que percibe «el fluir temporal de la existencia en términos esqueléticamente objetivos, como con rayos X, o sea, desde fuera del río de carne humana que transcurre; desde la orilla del Ser conciencia universal. En alusión abocetada, por cierto»66. En efecto, acudiendo al epistolario personal con el autor, apunta Gurney67 que en dicho poema asistimos al contraste entre la categoría de la existencia que reúne oscuridad, ceguera y la estación de otoño e invierno, por una parte, y por otra, la propiamente ligada al ser, exponente de elevación, vuelo y amor. En este dualismo que pugna entre realidad y espíritu, entre existencia y esencia, la lengua es un soporte fundamental para traducir y representar la entidad del misterio preconizado. Asociaciones visuales, auditivas, juegos de palabras y especialmente el cambio imprevisto del sujeto constituyen el entramado material con el que el poeta atraviesa su oscura noche del alma. Él es el viajero en mar abierto —el agua fluye de continuo por el espacio del libro—; él es el explorador, según se define en el poema «Rivage ou commencent les conjectures», «a quien un viento de otoño enjaula / Allí interpreto trozos de cielo y de nubes / empolvadas como botellas de un carácter soñador».

Poesía y revelación

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