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LA LENGUA FRANCESA
ОглавлениеPoeta bilingüe, Larrea hablaba desde la infancia la lengua gala, idioma de educación y cultura. Según testimonia Diego: «Su francés puede ser menos perfecto, por supuesto, que el francés de un buen poeta de Francia, pero es tan coloquial y tan vivo como el de cualquiera nacido tras los montes»31. Pero más que el recurso a una comunicación que el poeta domina en buena medida, el francés le sirve para liberarse de toda praxis literaria adquirida en su propio idioma. De este modo y fuera de cualquier jaula idiomática, se abandona al impulso de la imaginación y al sueño de lo inconsciente. Apunta Luis Felipe Vivanco en el prefacio a la edición de Versión celeste que se trata de una necesidad y al mismo tiempo de un acto voluntario en tanto que «la poesía de Larrea sustituye la destrucción programática del lenguaje, estilo dadá, por una simple transferencia lingüística que le libera, en un primer momento, de toda posible retórica heredada»32. En definitiva, el francés se torna instrumento de liberación, aunque no olvidemos que en dicha lengua se comunica la vanguardia y escribe también el maestro Huidobro. En realidad, en Larrea la elección corresponde a un acto de desconfianza en las posibilidades de la palabra provenientes de la herencia materna. Por lo tanto, el francés como lengua poética le sirve para explorar y abandonarse a un instrumento léxico que en algunos momentos se sobrepone al hilo del discurso semántico. Pero esta fibra nunca se suprime por completo en la poesía de Larrea, sino que busca su entidad al inventar una extraordinaria visión imaginativa situada fuera del sistema tradicional, basado en nexos lógicos o de orden ideológico.
El impulso que mueve su universo lírico no es de carácter eminentemente literario o intelectual, como ocurre con Mallarmé y, en parte, con Huidobro (que revela su aspecto cerebral), sino de anhelo espiritual y sensibilidad religiosa, según reivindica Larrea en carta a Gurney33. Todo este vasto deseo de imaginación, que alimenta la insatisfacción del yo alienado, lleva a nuestro poeta a perseguir, como Rimbaud, un «langage de l'âme pour l'âme» que sí encuentra en el francés en tanto lengua e instrumento de cultura. En su confuso estado sentimental, el otro sistema verbal se le ofrece como un campo receptivo capaz de representar lo impreciso e incondicionado de su sentimentalidad, como apunta en otra misiva a Gurney34. Larrea confirma que la versión en castellano del poema «Espinas cuando nieva» carece de la «chose terrible» y de la sugerencia de «vertige» del texto francés. Por el contrario, dicho texto se le antoja «un peu plus authentique, plus vivant»35, frente a la versión primera, más humana, impresionista e impregnada de esencia clásica. El autor da testimonio de la estética que justifica y empapa su escritura:
«Mi estética se convirtió así en una procuración antimetódica de formular secuencias de palabras constituidas en imágenes, y unas relacionadas entre sí, como en la magia —pero de esto no tenía yo la menor noticia—, por vínculos de semejanza o de continuidad, de atracción o repulsión entre las cargas que, como representaciones, transportaban sus significados naturales. Se constituían así asociaciones y disociaciones en contrastes como eléctricos, sin olvidar nunca que cierto ritmo musical, tanto melódico como bruscamente contrarrestado, era en mi sentimiento inherente a la poesía, como lo era asimismo la emoción fundamentalmente amorosa o de entrega, aunque careciese en mí de objeto»36.
Larrea vierte el mensaje directamente en un signo que se manifiesta sin una línea clara de demarcación entre el contenido y su articulación formal. Es más, la expresión termina convirtiéndose en el sentimiento del poeta y del mundo. Las asociaciones y los vínculos de identidad afloran a través de un sistema de nexos basados en sensaciones emotivas, sugeridas por imágenes simbólicas y visionarias. La lengua es entendida como forma de metarrealidad y, en definitiva, como sustancia del ser cognitivo. Aunque, a fin de cuentas, no existe un abandono completo al flujo léxico sino una demanda de representación del estado espiritual en que el poeta anhela la verdad. Al contrario que Aleixandre en su libro Pasión de la Tierra, escrito en 1929, que transmuta los elementos teológicos y sentimentales en biológicos y corporales para conseguir la unión amorosa con el cosmos, Larrea cree que la poesía permite indagar en su yo confuso con un anhelo de evasión de la realidad concreta y de fusión con el universo místico. El poeta se conecta con una tradición que lo une a los grandes místicos españoles y a la experiencia literaria y espiritual heredada de Rimbaud, Lautréamont y Nerval, que van en busca de un nivel autónomo e independiente de la conciencia. De aquí, en primer lugar, surge el rechazo de su lengua materna, considerada insuficiente e insatisfactoria para plasmar la crisis interior del yo y al mismo tiempo la creación del poema. Apunta Vivanco que el repudio surge «como acto profundo de rebeldía vital en el lenguaje»37, necesario para conseguir la trascendencia cósmica. En fin, la elección del francés se convierte en un recurso ideal que ofrece a Larrea una serie de posibilidades léxicas en busca de su oscuro referente ideal, según explica el poeta en su prólogo a la edición de Versión celeste de Bodini, donde afirma que a pesar de su larga estancia en Francia dominaba el idioma «sólo relativamente», aunque la mayor parte de los poemas se escribieron en francés. Al comienzo la acogida del verbo foráneo se debió a que Larrea encontraba el francés más dúctil, matizado e idóneo para verter estéticamente su estado de conciencia confusa y desarticulada, pero con el tiempo adivina que «en lo subterráneo del fenómeno latía cierta razón determinante más honda y valedera. En su impulso incoercible hacia una universal e intrínseca allendidad, la conciencia poética del autor tenía que desprenderse de su mundo o matriz de origen así como de su cultura, uno y otra correspondientes a situaciones espacio-temporales del Lenguaje o Verbo. De aquí que se expatriara lógicamente, trasplantándose a la única lengua extraña en que podía expresarse fuera de la española, y cuya lírica no sólo conocía desde atrás, sino que había ya asimilado bastante bien»38.