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GERARDO DIEGO Y VICENTE HUIDOBRO

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Gerardo Diego es el amigo entrañable y fiel a quien Larrea conoce en 1914 cuando comienza a despuntar su vocación poética. Existe una voluminosa documentación epistolar de Larrea a Diego5 de Diego y al bilbaíno —aún inédita pero conocida por los especialistas—, que atestigua un intenso diálogo literario, basado en el recíproco intercambio de poemas con comentarios y juicios críticos. Gerardo es para Larrea el compañero constante y generoso, el «intermediario» que le obliga a publicar sus textos de poesía en las revistas ultraístas Cervantes y Grecia y sobre todo en la revista Carmen, y que lo incluye en las conocidas antologías poéticas de 1932 y 19346, rompiendo su firme decisión de mantenerse inédito.

Pero sin duda la obra que imanta al escritor bilbaíno y que, a la postre, se tornará decisiva para curso de su nueva experiencia creativa es la de Vicente Huidobro, padre y teórico del creacionismo. La penetración en España de su credo estético, aunque al comienzo aún confuso y contradictorio en sus planteamientos, se remonta a la segunda visita del poeta chileno a Madrid, en 1918, año de la publicación de sus cuatro importantes libros, Tour Eiffel, Hallali, Ecuatorial y Poemas árticos, a los que se suma la segunda edición de El espejo de agua. Estas piezas dan a conocer a los jóvenes escritores peninsulares la poesía creacionista. Negar su influencia en la poesía española de la época es ignorar la fase de apertura iniciada por la corriente irracionalista que, junto a la de carácter intelectual y purista, dio impulso y vigor a muchos autores del grupo generacional del 27, pues los conectó a las ideas más avanzadas de los ismos europeos. En este sentido, resulta determinante para Larrea su encuentro con Huidobro en 1921 con ocasión de la memorable conferencia sobre la nueva poesía (incluida en parte en el libro Manifestes) que este pronunció en el Ateneo de Madrid y que había sido organizada por Diego. Larrea declaró haber salido del acto deslumbrado por los nuevos conceptos expuestos por el teórico del creacionismo. Sobre este importante acontecimiento literario, además de varias reseñas de la época, conservamos el testimonio directo de Larrea, que describe el clima de expectación, curiosidad y al mismo tiempo perplejidad que despertó la figura del chileno, para luego contar el impacto emotivo que le produjeron su persona y sus ideas reveladoras:

«En diciembre de 1921 volvió Vicente Huidobro a Madrid en una de sus giras a favor de lo que podría llamarse “poesía redentora” como creadora. Fue en esta circunstancia cuando Gerardo Diego y yo trabamos conocimiento y relaciones duraderas con él. El día en que leyó su conferencia sobre la Poesía, el gran salón del Ateneo estaba atestado. Lo presentó Mauricio Bacarisse y se le escuchó con atención, pero con perceptible reticencia. Cierto es que en su viaje anterior Huidobro se había indispuesto hasta ruidosamente con Gómez de la Serna, con Díez Canedo y Juan Ramón Jiménez, según se comentaba, y con sus respectivos círculos. Yo salí del acto deslumbrado por los conceptos que Huidobro expuso sobre la Poesía, y creo que a Gerardo le sucedió lo mismo. Pero también me sentí escandalizado. Mi impresión fue que los ultraístas estaban atizando por lo bajo la frialdad de la incomprensión, según pudo comprobarse a la salida. Ninguno de ellos estuvo en esa oportunidad en relación amistosa con Huidobro»7.

A continuación Larrea informa sobre la impresión que le causó la persona de Huidobro:

«Me pareció una persona exuberante de sincero y amistoso fervor. Su juventud se plasmaba en el entusiasmo más puro y optimista. Lo sentí poeta ciento por ciento, esto es, únicamente poeta, genial, cuya presencia irradiante podría despertar sentimientos envidiosos entre los más bajos fondos y niveles, pero digno de la simpatía y admiración de los mejor dotados. Era tajantemente radical en sus juicios y opiniones, a la vez que rebosaba sabiduría novedosa ilustrada por la pintura de París, que exponía con juvenil desenfado. Y sentía en su modo de ser y de expresarse la presencia de una especie de imaginación neomúndica, libre y abierta a horizontes amplísimos»8.

Mientras que Gerardo sólo pudo permanecer un par de días en Madrid, Larrea se quedó más tiempo y pudo trabar con Huidobro un trato más largo y profundo, durante el cual, apunta, «aprendí no pocas cosas importantes para las que estaba ya predispuesto por naturaleza, y nuestra amistad plantó sus primeras y definitivas raíces»9.

De todos modos, el descubrimiento de la poesía de Huidobro se remontaba a un período anterior, exactamente al 2 de mayo de 1919, cuando su amigo Diego le había llevado, en su encuentro de Bilbao, tres poemas copiados de un libro de Huidobro que Eugenio Montes le había prestado. La lectura le había deslumbrado, pues le mostraba una nueva concepción del acto creativo. Muchos años después, en una conferencia sobre Huidobro, Larrea comentaba con énfasis y gran agudeza el texto del poema «Luna» del libro Poemas árticos, cuya lectura había representado una verdadera revelación:

«Su lectura me sumió en una atmósfera de ultramundo. Sentía su realidad como de extrema lejanía, coincidente sin duda con mi estado psíquico y quizá por ello no del todo ajeno a mi conciencia personal. No se describía en estos versos una situación fuera de lo común, sino que se la planteaba vívidamente, aquí no más, de golpe, mediante un plural que en algún modo parecía concernirnos: LA LUNA SUENA COMO UN RELOJ. Produjo en mí esta sentencia algo así como un traumatismo poético. Se construía la frase sobre un adverbio de modo, como un símil cualquiera, pero dentro de un ámbito como de campana neumática, sin tiempo ni lugar, que presuponía otra clase de existencia, afirmada sobre símbolos extraños a la experiencia humana»10.

El vínculo literario y amistoso que establece Huidobro con Larrea, más intenso y cronológicamente más largo que el estrechado con Diego, se mantuvo casi hasta la muerte del poeta chileno, como ilustra su relación epistolar11. Tocó su cenit con la visita que el bilbaíno realizó el 13 de septiembre de 1923 (el año anterior, invitado junto a Diego, no había podido acudir) a la villa veraniega del chileno en Chatelaillon, lugar donde se alojaba con la familia. Después Huidobro llevó a Larrea a París, a su domicilio de la calle Victor Massé 41, donde el joven se hospedó una semana compartiendo con su maestro intensas conversaciones. En los ambientes parisinos conoció a varios artistas que se convertirían en amigos, entre los cuales se hallaban Jacques Lipchitz, Tristan Tzara, Paul Dermée y Juan Gris. De regreso a España de un viaje anterior, Diego había contado al colega Juan la atenta y constante deferencia personal que Huidobro le había reservado durante su propia estancia parisina, también invitado a la casa del chileno, así como los primeros encuentros con el pintor Juan Gris y sus impresiones sobre el cubismo y la profundidad de esta estética abstracta:

«Hemos comido dos veces con Jean [sic] Gris, que me ha enseñado sus últimos cuadros, en verdad muy interesantes y de un abstractismo profundo y amable. Casi estoy por decir que los he comprendido, aunque para ello hubiera necesitado ver más cosas de otros de los que he visto muy poco. Casi todas las personas interesantes están de veraneo»12.

A su vez, de vuelta a Madrid el 21 de noviembre, Larrea informa a Diego de que en París se ha dedicado «a hacer la vida del perfecto parisién: es decir, a pasear por los bulevares, a tomar café, a charlar y a acostarme muy tarde, eso sí»13. Pero, en definitiva, confirma todo lo que el propio Diego le había transmitido acerca de su estancia previa, es decir, el encanto de las conversaciones con Huidobro y su entourage literario y artístico. Además, Juan aporta como elemento sorprendente la intuición de una crisis en la obra y el bagaje estético del poeta chileno:

«Resumiendo, que ni en el ambiente, ni en la escenografía de Huidobro, ni en sus conversaciones sorprendí la menor variante de cuanto tú el año pasado me habías contado. Saqué la impresión de que este año ha sido para él de poco provecho literario y creí observar en nuestras charlas un decidido propósito de esquivarme toda solución de estética y de técnica, lo que no dejó de envanecerme. Puedo decir con satisfacción que lo mucho o poco que sé formaba parte de mis conocimientos antes de ponerme en camino y que sostuve e intervine en los diálogos de Huidobro y Gris con perfecto conocimiento de causa y sin que nada nuevo me enseñaran»14.

Como es sabido, instados por el generoso mentor, los dos amigos deciden emprender juntos otro viaje a París a finales de agosto de 1924. Llegados a la capital francesa el 29 de agosto, Diego y Larrea parten hacia la villa alquilada por Huidobro en Sables d'Olonne, donde pasan días inolvidables en la gratísima compañía de Vicente. De ello queda el testimonio de dos célebres fotografías que retratan a Gerardo y Juan con trajes elegantes al lado del selectísimo Huidobro con sombrero en mano. Mientras Diego permanece en Francia sólo algunas semanas, pues la cátedra del Instituto Jovellanos en Gijón le reclamaba, Larrea regresa con Huidobro a París y vive en su casa. Es entonces cuando conoce a César Vallejo, con quien entablará en adelante un extraordinario vínculo de recíproca estimación y gran amistad. Perfiló un rapidísimo retrato del poeta peruano, con extraordinario acierto físico y psicológico, que anticipa el célebre dibujo trazado por Picasso:

«Mi primer contacto con Vallejo se produjo del siguiente modo. En el verano de 1924, después de pasar unos días con Vicente Huidobro en Sables d'Olonne, fui con él a París donde permanecí una semana alojado en su departamento de la calle Victor Massé. Allí dormíamos y conversábamos, saliendo a comer a los restaurantes y a hacer visitas. Una tarde salí solo por alguna razón, dejando a Vicente en casa. Al regresar tras un buen rato, me lo encontré charlando en el living con dos personas de nuestra edad que yo no conocía y que me presentó. Una de ellas era César Vallejo. Cara enjuta, muy moreno, ojos chispeantes, dentadura blanquísima y una naturalidad como de inocencia»15.

La intención de Larrea era instalarse definitivamente en la ciudad del Sena, pero su estancia sólo duró algunos meses. De nuevo en Madrid, en octubre deja su puesto de archivero y decide marcharse definitivamente a París, donde se instala en un hotel de Montparnasse y frecuenta a menudo a César Vallejo y otros amigos peruanos. Pero en diciembre recibe la noticia de la grave enfermedad de su tía Micaela (su madre adoptiva de la infancia) y regresa con premura a España para reincorporarse a su trabajo en el Archivo Histórico Nacional. En 1926, tras la muerte de su tía, último lazo que le retenía en España, abandonó para siempre el país (salvo algunas cortas estancias veraniegas en Galicia y Segovia) para instalarse en París. En esta ciudad editó con Vallejo la revista Favorables París Poema, en la que colaboraron Diego, Huidobro, Gris, Reverdy, Tzara, Pablo Neruda y otros nombres señeros de la vanguardia francesa.

Es cierto que en aquel momento el numen tutelar de Larrea es Huidobro, aunque ya aflore su diferente personalidad, que al comienzo de su actividad literaria revela una distinta orientación estética y en particular una mayor implicación existencialista. La leve disonancia se deduce claramente de la lectura de la correspondencia con Diego, pues en varias epístolas Larrea reconoce sus deudas con las tesis del chileno: «Lo que he hecho arranca de Huidobro en línea recta», «A Huidobro lo comprendo tan perfectamente que a veces me parece anticuado»16. Sin embargo, aspira a una renovación que conquiste elementos visionarios y metarreales. La necesidad de «hacer aún mucho más», es decir, de superar y enriquecer la concepción visionaria del postulado creacionista, se nota igualmente en la valoración de las innovaciones emprendidas por la revista sevillana Grecia. En opinión de nuestro autor, esta labor fue en sus inicios incierta y sin resultados importantes, pero merecedora de ser apoyada y enriquecida por los espíritus más vivos y sensibles de aquel momento en España, entre los que se incluyen él y su amigo Diego, a quien envía las siguientes reflexiones en carta del 31 de mayo de 1919:

«Recibí los números de Grecia. Dos cuartas partes de poeta. Ni me desilusionaron ni me extrañaron. Algo así esperaba. Buena orientación pero positivamente cero. En realidad su labor es negativa, es la dinamita que destruye sin pararse a construir. Otros luego edificarán. ¿Por qué no hemos de ser nosotros? La ciudad nueva nos espera; planeemos sus calles, pero jamás en línea recta, sino en curvas graciosas y sorprendentes»17.

En 1939, antes de que las tropas nazis entraran en la capital francesa —patria momentánea de muchos intelectuales españoles de la guerra civil—, Larrea abandona para siempre Francia y Europa para trasladarse a México, donde con José Bergamín y Josep Carner es nombrado presidente de la Junta Cultural Española. El período americano comprende años de residencia en los Estados Unidos, debido a la concesión de una beca Guggenheim y a sus intereses artísticos y de arqueología precolombina. Después se marcharía a vivir definitivamente a Córdoba (Argentina), donde había sido designado profesor investigador de su universidad, y donde morirá en 1980.

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