Читать книгу Habanera para un condecito - Juanjo Álvarez Carro - Страница 13
GRAN PREMIO
BUENOS AIRES-LIMA
18 de julio de 1947
ОглавлениеTramo: Buenos Aires-Tucumán (1.363 Km)
Frente al estadio de River Plate, en Buenos Aires.
00:09h
—A ver. Métase ahí, detrás del asiento y se tira en el suelo. ¿Y la ropa? —pregunta el americano.
—Aquí no quepo, entre las ruedas y la caja de herramientas y ese bidón —contesta el joven—. Y la ropa me la he dejado allí, entre los coches antes...
—Entonces, si no cabe, bájese —protesta el piloto—. El único auto con cuatro puertas de toda la carrera y el boludo este dice que no cabe —mientras mira a su copiloto—. Y hágame el favor de agacharse. Tápese con el capote cuando pasemos por la largada. Perón con la banderita…ya sabe.
Jorge Daly usó la palabra boludo, en perfecto castellano. Y el resto de la charla, en su inglés de Cork. Tenía por costumbre llevar siempre algo verde encima y el capote militar lo era. Una manía que había heredado de su madre. Y la cabezonería, de su padre: Irlanda hasta en la sopa y hasta la muerte. Corriera con el coche que corriera, siempre pintaba o llevaba algo verde.
Su Plymouth 42 era grande y largo como su ego. Ese mismo ego que lo salvó, mientras volaba por el Mediterráneo como fotógrafo en un Mosquito de la Royal Navy.
Cuando cubría a su polizón con el capote militar que llevaba todavía su nombre en el gafete, interrogó a su amigo en voz alta, con el rugido de motores calentando por todo el parque cerrado:
—¿Me puedes explicar al menos, Joyce Darryl, por qué tengo que llevar a éste hasta Perú?
—Porque siempre fuiste un tipo cabal y si te lo pido yo, es porque no se lo puedo pedir a otro… Además, no lo vas a tener que llevar tú hasta Perú.
—Por lo menos, explícame qué ha hecho para tener que salir así del país…
Darryl busca una manera inocua pero rápida de explicar una historia de que daría para muchos vasos de escocés en una mesa del Tortoni. No. No había forma rápida e inocua.
—¿Te acuerdas de Colinas, Daly?
—Y claro. ¿Cómo no lo voy a recordar?
—Pues imagina que te lo pide él.
—Vale. ¿Y por qué no me lo pide él, Joyce Darryl?
El americano contestó a eso con un silencio y una mirada torcida. Terminando de decir algo en voz muy baja al polizón improvisado, se volvió otra vez a Daly y le pidió.
—Escucha, Daly. Sácalo de Buenos Aires. Yo procuraré que se vaya a otro coche cada tanto. Tiene que llegar a Villazón sano y salvo. Allí ya te puedes olvidar de él.
—¿Me estás diciendo que tengo que llevar a este hombre hasta Bolivia?
—Seis minutos, Jorge. Y nos vamos. —Avisa el copiloto con seriedad.
—Te he dicho que no tienes que llevarlo tú todo el tiempo. Se lo puedes pasar a alguien, entretanto. Habla con Fangio, con los Gálvez o con Marimón…
—Ya me viene algo de olor. No hablo con Müller. ¿A que no?
—Por lo que más quieras. Con cualquiera, menos con él.
—¿Y me pides que les coloque este paquete a los tipos que vienen aquí a ganar esta carrera?
—Al menos, son los que van a llegar más rápido y seguro a Lima, ¿no?
—Joder, Darryl. Salvé el culo en la guerra y los putos kartoffen me lo van a volar aquí en Argentina.