Читать книгу Habanera para un condecito - Juanjo Álvarez Carro - Страница 19
Martes, 5 de agosto de 1947
ОглавлениеComisaría de Policía de Cruz del Eje
(Córdoba-Rep. Argentina)
—Pero no se me vaya a la guerra española, don Florián. Me contaba que Gorgonio Colinas salía de la casa de los Perón en Buenos Aires y allí lo abordan los americanos…
—Sí, perdone, comisario. Le contaba que ...
... Le montaron en el Dodge verde petróleo y cuando llegaron a la avenida Libertador, a espaldas del conductor, Darryl quiso citar a Gorgonio. Sugirió en voz baja algún copetín al paso de calle Florida o Corrientes, quizás el café Tortoni, donde se habían encontrado muchas veces. Pero Colinas prefirió un banco de Plaza Italia, cerca de su casa. A lo mejor, con el verde de los árboles, tendría un comportamiento más condescendiente con Darryl. Sus mecanismos del oficio estarían parados y así los quería durante un rato. Por los viejos tiempos.
Allí se encontraron dos horas más tarde, ya sin chóferes ni otros testigos. Darryl le había preguntado muy curioso:
—¿En serio que no sabe por qué la Señora lo ha citado, Gorgonio?
—Estoy corroído por la curiosidad. Dígamelo usted, Darryl.
—Venga, Colinas. Ya ha visto que la casa de Ludwig Freude parece el Reichstag. Uno no entra allí y sale sin más…
—La misma razón por la que me levanté y me marché de allí sin poder hablar con la señora. Me ha invitado a comer con ella y el General mañana. A la una.
—¿Habló con alguien más allí dentro?
—Hoy he conocido a Otto Skorzeny, Darryl —dijo Colinas con una sonrisa en los labios, como un crío que muestra orgulloso un cromo raro de su colección a un colega.
Era obvio que Joyce no mostraba el mismo entusiasmo que su compañero de banco por conocer a los héroes de la guerra. Quizá se debía a que fueran sus principios de americano, tal vez a su juramento; de ganador aún inmerso en la campaña patria del juicio de Nüremberg. O a sus treinta y tres años, aún responsablemente cobijados bajo el ala del águila nacional de América… o al dineral que le estaba costando a su país la ocupación de Alemania, privándole a él de mejores trajes y sombreros. Sea como fuere, Darryl torció el gesto y con la mueca contestó que ya lo sabía.
—Skorzeny es un pajarraco como los demás, Colinas. Les he visto reunirse en esa casa de Belgrano, en la misma que ahora ocupan la Señora y su marido, a celebrar el nacimiento del Führer. Le enseño fotos si quiere.
Cuando dijo I could show you the pictures, if you will, lo expresó con toda la intención. Para los americanos, la palabra pictures abarca tanto el cartel de la película, como los boletines sobre la proyección entregado por el amable acomodador, o las fotos con las tomas en color más impactantes del filme que encuentra uno sobre un gran panel a la puerta de la sala cuando acude a la sesión del cine. The pictures.
Tras unos momentos de silencio, esos en los que los ojos de cada uno de ellos se van hacia los niños, hacia los pájaros o los paseantes, sólo para evitar ofender al amigo con una mirada comprometedora y respetar su silencio, Darryl sacó su cartera. De ella, pellizcó una foto pequeña, muy ajada, y se la pasó a Gorgonio. Éste se colocó las gafas y miró. En ella se veía a algunos miembros de una sección de la XIV Brigada. Ahí estaba Darryl con boina, veintipocos años, junto a una docena de hombres, abrazando a dos de sus compañeros. Y de cuclillas, delante de todos ellos, el comandante Henri Rol-Tanguy. En el reverso de la foto, alguien había escrito Albacete, 14 de febrero de 1937. La fecha era un hito para los dos. A pesar de que ambos llevaban tiempo en Buenos Aires, Colinas nunca había visto esa foto.
—Todos muertos, Gorgonio. Menos Henri. Bueno, aún no sé nada de él, en realidad. Es el que me falta. Sé que anduvo después con la Resistencia Francesa. El día que lo averigüe, dejaré todo esto, George, y pediré destino otra vez en Estados Unidos.
Y volvió a guardar la foto en la cartera.
Gorgonio levantó la vista al cielo, torciendo el cuello hacia atrás con dolor. Dio un breve y acallado ay. Se palmeó los muslos con fuerza para espantar el nudo en la garganta dando por finalizada la tregua. Un largo minuto.
—A mí me faltan tantos que he dejado de preguntar. Por eso no suelo llevar fotos encima, Darryl.
Dos viejos actores en compañías distintas, en papeles distintos, pero actores en servicio. No se podían engañar.
—No me siga, Darryl. Déjeme trabajar y le haré saber lo que pueda serle útil. No creo que tenga dudas sobre mí.
—¿Quién debe darme más miedo, Colinas: Jekyll o Hyde?
—Por hoy tenemos suficiente, don Florián. Se me hace tarde para una charla con los medios locales sobre el asunto. No me ha contado todavía nada del joven que aparece en la foto y desaparece de su auto en Chile… ¿Le parece que nos veamos aquí en la comisaría mañana?
Don Florián se levanta despacio, más por dignidad que por los años, sin decir palabra. Ya ha hablado mucho.