Читать книгу Job - Juan Olivera Monteagudo - Страница 13

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Ayer por la mañana, mientras leía el diario, la ecuatoriana ha entrado en mi habitación. ¡Estaba que rebosaba de carnes la puta! No pude evitar seguir con deseo su frondoso trasero cuando se inclinaba para sacar la ropa sucia del cesto. Tuve que disimular lo mejor posible la enorme carpa que se elevó bajo mis sábanas, poniéndome algunas pá­ginas del periódico encima, porque la Antonia es muy avispada para eso y estaba aplicándose las cremas en la cara (las esposas tienen una especie de radar que capta inmediatamente dónde posa uno la vista). Me oculté detrás del diario, mientras veía de soslayo el abundante culo de la doméstica.

La deseé con todas mis fuerzas; me regocijé de placer, imaginando aquel culo moreno penetrado en diferentes posturas. No me pude aguantar más y me metí al baño. Me masturbé, pensando en esas nalgas anchas y aceitunadas, visualizando su vello­sidad negra y espesa, sus piernas tersas y suaves como la piel de durazno. ¡Y sus tetas! Pequeñas calabazas que se agitaban al compás de mis em­bestidas.

No me avergüenza admitirlo. A mis cincuenta y siete años aún encuentro un indescriptible placer en la masturbación, en ese disfrute íntimo de la violentación propia, carnal y egoísta; es más, desde que la Antonia se ha puesto quisquillosa con el sexo, he regresado con más brío a esa diversión solitaria, volviendo a experimentar aquel agradable deleite del que gozan los adolescentes.

A veces me imagino —cuando me la corro en mi baño— a mi hijo Rubén corriéndosela en el suyo... Separados por un tabique, pero unidos en el mismo placer. Entonces me pregunto: «¿Qué imá­genes surgirán en la cabeza del pobre? ¿Pensará también, como su padre, en el culo y las tetas de la doméstica?».

Job

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