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Diario

Ayer domingo la Antonia se ha negado tres veces a hacer el amor…, ¡la muy puta! ¡Como si no supiera que se masturba pensando en el Juan María, el car­nicero!

Por la mañana una grata visión me ha seducido mientras me daba la espalda para preparar el café. He visto por un segundo su frágil cuello quebrarse entre mis manos temblorosas. No he podido evi­tarlo, un regocijo reconfortante ha emergido de lo más profundo de mi ser, incitándome a soltar un par de sonoras carcajadas. Desperté la curiosidad de mi hija, la Mariana. Esta ha dejado de untar la mermelada en su tostada y me ha preguntado en forma de reproche el porqué de esa risotada (al pa­recer, me está prohibido reír en esta casa) y no he atinado más que a decir que era por el clima. ¡La qué se armó! Afuera llovía torrencialmente, así que la Antonia, la Mariana, el Rubén y hasta la ecua­toriana —que lavaba el servicio— han dejado de hacer lo que hacían, han vuelto sus ojos hacia la ventana que daba a la calle, se han observado unos a otros extrañados y luego me han echado una mirada como si estuviera loco. No he podido evitar otra sonrisa de triunfo.



Job

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