Читать книгу Job - Juan Olivera Monteagudo - Страница 7

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Mi nombre es Jacobo —como mi abuelo—, pero en el trabajo me llaman Job el Silencioso. No puedo asegurar quién ha elegido el sobrenombre, supon­go que uno de esos oficiales mal avenidos de la constructora, uno de esos tontos que andan por ahí como hormigas, cargando con sus pequeñas exis­tencias como cosa sagrada.

Ellos gozan burlándose de mí. Creen dañarme con sus bromas tontas y murmullos entrecortados. ¿Qué saben ellos del placer de mis maquinaciones? ¿Qué saben ellos del placer que otorgan el silen­ciamiento y la prudencia del aislamiento? ¿Qué saben ellos de mi goce de vidente, de mi sen­sualidad del monólogo, de mi resignación del mal? Soy un buscador de consecuencias, un disfrutador de los acontecimientos diarios. No soy juez, pero gozo dictando sus condenas. Así como un accidente no necesita de la luz del día para mostrar su po­derío, puede sorprendernos en cualquier lugar y momento, como en la banalidad del hogar o en la rutina del trabajo. El horror no precisa la oscu­ridad, espectros horripilantes, enormes monstruos o un tonto adolescente cortándose las venas; le basta cualquier callejón, plaza o la estrechez de una habitación; así también yo solo requiero de mi carácter reflexivo y esta perspicaz observación para ser feliz.

Ya desde niño crecí entendiendo que algo an­daba mal, que las gentes vivían sometidas a un rigor inexistente que les hacía bajar sus cabezas ante unos cuantos. Por eso mi primer objetivo consistió en borrar ese peso que significa estar atado a una mora­lina boba a la que todos temen, borrar la maldición de pertenecer a un sistema hipócrita para poder ser yo y exigir lo que por derecho me pertenece. Así que me forjé una personalidad diferente y establecí mis propias reglas para causar este grado de temor que he logrado. No me jode ser el que soy… Es más, estoy orgulloso de serlo. Con la fuerza de mi pensamiento puedo derrocar a líderes e intelec­tuales, a buenos y villanos; pero mis tiros no van por ahí. Mi objetivo consiste en deleitarme, portán­dome como un valiente cara dura, práctico, malé­volo, solitario…, pero siempre en compañía. Un tío depravado que se pasa el día hurgando en las pe­queñas miserias humanas y se va después contento a la cama con la conciencia tranquila de haber hecho lo adecuado para su existencia.

Arrastrado por mis oscuras pasiones, ha ido saliendo a flote este sombrío mecanismo de auto­defensa que anida en todos, pero que pocos se atreven a consentir porque no llegan a aceptar que no son más que las huellas que de niño nos tatua­ron. Bien sé yo que nuestras vidas y honras no nos pertenecen a nosotros, sino a los que nos envidian, a los que nos admiran, a esos cuantos incapaces de decidir sobre sí mismos que buscan en otros lo que no pueden ser.

Soy un observador pasivo y silencioso, un Job disfrazado de corderito al que hay que tolerar.

Mi sola sonrisa asusta; mi asentimiento de complicidad inquieta.

Job

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