Читать книгу Poesía y revelación - Juan Larrea - Страница 20

LOS ENSAYOS

Оглавление

En enero de 1930 Larrea, junto a su mujer Marguerite Aubry, en su búsqueda pertinaz de una realidad trascendente, decide abandonar París, ciudad donde habitaba desde 1926. Se embarca en Marsella a bordo del Colombo como un aventurero del espíritu, confesará el autor, en un destino en el que la poesía y la creación habían asumido vigencias absolutas. Parte rumbo a América del Sur, hasta fijar la residencia en Juli, a cuatro mil metros de altura cerca del lago Titicaca. Su estancia en Perú se prolonga casi dos años, fascinado por el mundo precolombino, que le lleva a recopilar una importante colección de arte inca. La expuso en el Palacio del Trocadero de París, después en la Biblioteca Nacional de Madrid, y posteriormente, en 1935, en Sevilla. En septiembre de 1937 acabó regalándola al Gobierno de la República, y más adelante dicha colecticia integraría el Museo y Biblioteca de Indias, precedente del actual Museo de América.

Al final del verano de 1931, vuelve con su mujer a París y trabaja como secretario en la Junta de Relaciones Culturales, sirviendo de enlace entre el gobierno republicano y Pablo Picasso, a quien visita mientras este pinta el Guernica, mural sobre el que escribe un conocido ensayo. El 15 de abril de 1938 asiste en París a la muerte de su entrañable amigo César Vallejo, al que dedica poco después su texto «Profecía de América». En ese año Larrea empieza una febril labor ensayística, mientras intensifica su militancia republicana y su trabajo a favor de los refugiados españoles a través del Primer Comité de Ayuda y de la Junta de Cultura Española. Es nombrado presidente de este organismo junto a José Bergamín y Josep Carner; su finalidad es facilitar la emigración a América de los intelectuales antifascistas. En octubre de 1939 se traslada con la familia a México, donde al siguiente año publica las revistas España Peregrina y sobre todo Cuadernos Americanos, que dirige hasta 1948. Ambas publicaciones desean abrir el diálogo entre intelectuales españoles e hispanoamericanos. En Cuadernos Americanos, Larrea publica en 1943 su ensayo fundamental titulado Rendición de espíritu, y, al año siguiente, en tres números de la revista, sale El surrealismo entre viejo y nuevo mundo.

Relegada para siempre la experiencia de la poesía, Larrea se dedica al estudio de la relación del mártir heterodoxo Prisciliano con el apóstol Santiago el Mayor. En 1947 entrega el relato Ilegible, hijo de flauta (escrito en 1927 y perdido durante la guerra civil) a Luis Buñuel79, quien, entusiasmado por su contenido poético surrealista, decide utilizarlo para un film. Pero el proyecto, en el que colaboran Buñuel y la hija del poeta, Luciana, fracasa tras varias etapas e intentos por las distintas posiciones ideológicas de los dos autores. En 1949, una beca Guggenheim permite al poeta instalarse con sus hijos en una modesta vivienda de Nueva York y dedicarse completamente a la actividad ensayística, en la que se distingue la publicación en 1951 del texto La religión del lenguaje español. En los años siguientes estudia los nexos entre la Epístola de Clemente a los Corintios y el Apocalipsis de San Juan, e inicia asimismo la génesis del libro La espada de la paloma, que, junto a Razón de ser, aparecerá en 1956 en la colección de Cuadernos Americanos. Es el año del traslado definitivo con su hija Luciana a Córdoba (Argentina), donde enseñará como profesor en la universidad de la ciudad y se dedicará completamente al estudio cristológico y de los libros del Apocalipsis.

El pensamiento místico del poeta transforma el fracaso de la guerra civil y sus dolorosas consecuencias en metáfora apocalíptica en la que las heridas del pueblo español se identifican con el sacrificio sufrido por el cuerpo del Crucificado. En esta concepción mítico-religiosa se había impuesto la figura del héroe y mártir indohispano César Vallejo, que también se había asomado a la tragedia española con su poemario España, aparta de mí este cáliz. Larrea dedica al autor de Los heraldos negros los tres ensayos César Vallejo, o Hispanoamérica en la cruz de su razón (1958), César Vallejo y el surrealismo (1971) y César Vallejo, héroe y mártir indohispano (1973). El misticismo y el espíritu profético nutren la reflexión crítica de Larrea, y de ahí su igual aprecio por la obra de León Felipe y su amistad con el factor de Español del éxodo y del llanto. Este, en un discurso pronunciado en México en 1967, evocaba el lenguaje directo del bilbaíno, en el que a veces participaba la metáfora y la parábola, pero que nunca acababa siendo sibilino ni hermético: «Su estilo era cálido, afilado y duro como el pedernal, desde luego no era adulatorio. Su voz era grave y no se quebraba ante el tirano»80.

La producción ensayística de Larrea empieza con los dos libros de Rendición de espíritu, del año 1943. Conforman una especie de prefacio que expone los mitos religiosos y laicos, y además los sueños colectivos en los que centra el examen, pues llega a considerar que aquella parte oculta, cubierta por la censura de la psique colectiva, esconde una verdad trascendental, una concepción que va en contra de la religiosidad católica de Roma y al mismo tiempo rechaza la ideología marxista de Moscú. En nuestra selección, siguiendo la huella hecha por Cristóbal Serra en su antología citada, hemos elegido el capítulo XVI, «Amor de América», porque anticipa el tema americano anunciado por la profecía de Rubén Darío. El poeta —apunta David Bary a propósito del libro— «veía estas realidades encubiertas como fragmentos de un lenguaje impersonal, expresión de una conciencia colectiva de la cual las conciencias individuales, presas en la ilusión del yo, no son más que fragmentos»81. Después, en particular en el texto Teleología de la cultura, un curso dictado en la Universidad de Córdoba, Larrea estudia la figura del obispo español Prisciliano, ejecutado a finales del siglo IV por heterodoxia y cuyos restos, según su opinión, fueron venerados en Galicia como los del apóstol Santiago. Y a este propósito comenta nuestro autor:

«El hecho de que el descubrimiento fuera profundamente subversivo ni añadía ni quitaba nada a su exactitud. La historia de Santiago misionero y matamoros era una de tantas especies legendarias a que, en su subjetivismo, tan inclinada había sido la mente medieval, creadora de sus propios mitos circunstanciales, y empeñada, tras la disgregación del Imperio, en atribuir geométricamente las predicaciones de cada una de las naciones del círculo mediterráneo a uno de los doce apóstoles»82.

En el mismo ensayo Larrea analiza la historia del profeta Daniel y el mensaje revolucionario del Apocalipsis. Esta investigación confluye en la obra capital La espada de la paloma (1956), un ensayo vinculado a la exégesis del libro de Juan, a la lectura de la literatura eclesiástica de las Actas de los concilios peninsulares, a la Patrología griega y latina de J. P. Migne y a otros asuntos de la heterodoxia religiosa en los que nuestro autor encuentra la llave de su tesis visionaria y de su proyección panamericana. Larrea lee la Epístola a los Corintios de Clemente Romano, escrita a raíz de una grave crisis que afectaba a la comunidad cristiana de Corinto en la última década del reino de Domiciano, y percibe cómo se exalta el orden jerárquico de la Iglesia católica. Esta lectura le sirve de pretexto para criticar, a la luz de la hermenéutica del Apocalipsis, tal modelo castrense en contraste con el carácter humilde de la palabra evangélica y con el espíritu profético que sustenta la tradición judeocristiana. En efecto, para Larrea, el mensaje de las profecías, desde Isaías hasta Amós y Oseas, asevera un espíritu revolucionario a favor del alma y la religiosidad judaicas; es decir: «Se afirma violentamente lo esencial dentro del fenómeno religioso, el Espíritu o conocimiento de Dios, frente a la institución en que se “incorpora” por razón del culto externo». El libro, que aborda varios aspectos de la tradición heterodoxa y milenarista, invita a mirar otra realidad con una proyección hacia América, con un anhelo de ascendencia espiritual que, a su vez, se alza como impulso concreto. Según Larrea, no es el resultado de ningún proceso de sincretismo, sino el fruto de una crisis que propicia un cambio y una distinta visión y concepción del mundo. Como ya había constatado en Rendición de espíritu, insiste Larrea en la presencia de una realidad expresada por un pensamiento poético subjetivo, pero que no desdeña la objetividad y la razón colectiva.

A lo largo de este excursus se ha señalado que Larrea no persigue otra imagen de sí mismo, sino una parte separada (e imaginada) de su yo. Pero ¿cómo llegar a ella? La producción de los ensayos escritos a lo largo de cuarenta años de reflexión sigue un orden laberíntico, sin principio ni fin, inmerso en la corriente universal del pensamiento: «Como bien lo sabía Dédalo —apunta Larrea en Rendición de espíritu— de ese laberinto o vía transformativa, semejante al de la crisálida, sólo puede uno desprenderse por arriba, aladamente»83. En realidad, la metáfora es el vehículo que le permite hallar en su sistema continuas equivalencias y contrastes. Escribe el poeta que Roma leído a la inversa significa Amor, y Finisterre —final de la tierra—, indica proximidad al cielo84. Todo depende del vector elegido, y Larrea enfoca la trascendencia de su yo buscándolo fuera de sí mismo, como sección de él pero aún oculto y cercano a la experiencia mística. Igualmente, su lectura de la historia también desarrolla un mito apocalíptico según el modelo de la visión teológica en que todos los hechos reales y acontecimientos privados, bien ordenados y engastados en su finalidad última, trazan una línea ascendente que conduce hacia un lugar geográfico concreto, el del Nuevo Mundo americano, que ya indicaba el subtítulo de su ensayo más amplio, Rendición de espíritu. En fin, toda la obra de Larrea, la poesía y la prosa (que es continuación de la primera, como documenta la experiencia del diario Orbe), constituye una larga hermenéutica introspectiva que explora un territorio sagrado en el que se amalgaman historia e individuo, realidad objetiva y psiquis, y donde lo irracional irrumpe continuamente como saber profético indispensable para el conocimiento de la parte espiritual y oculta del ser. Desde el comienzo, esta aspiración se traduce en el desprendimiento del yo y en la conquista de un territorio neutro en el que la biografía y la historia se confunden, donde el individuo se mezcla con lo colectivo, y el signo de la vida personal deviene cifra premonitoria de un destino ya preconizado y trazado en el tiempo. En consecuencia, la salida de sí mismo y de España, que coincide con el abandono de la poesía, anticipa el exilio de orden político y el viaje mesiánico hacia América. Larrea, poeta y prosista, supera los límites literarios de su obra y propugna una doble quiebra y evasión: de España y del lenguaje. Queda su voluntad de silencio, que ha resistido a los asaltos de amigos y estimadores, un silencio necesario para que el gusano que aprisionaba su ser se metamorfoseara en crisálida y luego, como mariposa o arrebatada Psique, volara hacia la alta morada del espíritu, donde habita el otro yo imaginado y perseguido por el poeta.

G. M.

Poesía y revelación

Подняться наверх